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Fernando Martín Peña: la memoria del cine argentino en 8.000 rollos de celuloide

Dueño de una colección de 8.000 filmes, este archivista, historiador y profesor cuenta en el libro ‘Diario de la Filmoteca’ el trabajo de su vida: rescatar y divulgar el cine que nadie se encarga de cuidar en su país

Fernando Martín Peña en la sala de proyección de su casa, en Buenos Aires, el pasado 21 de abril.
Fernando Martín Peña en la sala de proyección de su casa, en Buenos Aires, el pasado 21 de abril.Valentina Fusco
José Pablo Criales

El santo grial del cine estuvo escondido en Buenos Aires durante 80 años. Metrópolis, la fábula anticapitalista de Fritz Lang, se estrenó censurada en la Alemania de 1928 tras pasar por las tijeras de las distribuidoras. Dio media vuelta al mundo, su éxito fue discreto, y en eso llegó la Segunda Guerra Mundial. Muerto Adolf Hitler en un país partido en dos, reconstruirla como la concibió su director parecía imposible.

La idea de que la versión más fiel a la película original podía estar en Argentina empezó anidar en la cabeza de Fernando Martín Peña a finales de los ochenta. Empezó por una anécdota que le contó el crítico Salvador Sanmartiniano: una vez, hacía años, había presenciado una proyección de Metrópolis que le pareció más larga de lo normal. Ese rollo, según descubrió Peña casi 20 años después, había llegado a Buenos Aires a finales de los años veinte. Tras su estreno en teatros, pasó a manos de un coleccionista. Este la dejó en herencia a una institución del Estado y, de esta, pasó a otra. Los 25 minutos inéditos que fueron noticia internacional en 2008 habían pasado décadas juntando polvo en una caja.

Argentina nunca tuvo, en todo ese tiempo, un archivo nacional que resguarde su patrimonio audiovisual, y Peña tuvo que pedir durante años a distintos museos y archivos una autorización para poder ver el tesoro de Fritz Lang. No ha sido su única búsqueda. Historiador de cine, profesor universitario, archivista y divulgador, Fernando Martín Peña (Buenos Aires, 58 años) ha dedicado casi toda su vida a coleccionar rollos de fílmico en Buenos Aires. En su casa, a las afueras de la ciudad, acumula más de 8.000 películas originales que resguarda en una torre climatizada de dos pisos. El trabajo de esa vida lo narra en Diario de la Filmoteca (Blatt & Ríos, 2023), donde resume a manera de diario un año dentro de ese archivo, uno de los acervos culturales más importantes del país.

Peña, en una de las plantas de su archivo en Buenos Aires.
Peña, en una de las plantas de su archivo en Buenos Aires.Valentina Fusco

“Argentina es un país muy cinéfilo. Pero tiene una paradoja fundacional”, cuenta Peña. “Acá tenés una producción gigante, muy buena, que el público conoce poco y después se pierde. Las tres patas del hecho cinematográfico tendrían que ser producción, difusión y preservación. La comunidad cinematográfica pide plata para producir, pero nunca para preservar y difundir. Nadie cuida eso que se produce, esa parte de la cultura que, en esto estamos todos de acuerdo, define nuestra identidad”.

El Gobierno argentino declaró por ley la “emergencia del patrimonio fílmico” en 1999 y tardó 11 años en reglamentar la creación de un archivo que jamás se creó. Algunas películas sobreviven en el Museo del Cine de Buenos Aires y en los sótanos del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, pero según narra Peña no hay ningún relevamiento sobre lo que todavía sobrevive en esos depósitos. “Hemos perdido el 50% del cine sonoro argentino, y ni hablemos del mudo. Es casi el 90%”, afirma. “Se está haciendo muy tarde. Si no hay nunca una cinemateca nacional, el problema va a dejar de existir porque nos estamos quedando sin algo que cuidar”.

Diario de la Filmoteca no es una diatriba contra la falta de políticas públicas. Es, más bien, un relato sobre descubrir y compartir cine. Peña cuenta que su fascinación comenzó a los ocho años. “Mis juguetes eran un Winco y un proyectorcito a manivela en el que pasaba tres películas mudas de no más de dos minutos que tenía mi padre, que trabajaba en una agencia de publicidad. Me traía los comerciales que veía mudos, pero como los estaban pasando todo el tiempo en la TV, ya sabía cuál era el sonido”, recuerda. “Cuando vos tomabas la película, veías las imágenes fijas. Pero las metías en este aparato y se movían. Para mí era extraordinario, algo totalmente misterioso. Todavía me produce la misma fascinación que a esa edad”.

El rollo de una película en el archivo de Peña.
El rollo de una película en el archivo de Peña.Valentina Fusco

Su Filmoteca fue un esfuerzo conjunto con su amigo Octavio Fabiano, con quien empezó a coleccionar a principios de los noventa. “Nos dimos cuenta de que, en Argentina, algo que era habitual en los setenta se estaba perdiendo: la televisión abierta solía pasar todas las tardes dos películas clásicas y ya no era tan habitual”, cuenta. “Empezamos a ver que todo el tiempo aparecían a la venta copias y decidimos comprar todo lo argentino o toda película extranjera que tuviese un argentino metido adentro. La teníamos que comprar porque lo más probable era que no la íbamos a encontrar nunca más. Si no lo hacíamos nosotros, no lo iba a hacer nadie”.

En el libro se mezclan relatos sobre el primer gran archivo que compró junto a Fabiano, unas mil películas que consiguieron de un coleccionista en 1991 con los ahorros de su primer buen sueldo, o el descubrimiento de algunas joyas. Peña narra el descubrimiento de una copia de un clásico del cine soviético, el Acorazado Potemkin de Serguéi Eisenstein, en un local del centro de Buenos Aires en plena dictadura militar, o cómo rastreó durante años las 15 películas que dirigió Hugo del Carril, un actor y cantante de tangos que fue censurado como director de cine por su cercanía con Juan Domingo Perón.

El libro nace de una serie de apuntes que tomó durante un programa de televisión que comenzó en el año 2000 junto a Fabiano. Filmoteca es un clásico de la televisión de trasnoche en Argentina que Peña presentó junto a Fabiano hasta su muerte en 2003, y con el crítico Fabio Manes hasta 2014. Las anotaciones que hacía para presentar las películas en televisión o en los clubes que ha dirigido durante toda su vida dieron pie al relato. “Es un libro vitalista”, cuenta Peña. “Lamentablemente, tengo que ver muchas películas solo, para revisar que estén bien, pero lo primero que pienso es dónde puedo proyectarlas. La experiencia irremplazable es tener una sala llena”. Lo dice una persona con una sala de cine con veinte butacas en su casa.

Antiguo director de los festivales de Buenos Aires y Mar del Plata, Peña prefiere la palabra archivista antes que coleccionista. “Esto no tiene sentido si no se muestra”, cuenta mientras recorre una de las plantas de su acervo. Hace unos meses programó un ciclo en honor a Jean-Luc Godard en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, donde se encarga de la programación de cine, que agotó las entradas de un mes en la primera semana. Proyectó películas originales de su archivo. Hace lo mismo en otros centros culturales de la ciudad y todos los martes en un bar del barrio de Almagro, donde proyecta dos películas sorpresa a sala llena. “Disfruto mucho de mi trabajo. No me gusta que me pregunten si siento frustración porque no hay una filmoteca nacional. Yo hago todo lo posible y cuido mis películas. Cuando me muera irá al Estado. Y que se arreglen”.

–¿Y la digitalización no hace que todo esto sea en vano?

– Lo digital es extraordinario para la difusión. Cuando yo estudiaba la historia del cine leía sobre películas que sabía que nunca iba a poder ver. Ahora los chicos tienen un acceso que mi generación no tuvo. Pero lo digital está en estado de permanente cambio. El fílmico no, si vos tenés una copia de 35 milímetros la guardas y es eterna. Si la guardas bien, ¿no?

Fernando Martín Peña, en la sala de proyecciones de su casa de Buenos Aires.
Fernando Martín Peña, en la sala de proyecciones de su casa de Buenos Aires.Valentina Fusco

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José Pablo Criales
Es corresponsal de EL PAÍS en Buenos Aires. Trabaja en el diario desde 2019, fue redactor en México y parte del equipo de la mesa digital de América. Es licenciado en Comunicación por la Universidad Austral y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS.

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