Jaime Saade, retrato de 26 años de fuga y vida familiar en Brasil del asesino de Nancy Mestre
EL PAÍS viaja a Belo Horizonte y reconstruye las últimas décadas del acusado: cómo consiguió ocultarse en Brasil y construirse una nueva vida como padre de familia y empresario sin levantar sospechas ni ser descubierto
Esta empresaria brasileña con las uñas pintadas de lila jamás olvidará aquel martes, poco antes de la pandemia, en que la vida de su familia se hundió en un instante. El cuidadosamente guardado secreto saltó por los aires. Su marido había salido a trabajar, como siempre, en la lavandería que abrieron juntos en Belo Horizonte (Brasil). “Me llamó y me dijo ‘me han atrapado’. En ese momento, la vida se desmoronó. Le dije, ‘no te vamos a abandonar. Lucharemos por tu inocencia”, cuenta M. D. a EL PAÍS durante una entrevista en una terraza de esa ciudad un sábado reciente. La policía brasileña arrestó a Jaime Enrique Saade Cormane, colombiano de 60 años, tras una petición de Interpol para cumplir una antigua condena por asesinato. El temor que siempre los acompañó se materializaba; sus vidas jamás serían anodinas y discretas como hasta ahora. Saade entró en la cárcel.
El secreto que él le contó muchos años antes, cuando aún no hablaba portugués y eran unos novios que emprendían una vida juntos, estaba de repente en titulares de prensa de Colombia y de Brasil.
Comenzaba una pesadilla para la familia que M. D. y Saade construyeron; mientras, un octogenario de Barranquilla celebraba la ansiada recompensa a un tesón extraordinario. El hombre que salió con su hija, Nancy Mestre, a celebrar la Nochevieja de 1994 y fue condenado en 1996 por asesinarla, estaba preso. El fin de tres décadas de huida. La veterana comisaria de la Policía Federal brasileña que dirigió la operación para localizar y detenerlo, Fátima Bassalo, pensó, misión cumplida.
M. D. acepta conversar porque quiere dar su versión de caso que ha marcado desde aquella Nochevieja a la familia de la víctima, obviamente, pero también a la suya, la del condenado por matarla. La empresaria está convencida de que su marido fue injustamente condenado —”buscaban un culpable, un chivo expiatorio”, “creo que estaba con la persona errónea en el momento erróneo”—. Y sostiene que el proceso judicial tiene graves irregularidades. ”Es un excelente padre y marido. Un gran amigo. Quiero resaltar eso. Una persona extremadamente cariñosa, muy bueno con los trabajadores. Un hombre muy familiar”.
La comisaría Bassalo, jefa del núcleo de cooperación internacional de la Policía Federal en Minas Gerais, confirma que “tenía una vida normal. Familia, trabajo. Nada que pudiese llamar la atención”.
La mujer de las uñas lilas está expectante porque el domingo por fin va a poder visitar a su marido en la cárcel. Será la primera vez que se vean desde la segunda huida, brevísima, nada comparado con la otra.
Cuando el Tribunal Supremo de Brasil aceptó, el pasado abril, extraditarlo (revocando una sentencia anterior), Saade Cormane tentó la suerte a la desesperada ante la perspectiva de pasar el resto de su vida tras las rejas. Con ayuda de parientes de su esposa, se buscó un escondite playero en la costa brasileña que la Policía Federal y la inteligencia de la Policía Militar de Minas Gerais localizaron. Volvió a prisión, donde sigue a la espera de ser entregado. “Está triste, deprimido, es un momento difícil, no nos vamos a hundir”.
A mediados de los noventa, Saade se instaló en Belo Horizonte. Para su esposa, sus hijos y sus amigos, siempre fue Henrique dos Santos Abdala. Esta es la historia sobre cómo consiguió ocultarse en Brasil y construirse una nueva vida como padre de familia y empresario sin levantar sospechas ni ser descubierto. Empieza poco después de aquella Nochevieja que acabó con Nancy herida de muerte por una bala. Días después, falleció. Tenía 18 años.
Por qué Brasil
Como tras la muerte de Nancy huyó de Barranquilla, Saade fue juzgado en rebeldía. La pena de 27 años de prisión por asesinato le persigue desde entonces. Nadie sabe con exactitud cuándo o por dónde cruzó la frontera, pero rápidamente consiguió una nueva identidad y, con ello, la llave para una nueva vida. De prófugo. ¿Por qué Brasil? Porque aquí tenía y tiene un hermano, médico, que en la actualidad dirige un hospital oncológico. Gracias a un falso certificado de nacimiento a nombre de Henrique dos Santos Abdala, nacido en Amazonas, consiguió documentos para moverse cómodamente por Brasil y su burocracia, desde el imprescindible número de identificación fiscal al carné de conducir o el título de elector, según descubrieron los investigadores brasileños.
M. D. usa iniciales para proteger a su familia y su negocio. Cuenta que se conocieron en Belo Horizonte, en casa de un amigo común. Cuando la relación fue seria, él le dijo que tenía algo que contarle. “Me quedé en shock. Es muy triste. Pero vi que sus palabras eran sinceras. En aquel momento entendí que Dios me había puesto en la vida de él para apoyarlo, creyendo en su inocencia”.
La familia
En 1996 dieron la bienvenida al primer hijo. Cuando Saade lo inscribió en el registro, dejó una valiosa pista, el hilo del que la Policía Federal tiró para deshacer la madeja de su tapadera y localizarlo. Al inscribir al bebé —hoy un veinteañero con dos licenciaturas ligadas al mundo empresarial—, rellenó la casilla del padre con su nombre real. A la comisaria Bassalo aquel detalle siempre le llamó la atención. Hasta para alguien sin placa policial, resulta extraño. “Sí, nos preguntamos por qué usaría su nombre verdadero para registrar al hijo. Cuando lo detuvimos la ultima vez nos dijo que lo hizo porque es de una familia con posesiones en Colombia”. El nombre como puerta a una herencia. La niña llegó en 2003. Ahora es una estudiante que ayuda a su madre a gestionar el negocio familiar.
Mientras en Brasil, la pareja ampliaba la familia, el señor Mestre se dedicaba, con empeño y paciencia infinitos, a buscar desde Colombia al asesino convicto de su hija. La misión de su vida.
Este caso tiene espectaculares giros de guion. Primero, el arresto del fugitivo 26 años después del asesinato, cuando solo el incansable padre de Nancy mantenía la esperanza. La euforia inicial dio paso a un proceso de extradición que culminó en una profunda decepción (para Mestre y la policía) porque el Tribunal Supremo brasileño rechazó la petición de Colombia. Súbitamente, Saade era un hombre libre en Brasil. “Cuando retomó la vida social, ni un amigo le dio la espalda. Todos le dijeron ‘creemos en tu inocencia”, asegura M.D.
Pero el octogenario colombiano no había llegado hasta ahí para rendirse en el último trecho, así que recurrió la sentencia del alto tribunal brasileño. Y esta vez, sorpresa mayúscula, el Supremo aceptó la extradición. Nadie entre las diversas fuentes consultadas recuerda otro caso de extradición en Brasil en el que los jueces cambiaran así de opinión. Para M.D. ese giro de 180 grados y que aceptaran el recurso del padre “cuando solo los países pueden apelar” es la demostración del doble rasero y la persecución de su marido. El proceso de extradición “tiene que ser de Estado a Estado, no pueden intervenir terceros”, afirma la empresaria. “La ley debe ser para todos, no a la medida de un caso”.
Cuando los hijos tuvieron una edad, sus padres les contaron el secreto. Y siguieron con su vida, la de cualquier otra familia brasileña de clase media con una pequeña empresa. “Hemos pasado muchas dificultades, hemos peleado mucho, con mucha lucha construimos nuestra empresa y nos han dado muchos golpes”, cuenta M. D.
Siempre fueron una piña. Confiesa que el temor a que fuera descubierto les acompañó día y noche. “Siempre tuvimos miedo y recelos por el rumbo que tomó la historia, por las mentiras que se han contado”.
Cuando la comisaria Bassalo reunió suficientes pruebas de que Abdala era Saade y lo localizó, ordenó a su equipo que lo siguiera. Les pidió que lo detuviera discretamente, ni en casa, ni en el trabajo, a medio camino.
El negocio
La empresa de lavandería sigue operativa. Los hijos han sustituido al padre en la gestión. Opera en una nave sin letreros de un anodino barrio de Belo Horizonte. Un reciente viernes varias mujeres colocaban kilos y kilos de sábanas y toallas en gigantescas lavadoras. Otra planchaba. La ubicación original del taller queda en un barrio cercano. Se trasladaron cuando Saade Cormane quedó libre en la primera decisión del Supremo. La lavandería nació en una callejuela de talleres y viviendas de una planta y verja. Entre el vecindario, mucho pariente de la señora Souza, que lleva aquí medio siglo. Atónita se quedó cuado la tele contó que el señor de la lavandería del final de la calle estaba detenido por un asesinato de 1994. “Me asusté mucho, claro. La verdad es que nunca hablé con ellos. Aquí no somos muy cotillas. No conversamos con extraños”, dice mientras barre la acera.
Al responsable de un taller vecino jamás le cayó bien pero nunca imaginó que fuera un delincuente o colombiano. Lo describe como “un bom vivant, quien se ocupaba de llevar el negocio era ella”. Recuerda las broncas con ellos cuando la lavandería operaba 24 horas al día y con tanta potencia que, alguna vez, hubo un pequeño incendio. O aquel día que “estalló un tanque de 20.000 litros y el agua llegó hasta la calle”, dice Zé Maria, nombre que elige para compartir sus impresiones.
Otro Zé, Zé Roberto, trabajó para M.D. y Saade. Primero, de manitas. Se encargaba de las reparaciones en el piso que tenían en un barrio de clase media en Belo Horizonte, de esos con torres valladas, aceras arboladas, un colegio y una cafetería a varias manzanas. Lugares donde poca vida vecinal se vislumbra. Con el tiempo, Zé Roberto entró en la empresa para recogidas y entregas a los hoteles y moteles —la solución de las parejas para tener unas horas de intimidad en esta ciudad pacata—.
Recuerda a su antiguo jefe como un tipo muy tranquilo. “Siempre nos respetó [a los trabajadores], la mujer era más rebelde”, apunta. “Cuando él desapareció [estaba detenido], ella nos dijo que estaba de viaje”. Zé Roberto se accidentó en plena pandemia, fue despedido, cuenta, y denunció a sus jefes en un litigio que sigue abierto. “No se han preocupado por mí”, se queja.
Hasta que el coronavirus paró el mundo, el negocio les debía ir viento en popa porque, según el antiguo empleado, la familia de Saade posee “una mansión con un terreno de mil metros” en un urbanización cerrada de una ciudad vecina, lo que en Brasil significa ascender de la clase media a la clase alta. Tenía un buen coche, un Fiat Toro, que según los testigos solo conducía Saade. Como su documentación brasileña fue anulada al ser descubierto, entre uno y otro proceso de extradición no podía conducir. “El hijo lo traía en el coche a trabajar”, recuerda Roberto, otro vecino de la lavandería.
Investigación, arresto y prisión
La exitosa investigación policial en Brasil fue bastante menos cinematográfica que algunas versiones que han circulado por ahí.
El caso llegó a la mesa de la comisaria Bassalo, a la unidad internacional de la Policía federal en Belo Horizonte, en mayo de 2019 de la mano de Interpol. “Era una petición de comprobación porque había indicios de que Cormane [se refiere a Saade por su segunda apellido] estaba aquí y tenía un hijo nacido en Belo Horizonte. Lo primero, investigar los registros”, revela en su despacho. ¡Bingo! El bebé constaba con el nombre real del padre.
Las huellas y el resto de los datos del fugitivo constaban en la alerta roja de la Interpol. La insistencia del octogenario padre de Nancy debió impulsar el interés de las autoridades colombianas e influir para que el expediente asomara la cabeza entre los miles de casos de prófugos que maneja a la policía, sean extranjeros en Brasil o brasileños en el exterior.
El nombre de la madre en el certificado les llevó hasta la empresa que el fugitivo fundó con su mujer y a su vivienda, donde había un señor de la edad de Saade Cormane. Bastó cotejar las huellas en poder de Interpol con las que Abdala puso en sus documentos brasileños. ¡Bingo de nuevo!
“Incluso sabiendo que es Cormane [Saade}, prófugo de Colombia, no puedo hacer nada aunque lo tenga delante. Eso es importante. Necesito una orden de prisión preventiva con fines de extradición del Tribunal Supremo”, explica la veterana policía.
Un martes antes de la pandemia —28 de enero de 2020— lo arrestaron. “Presentó el carné de conducir con el nombre falso. Dijo que se llamaba Henrique, lo que es verdad por los dos lados”. Lo primero que hizo su familia era demostrar su arraigo en Brasil y que era licenciado universitario (en Administración de Empresas), crucial para no ir con los presos comunes. Nueve meses estuvo encarcelado. Parte central del proceso para la extradición, si el caso había prescrito. Los jueces acordaron que no, pero rechazaron la solicitud de entrega a Colombia. “Para nosotros, pasó a ser un caso cerrado, aunque con mucha tristeza, claro”. Pero no. El padre de Nancy apeló la decisión. Y esta vez, prosperó.
El día de la vista en el Supremo, el pasado 18 de abril, fueron desplegados agentes por si los jueces aceptaban entregarlo. Y así fue que, esa tarde, Saade Cormane era de nuevo un hombre buscado. “Para entonces ya se había esfumado”, cuenta la policía. “Su esposa nos dijo que se había apartado para proteger a la familia. No era verdad”.
Y ahí empezó una metódica labor conjunta de la Policía Federal con los servicios de inteligencia de la Policía Militar de Minas Gerais. Mapearon a familiares de M. D., los movimientos de sus vehículos y empezaron a rastrear placas de matrícula captadas por radares en las autopistas a partir de Belo Horizonte y hacia estados vecinos.
Descubrieron que en sus últimos días como hombre libre visitó Uberlandia, donde la esposa tiene familia, y regresó un par de días a Belo Horizonte antes de que otro pariente lo llevara por carretera a Alagoas, un estado costero.
Recaló en Arapiraca y luego en Marechal Deodoro, un destino playero para el turismo brasileño e internacional. “Alquiló un apartamento. Es una ciudad pero no teníamos una dirección porque cruzamos placas que van por autovías. Así que desplegamos vigilancia”, revela Bassalo. Agentes de ambos cuerpos se apostaron en puntos estratégicos “porque todo el mundo va al supermercado, a una farmacia ¿sabe?”. Siguieron a tres sospechosos antes de dar con él. “Dejamos que se acercara a la casa, para localizarla. Justo antes de entrar, se percató de que lo seguíamos. Intentó correr, tiró la bolsa que llevaba y lo atrapamos. No reaccionó”, dice la comisaría. Y apunta con satisfacción: “Lo detuvimos el 1 de mayo. Estuvo fugado 13 días”.
La comisaría Bassalo está a la espera de recibir la orden de llevar al condenado por asesinato al aeropuerto para entregarlo a agentes colombianos. Su esposa lo visita en prisión mientras los abogados buscan cualquier resquicio en Brasil o Colombia que pueda evitarle las décadas de condena que tiene por delante. Tras tantos esfuerzos y vicisitudes, el octogenario padre de Nancy suspira por concluir pronto su misión. Y por fin descansar.
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