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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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Libros de tomo y lomo

Nada me gustaría más que la próxima 80ª Feria del Libro de Madrid saliera bien. A los expositores y a la organización les va mucho en ello

Manuel Rodríguez Rivero
'Sin título', fotografía de Chema Madoz.
'Sin título', fotografía de Chema Madoz.© Chema Madoz; VEGAP; Madrid; 2021

1. Frida

Cuando tengo que referirme a libros publicados hace tiempo, prefiero citarlos en su edición de bolsillo, si es que ya se han (re)editado así. No siempre lo consigo: unas veces por despiste, otras porque la edición normal no resulta tan cara y la de bolsillo se hace esperar (eso es lo que le pasó a Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos), otras porque el diseño y puesta en página merecen la recomendación (un ejemplo evidente: Último round, de Cortázar, en la edición original de Julio Silva, 1969). Aun así, todavía siento pudor e inhibición a la hora de citar libros caros: pienso que, por principio, ningún libro debería costar más del 1% del salario mínimo interprofesional, algo de lo que pocas novedades pueden presumir; pero eso no deja de ser un deseo tontiloco, porque cada libro tiene un coste que se refleja en el escandallo, a partir del que los editores fijan su precio y su posible margen. Todo lo anterior viene a cuento de que el libro al que voy a referirme es caro. Y también una joya. A menudo Taschen, que probablemente posea uno de los catálogos más onerosos del planeta, publica una de esas obras que uno no debería llevarse a una isla desierta, ni tampoco dejar dormitar ostentosamente en la coffee table del salón. Frida Kahlo. Obra pictórica completa (edición de Luis-Martín Lozano), publicada en español por la editorial de Benedikt Taschen, tiene 642 páginas, mide 29 × 40 centímetros, pesa 5,4 kilos y cuesta 150 euros. En cuanto al contenido, se trata de un impresionante (y nada manejable) vademécum de la gran artista mexicana, cuya obra ha crecido en estima popular y crítica a lo largo del tiempo. Ignorada primero, olvidada después, Kahlo se convirtió en un mito pop en los setenta y ochenta, cuando las mujeres ya estaban saliendo en tropel del armario en que estaban encerradas. Sus ropajes indigenistas, su bozo deliberadamente cultivado y sus cejas juntas y sin depilar contribuyeron a popularizar su imagen icónica y natural. Un icono del sufrimiento, también; como Kahlo explicó a Breton, a quien fascinaba su obra, ella no era surrealista, porque no pintaba sus sueños, sino su vida. Además del trágico accidente que le quebró la columna vertebral por tres sitios, y por el que tuvo que someterse a una treintena de operaciones a lo largo de su vida, Frida padeció enfermedades, amputaciones, abortos, intentos de suicidio. Eso, por solo referirme a los padecimientos físicos. Una de las raíces —y desde luego el motor— de su pintura es ese sufrimiento. No, Frida era más que surrealista: si rastreamos influencias, tenemos que referirnos a la cultura popular mexicana, al expresionismo tardío, al realismo de los muralistas, a los pintores de la Nueva objetividad (Schad, Dix). A Frida la acercó Tina Modotti al Partido Comunista de México, donde conoció a Diego Rivera, otro militante con el que se casó (dos veces) formando en ambas un cóctel explosivo, a la vez adúltero y entrañable. En el libro se reproducen, además de sus 152 pinturas —casi todas son o tienen algo de autorretrato, algunos terribles—, un conjunto impresionante de fotografías a cargo de artistas como William Weston, Imogen Cunningham, Dora Maar, Manuel y Lola Álvarez Bravo, Lucienne Bloch. Además se incluye una antología de sus cartas, una extensa bibliografía y un catálogo razonado de cada una de sus pinturas. Miren, ya sé que es caro y que no está el horno para (más) bollos, pero tenía que contárselo.

2. Dos eventos

Nada me gustaría más que la próxima 80ª Feria del Libro de Madrid (del 10 al 26 de septiembre) saliera bien. A los expositores y a la organización les va mucho en ello. Manuel Gil, el director, no puede ser más optimista: he leído sus declaraciones en el Publishers Weekly en español, una de las publicaciones patrocinadoras del evento (y de cuyo consejo editorial, por cierto, Gil forma parte), y se muestra seguro y esperanzado. Las medidas anticovid implementadas ofrecen credibilidad suficiente, y debo decir que hasta la página web de este año funciona bien: incluso se publica con antelación la lista de firmantes. No creo que, tras los gastos veraniegos y la vuelta al cole, haya puñaladas para visitarla, pero ya veremos. En cuanto a Colombia, el país invitado, todavía nadie ha sabido informarme con certeza acerca de los escritores que vendrán, pero sospecho que no se espera a algunos muy admirados aquí, como Héctor Abad Faciolince, Laura Restrepo, Juan Gabriel Vásquez o Santiago Gamboa. Un segundo evento al que estar atento en Madrid es la exposición Crueldad, una extensa muestra de la fotografía de Chema Madoz que han comisariado Juan Barja y Patxi Lanceros, y que podrá verse en el Círculo de Bellas Artes desde el 16 de septiembre al 21 de noviembre. La exposición explora el aura inquietante o siniestra (en el sentido que daba Freud a lo Unheimlich a partir del célebre relato de E. T. A. Hoffmann El hombre de arena) con que se presentan objetos cotidianos y aparentemente “inocentes” cuando cambia el énfasis de la mirada o se “complementan” con otros elementos que resaltan esas latencias imprevistas, provocando en el espectador una gama de reacciones que van desde la sorpresa a la reflexión, pasando por la sonrisa o el desconcierto. En las fotografías de esta exposición que huye del espectáculo pueden rastrearse, claro, influencias de Man Ray y los dadaístas, y una poética que remite aquí y allá al maestro Joan Brossa: más que cruel, inquietante. Cada fotografía se acompaña de un breve texto de autor que también se integra en el juego del conjunto. El catálogo, con toda la obra expuesta y los textos, lo publica La Fábrica.

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