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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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Ande yo caliente y ríanse en Oriente

Leer noticias sobre movimientos independentistas en el Pacífico me despertó el apetito por las novelas que transcurren en otras islas de Oceanía

Ilustración para 'La isla misteriosa', de Julio Verne.
Ilustración para 'La isla misteriosa', de Julio Verne.DE AGOSTINI PICTURE LIBRARY (De Agostini via Getty Images)
Manuel Rodríguez Rivero

1. En el Pacífico

Leo con interés que en Tungalu, una isla situada en la zona central oeste del Pacífico y próxima al archipiélago de Kiribati, andan revueltos a cuenta del espionaje. Los independentistas irredentos de Olotu, la región más oriental de Tungalu, se han visto implicados en diversos enfrentamientos con el actual Gobierno del país, vagamente socialdemócrata, al que hasta ahora habían sostenido no sin reluctancia. Entre esos desencuentros, el más grave fue, hace algunos años, la realización de un referendo ilegal sobre la independencia de dicho territorio, apoyada por la mitad de su población. Según W(est) P(acific) News, el periódico más leído en la región, el Gobierno central habría autorizado a sus servicios secretos a que espiaran a personalidades y entidades próximas al separatismo republicano isleño, con el fin de controlar movimientos anticonstitucionales que pudieran afectar a la misma configuración del Estado (una monarquía parlamentaria). El reciente descubrimiento del espionaje ha ahondado aún más la brecha entre los tungaleses, dando impulso al victimismo de los secesionistas. Mr. Gaby Rogue, portavoz de los separatistas, a su vez muy divididos, ha mostrado su indignación en el Parlamento nacional, amenazando con la ruptura con el Gobierno. Por su parte, la ministra responsable de los servicios secretos, Ms. Margie Oak, blanco de todas las iras (incluyendo las de otros miembros de su exótico gobierno), ha insistido en la absoluta legalidad de todos los organismos del Estado, al tiempo que se pregunta retóricamente qué debe hacer un gobierno cuando en una parte del país se vulnera la Constitución y se declara la independencia. Lo que está claro, añade el columnista de WP News, es que ni esta ni ninguna otra ministra o ministro futuros a cargo de la seguridad desean que los olutuenses (uno de cuyos líderes vive un exilio dorado en las islas Gilbert) les vuelvan a sorprender con los pantis o los skivvies a media pierna. Leer acerca de lo que ocurre en Tungalu me despertó el apetito por las novelas que transcurren en otras islas de Oceanía. Primero pensé en releer El señor de las moscas (1954; Alianza), de William Golding (Peter Brook firmó una versión cinematográfica en 1963), en la que un grupo de adolescentes varados en una isla desierta demuestran lo difícil y finalmente dolorosa que es la convivencia más allá de leyes y normas; pero luego recordé que hace muchísimo tiempo que no he vuelto a leer La invención de Morel (1940; Alianza, DeBolsillo, Cátedra, Austral), de Bioy Casares. Me sumerjo en esta obra maestra de la literatura fantástica y en la extraña máquina inventada por Morel y que era capaz de hacer revivir la realidad una y otra vez: algo capaz de fascinar a los nostálgicos de toda laya. Si le cojo gusto a mis exploraciones literarias por el Pacífico, quizás continúe con La isla misteriosa (1875; Alianza, Penguin), de Julio Verne, y con La isla del doctor Moreau (1896; Anaya), de H. G. Wells. Y luego, a navegar, que son dos días.

2. Villa y corte

Hace muchos años, cuando mi familia se trasladó de mi Barcelona natal a Madrid, la capital me pareció la ciudad más fea y triste del mundo. Dejábamos atrás un ámbito que se me antojaba mucho más luminoso y, desde luego, más moderno. A mi mirada de niño (gilipollas), Madrid se mostraba como un poblachón grande, frío, sucio, que despedía olor a miseria y a frito de aceite revenido, que carecía de mar y estaba poblado por gentes más oscuras, más chulescas, menos educadas y, aún sin saber entonces qué significaba eso, más franquistas. Tardé muchos años en entregarme a esta ciudad, a su caótica generosidad, a su incesante bullir despreocupado, a su carácter profundamente ecuménico, a su a veces irritante incomprensión de cualquier forma de nacionalismo —incluido el español—. Me retrasé mucho en conocerla, en visitar sus barrios, en empaparme de sus diversidades, de su falso casticismo, de su hipócrita apresuramiento, de su gusto por la cháchara y el arte de vivir. Ya de más mayor, Galdós —un canario, como mis padres, como toda mi familia— me reveló también una parte fundamental del pasado de la ciudad: de Lhardy a la Puerta de Toledo, todo me resultaba a la vez viejo y nuevo. Como le ocurre al maestro Vargas Llosa, tan aplicado que se ha leído toda la obra del isleño en poco más de año y medio, prefiero a Balzac, pero en todo caso estamos hablando de gigantes. Y de uno tan consciente de la ética de su trabajo que nunca se creyó “superior a sus lectores”, según creía Cernuda. El resultado de ese trabajo-placer es La mirada quieta (de Pérez Galdós) (Alfaguara), un ensayo que habla tanto de Galdós —a menudo dejando un rastro de saludable controversia— como de ese admirable lector, crítico y narrador que es el propio Vargas. Respecto al Madrid galdosiano, considerado por el novelista canario un microcosmos un poco provinciano del mundo, recomiendo un libro que conviene llevar en el bolsillo en los paseos por la ciudad: Los Barrios Bajos de Madrid según Galdós (Reino de Cordelia), del ultragaldosiano (y republicano) José Esteban (fotos de Antonio Tiedra), en el que se explora los rincones, calles, ámbitos y tipos humanos de una ciudad que aún no había acabado de desperezarse del todo.

3. Masones

Todo cuanto usted quería saber sobre la masonería y no encontraba dónde encontrarlo. Así podría subtitularse La orden (Debate), de John Dickie, a quien ya conocíamos por sus trabajos sobre la mafia. Instructivos capítulos sobre los inciertos orígenes y modalidades nacionales, sobre la estructura de las logias, sobre sus liturgias y parafernalia, sobre las relaciones de los masones con las dictaduras, sobre el franquismo y el pretendido contubernio de masones, judíos y comunistas. En fin, un trabajo bien investigado, entretenido y revelador.

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