La batalla para que el asesinato de la payasa Miss Jujuba sea juzgado como feminicidio
La familia de la artista itinerante venezolana asesinada en Brasil moviliza al Ministerio de las Mujeres, organismos diversos y activistas para que se haga justicia
Julieta Hernández Martínez, una mujer que creía firmemente que el arte puede transformar el mundo y por eso recorría con su pequeño show el Brasil más profundo en bicicleta, yace desde hace seis meses en una sepultura en Puerto Ordaz (Venezuela), la ciudad donde creció. Cuando se ponía la nariz roja, era la payasa itinerante Miss Jujuba. La artista, de 38 años, fue cruelmente asesinada la noche del pasado 22 de diciembre mientras cruzaba a pedales la Amazonia brasileña rumbo a Venezuela. Una pareja se ensañó con ella y la mató en la espartana posada de una ciudad llamada Presidente Figueiredo donde paró. Su cadáver, su bicicleta, su teléfono móvil y otras pertenencias fueron localizados gracias a que, en cuanto dejó de responder a los mensajes, su familia y sus colegas del circo se movilizaron. Enviaron una delegación hasta allí para presionar a las autoridades locales y lograron que la buscaran.
Esa alianza ha emprendido ahora otra batalla, liderada por su hermana, Sophia Hernández, 37 años, para que este asesinato sea juzgado como un feminicidio, no como un robo seguido de muerte, como pretende la fiscalía. Un abogado veterano en litigios de derechos humanos, el brasileño Carlos Nicodemos, ha asumido el caso y solicitado formalmente ese cambio. Lograr personarse como acusación ha sido tarea ardua.
Su asesinato puso el foco en los peligros que acechan las mujeres que viajan solas y en la precariedad que acompaña a los artistas itinerantes.
“Lo que le pasó a mi hermana no fue un robo. No la mataron por un celular. [Los asesinos] escondieron sus objetos para ocultar el crimen. Nunca desbloquearon el teléfono”, explica desde Caracas en una entrevista por videollamada Hernández, directora de fotografía y de arte. “Fue un acto de tortura, xenófobo. La violan, la matan y la esconden”, añade. El Ministerio brasileño de las Mujeres coincide con esa tesis y apunta al feminicidio en una nota oficial: “La violencia contra Julieta Hernández presenta características de un crimen misógino y xenófobo, de odio hacia la artista circense como mujer y como migrante”.
La fiscal del caso discrepa. La hermana de la víctima la conoció en persona el pasado día 12, cuando logró llegar hasta Presidente Figueiredo para reunirse con autoridades locales y visitar la escena del crimen. Cuenta que la representante del Ministerio Público les espetó a ella y a su abogado: “No entiendo ese capricho de considerar lo sucedido un feminicidio”. La fiscal Fabia Melo Barbosa de Oliveira fue más allá, según el relato de Hernández. “Nos dijo que la ciudad es muy segura y que Julieta se metió con quien no debía, revictimizándola de nuevo”, detalla indignada y dolida.
Miss Jujuba llevaba años recorriendo los caminos. Ya pedaleó hasta la Patagonia, ida y vuelta. En su vida sumó como 45.000 kilómetros, según su familia. En la ruta, actuaba, daba talleres de títeres, escribía, dibujaba, intercambiaba saberes y experiencias con artesanos locales sin dejar de participar de la tupida red de colaboración tejida por los artistas callejeros itinerantes.
Que se haga justicia es una tarea colectiva. Hernández y su madre, Julia, una ingeniera civil jubilada de 75 años, visitaron Brasil en marzo en busca de apoyo político para que el caso no se cierre en falso. Este mes, la hermana regresó. Viajó hasta la Amazonia arropada por el abogado Nicodemos, por dos altas funcionarias del Ministerio de las Mujeres del Gobierno Lula, cuenta con apoyo de la União Brasileira de Mulheres, una organización feminista, y del Fondo de Acción Urgente, otra entidad feminista latinoamericana, que financió el viaje. Entre una y otra visita, se han reunido con decenas de políticos, activistas, organismos oficiales...
Presidente Figueiredo, a 150 kilómetros al norte de Manaos, es una ciudad de 37.000 habitantes bautizada en homenaje a un general-presidente de la dictadura con un parque natural que atrae turistas a sus cascadas. La familia de la payasa sospecha que “las autoridades locales quieren cerrar el caso cuando antes, como si allí no hubiera pasado nada”. Los asesinos, Thiago da Silva, de 32 años, y Deliomara Santos, de 29, acusados también de violación y ocultación del cadáver, están encarcelados desde el arresto.
La noche del asesinato era la segunda que la artista nómada pernoctaba en la precaria posada, donde era la única huésped. El que la pareja que cuidaba del local tuviera cuatro niños pequeños le dio la suficiente confianza para quedarse, colgar la hamaca y dormir por dos dólares. Su plan inicial era parar una sola noche, cuenta su hermana. Gracias al celular y a las fotos que Miss Jujuba iba depositando en la nube ha podido reconstruir la fatal velada. “Les compra leche y alimento a los críos y decide quedarse una noche más. Se saca fotos acariciando a los niños en el lugar del crimen. Antes de ir a la plaza para actuar, se hace un selfie frente a la hamaca…”. Después marcha a poner en escena su espectáculo, regresa al alojamiento y “conversa con mi madre hasta las 00.47. Ahí se le pierde el rastro”.
La policía de Presidente Figueiredo apuntó desde el principio al teléfono como detonante de la brutal agresión. Miss Jujuba acababa de comprárselo con aportaciones de sus seguidores porque en el siglo XXI es indispensable en el kit del artista itinerante, amplía el público y permite recibir pagos instantáneos de quien no lleva efectivo. El aparato fue hallado cerca del cadáver. De hecho, los asesinos ni siquiera entierran el cuerpo, lo envuelven en una alfombra, lo tapan con unas ramas y, remata la hermana, “no intentan vender nada, siguen con su vida”.
La familia también logró recuperar y ahora atesora el cuatro (una guitarrita típica de Venezuela) que se había fabricado siguiendo las indicaciones de un lutier, la bicicleta, que un vecino robó y devolvió vista la repercusión y la nariz roja. “Lo primero que apareció”, recuerda emocionada la pequeña de las Hernández. También localizaron una estampita de san Francisco de Asís, patrón de los animales, que acompañaba a la artista formada como veterinaria, que cambió la consulta por una nariz roja y una bici. Sus zapatos de payasa y sus ropas de actuar nunca aparecieron.
Cuando llegaron al local de la agresión quedaron estupefactos. “Lo más atroz es que está rodeado de muchas casas, casas que no tienen ventanas. La cocina en la que la matan es abierta… Los primeros a los que deberían interrogar es a los vecinos”, afirma. La brutalidad del crimen —la violaron y quemaron antes de matarla— induce a pensar que los gritos llegaron lejos. Hernández considera intolerable que la policía solo haya interrogado a los asesinos confesos y al tipo de la bici.
Sophia Hernández o Sophia, la Roja, su nombre profesional, vivía en Marsella hasta que el asesinato sacudió para siempre su vida y la de su madre. En estos siete meses no ha regresado a su hogar en Francia. Dar la batalla por su hermana es ahora su misión vital. “Cuando vi que, si no hacía nada, los asesinos saldrían libres, decidí luchar para que se haga justicia por Julieta y por todas las mujeres”.
El mundo del circo, pequeño y combativo, está muy organizado. El intercambio de información y consejos sobre rutas, albergues y el público más agradecido, es constante. Esa red fue crucial en enero para dar la alarma en redes sociales, movilizar a la opinión pública y que la policía de Presidente Figueiredo reaccionara.
Hernández está convencida de que, si no fuera por eso, poco ánimo había de buscar al enésimo desaparecido. “A Julieta no la buscaron nunca, era extranjera, no querían que esto saliera a la luz, querían cerrarlo rápidamente”. También tocará de nuevo la puerta del Gobierno de Venezuela, que se comprometió a ayudarles con el caso.
Miss Jujuba fue enterrada junto a su padre, Víctor, un dibujante y poeta que legó a sus dos hijas el amor por el arte. La pasión por viajar y ser independientes la heredaron de su madre.
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