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Opinión
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Democracia en Latinoamérica
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Latinoamérica: ¿de qué democracia estamos hablando?

El informe anual de Latinobarómetro califica la situación en la región de “recesión democrática”, una consecuencia de los personalismos, la corrupción y las presidencias interrumpidas

El presidente de El Salvador, Nayib Bukele
Nayib Bukele inspecciona a los reclutas que se han unido a las fuerzas armadas en El Salvador.Camilo Freedman (Europa Press)
Diego García-Sayan

La debilidad creciente de nuestros regímenes democráticos latinoamericanos y el bajo apoyo a la democracia es una constatación que, por sí sola, no sorprende mucho. Está contenida en el excelente informe anual de Latinobarómetro, publicado hace dos semanas. Precisa la calificación medular sobre la situación en la región: “recesión democrática”. Se refiere el informe con ello al “declive y vulnerabilidad al que han llegado los países de la región después de una década de deterioro continuo y sistemático de la democracia”.

Lo de la “recesión democrática” se sustenta en el informe principalmente en tres ingredientes que atravesarían la mayoría de procesos políticos latinoamericanos actuales: los personalismos, la corrupción y las presidencias interrumpidas.

Los personalismos ―que también se podrían llamar “caudillismos”― se ilustran apuntando a países y situaciones concretas. Menciona nombres quienes desde el poder buscarían cambiar las reglas para favorecer a su partido: Rafael Correa (Ecuador), Evo Morales, (Bolivia), Bukele (El Salvador) y Andrés Manuel López Obrador (México).

Lo segundo sería la corrupción. Con 21 presidentes condenados por corrupción en nueve países, este hecho contante y sonante denigra la voluntad popular. Lo tercero serían los mandatos presidenciales interrumpidos (veinte) por diversos motivos en nueve países, desde corrupción hasta abandono de deberes, destitución por el Congreso o clamor popular.

Una fotografía de la realidad revela, pues, dinámicas que han ocupado un espacio particularmente protagónico en los procesos políticos latinoamericanos. Por sí solos, sin embargo, no explican ni son suficientes para dar contenido a la referida “recesión democrática” actual: muchas de estas lacras no son recientes sino de larga data. Se podría decir, en efecto, que personalismos, corrupción e inestabilidad política (los “mandatos interrumpidos”) han sido una constante en una mayoría de los países latinoamericanos en los últimos 50 años o más. “Pan de cada día” podríamos decir en un continente que ha tenido gobernantes como Somoza, Pinochet, Trujillo, Odría o Fujimori.

Sin perjuicio del debate que se puede tener sobre lo anterior, acaso el aspecto medular en el mismo informe es el de las percepciones ciudadanas en una situación compleja como la actual. La propia conceptualización de “democracia” aparece en cuestión a la luz de algunas de las percepciones prevalecientes. Resulta que, en el fondo, la encuesta arroja la gran pregunta de qué entiende el grueso de la población por “democracia” y qué espera de ella.

En ese orden de ideas, lo de la “satisfacción con la democracia” y el “apoyo a la democracia” traduce percepciones y conceptos entre amplios sectores de la población que tienen que ver más con experiencias de la vida diaria que con definiciones conceptuales sobre equilibrio de poderes y demás.

En lo de “satisfacción con la democracia”, por ejemplo, el resultado de la encuesta, leído por sí sólo, resulta extraño y hasta contradictorio pues apunta, más bien, a respaldar con lógicas autoritarias que suenan “eficaces”. Nada menos que El Salvador de Bukele es el país latinoamericano donde se registra mayor “satisfacción con la democracia” (64%), duplicando el promedio regional del 28%. El Perú, con 8% (el único país con un solo dígito), se ubicaría en el último lugar.

Así, en un país gobernado por un presidente que abiertamente desafía las reglas constitucionales para postular a una prohibida reelección inmediata, parecería haber más “satisfacción con la democracia” que en cualquier otro, incluidos países particularmente estables en su civismo como Uruguay o Costa Rica, por ejemplo.

Otro asunto vinculado al anterior sería el del “apoyo a la democracia”, en el que la tendencia ha venido siendo menguante. Los años de especial crecimiento regional (2004-2008) impactaron en el apoyo a la democracia, asunto que, por sí mismo, no debería sorprender. En 2023 solo el 48% apoya la democracia en la región, disminuyendo 15 puntos porcentuales desde el 63% de 2010. Esto está determinado, en buena medida, por los ciclos y crisis económicas. Dentro de ese proceso, los países con mayor disminución en el apoyo a la democracia son Venezuela (-12%), Costa Rica (-11%) y Guatemala y México (-8%).

Vistas así las cosas en torno a estos dos asuntos ―satisfacción con la democracia y apoyo a la democracia― salta a la vista la interrogante de qué se entiende por “democracia”, cuando en torno a ella se puede expresar “satisfacción” o “apoyo”. Hubiera sido interesante que hubiera una pregunta apuntando, acaso, a algo tan elemental como qué entienden las personas encuestadas por democracia. Sin duda allí podría estar la clave de la cuestión.

Pongamos el ejemplo de El Salvador y de su presidente autocrático. Con la más alta “satisfacción con la democracia” y con más de 90% de aprobación al presidente Bukele, podría ser un indicador de qué se entiende por democracia en muchos sectores. No parece entenderse por ello equilibrio de poderes ―los “checks and balances”― o el respeto de la Constitución.

Esta satisfacción con una lógica autoritaria se acerca más a resultados concretos que la gente percibe, como la disminución de la criminalidad, por ejemplo, un hecho notable en El Salvador, el país donde se registraría mayor satisfacción con la democracia. Un sustrato de identificación con lógicas autoritarias, pues, es lo que asoma. Algo que, por lo demás, no es nuevo en la historia pues muchos dictadores ―desde Mussolini en Italia, hasta Trujillo en la República Dominicana― gozaron en su momento de gran respaldo popular.

En el mismo orden de ideas, al situarse al Perú en la encuesta en el otro extremo y su misérrimo 8% de satisfacción con la democracia, probablemente lo que se está revelando en las respuestas es algo que apunta, en realidad, a algo más de fondo. En el Perú, la democracia, con todos sus problemas, no ha sido aún borrada del mapa como en El Salvador, aunque sufre una crisis grave por institucionalidad colapsada y no arroja resultados concretos en el bienestar, la seguridad ciudadana u otra necesidad social imperiosa.

De manera que, avanzando más allá de lo aparente, la recesión democrática tiene que ver no sólo con aspectos formales de institucionalidad sino con requerimientos y urgencias cotidianas de amplios sectores de la población. De no encontrar un cauce dentro de la institucionalidad democrática, son terreno fértil para proyectos y procesos autoritarios y caudillismos que pueden encontrar una percepción favorable entre la población, como lo demuestra el proceso salvadoreño actual. Hay que preguntarse, sin embargo, sobre la sostenibilidad de percepciones favorables como esa en un contexto de demolición institucional y de decisiones verticales que difícilmente se pueden sostener en el tiempo, o de hacer invisible la concentración y abuso de poder como factor que afecta a toda la ciudadanía.

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