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ESEQUIBO
Columna
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Las amarguras de Lula con sus tropiezos en la defensa del Mercosur

El hecho de que Venezuela quiera anexar el Esequibo, territorio de Guayana, va a obligar al presidente brasileño a volver a su pasión de mediador mundial

El presidente de Brasil, Lula da Silva, con su homólogo de Venezuela, Nicolás Maduro
Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, junto a Lula da Silva, su homólogo brasileño, en una reunión en Brasilia, en mayo pasado.UESLEI MARCELINO (REUTERS)
Juan Arias

A Lula, que siempre fue un entusiasta del Mercosur, el tema se le está atragantando, lo que acaba poniéndole nervioso. Si no le hubiera bastado la victoria del ultra Javier Milei, enemigo declarado del Mercosur, también, Macron le acaba de dar un portazo días atrás negándole su apoyo al tan deseado acuerdo de la Unión Europea con Sudamérica. Y como postre amargo, le llega ahora de su gran amigo, Nicolás Maduro, el peligroso embrollo de Guyana con sus temores de la apertura de un nuevo conflicto bélico, esta vez a las puertas de Brasil.

No es un secreto que una de las pasiones de Lula fue siempre la política exterior, como ya se vio durante sus dos primeros mandatos en los que recorrió el mundo. Basta recordar que nada más ganadas las elecciones, Lula se dedicó enseguida en cuerpo y alma a las faenas exteriores con sus viajes.

Y uno de sus primeros desafíos fueron sus esfuerzos para convertirse en mediador de las dos guerras en curso: la de Ucrania y la de Israel en las que puso todo su afán, aunque en vano, para conseguir detenerlas. Y ahora la sorpresa es la iniciativa venezolana, quizá la más difícil de digerir por comprometer el corazón mismo del Mercosur y que podría acabar salpicando a Brasil.

Hace un año, Lula volvió a la presidencia tras el descalabro de la guerra de Bolsonaro con sus sueños golpistas que acabaron alejando a Brasil del mundo democrático. El ahora presidente volvió al poder consciente de que en los cuatro años del Gobierno de Bolsonaro, el ultra soñó con una vuelta a los tiempos de la dictadura. No solo fueron un desgarro interno que colocó al país al borde de una guerra civil, sino que acabó aislando a Brasil del resto del mundo

Quizá por ello, nada más ganar las elecciones, afirmó que Brasil volvería a contar en el mundo. Dicho y hecho, como lo ha demostrado en este año su activismo exterior.

Lo bueno o lo malo del exsindicalista es que estuvo desde joven acostumbrado a lanzarse de cabeza ante los desafíos. También esta vez ha llegado a la Presidencia con ganas de comerse el mundo. De intentar que el Sur Global pudiera empezar a competir con los hasta ahora grandes gigantes del planeta para acabar con la hegemonía del dólar en busca de una nueva moneda simbólica que anunciara nuevos horizontes del poder global.

Se entiende así el activismo exterior desplegado por Lula durante todos estos meses con sus innumerables viajes al exterior, su presencia en todas las reuniones de los organismos mundiales a las que pretende reestructurar y su disposición para intermediar la paz en los dos conflictos bélicos que azotan y preocupan al mundo.

El problema se le agudiza con el inesperado nuevo conflicto surgido no solo en el corazón mismo del Mercosur, sino de manos de su viejo amigo Maduro, al que siempre se ha negado a ver como dictador y ha apoyado en todas las elecciones.

El nuevo desafío de política exterior del líder brasileño es esta vez más complejo y delicado, ya que mientras su ahínco por ser el mediador de las contiendas de Ucrania e Israel ya aparecían imposibles, esta vez la nueva espina de Venezuela le toca más de cerca y en hipótesis se le haría menos imposible una mediación de Brasil que puede acabar atrapado en un conflicto en el que no tiene ni arte ni parte.

Dentro y fuera de su partido y de su Gobierno, a Lula se le estaba insistiendo en que se centrara más en los problemas de índole económica y social que azotan a Brasil que en arreglar los del mundo. Ahora la sorpresa de que Venezuela quiere anexar el Esequibo, territorio de Guayana, va a obligarle a volver a su pasión de mediador mundial.

Desde sus años de sindicalista que proclamaba y dirigía las grandes huelgas de los metalúrgicos, Lula nunca titubeó en perseguir sus proyectos. Baste recordar que antes de ganar en 2003, lo había intentado ya tres veces inútilmente. No se dio nunca por vencido y hasta consiguió la proeza de que tras haber sido condenado por corrupción y de haber sufrido un año y siete meses de cárcel, consiguió la proeza de que el Supremo anulara sus condenas. Como había desafiado con su “volveré”, volvió de verdad. Ahora, a sus 78 años, además de querer comerse el mundo ya está pensando en volver a disputar las elecciones del 2026 haciendo alarde con sus maratones de viajes por el mundo de su energía.

Es posible que sea justamente el nuevo desafío del conflicto venezolano, en el que ya retumban los tambores de guerra, donde Lula se juegue inesperadamente su innato talante de mediador. Si las cosas se ponen feas en Guyana, si su amigo Maduro no lo traiciona y la Unión Europea acaba escuchándole y dándole una mano, Lula podría al final conseguir el Nobel de la Paz que tanto ansía o por lo menos el de eficiente mediador de conflictos en su propio terreno, lo que además le abriría el camino para el récord político inédito en democracia de una cuarta victoria presidencial.

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