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Los indígenas arara intentan recuperar la dieta tradicional que fulminaron el hombre blanco y una hidroeléctrica

La hipertensión y la diabetes llegaron a sus aldeas en la Amazonia brasileña con los alimentos procesados. Un menú escolar busca combatirlas

Naiara Galarraga Gortázar
indígenas arara
Varios niños corretean por una aldea del pueblo arara, en Pará, en 2019.Lilo Clareto

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Los escolares de las aldeas arara, una etnia indígena de la Amazonia brasileña, tienen un nuevo menú escolar que se parece mucho más a lo que comían sus abuelos que a los alimentos procesados con los que crecieron sus padres. El almuerzo que les da la escuela ha rescatado, de la mano de una ONG, saberes de sus mayores ya olvidados para recuperar platos tradicionales e intentar revertir los estragos causados por el desembarco de la sal, el azúcar y las comidas procesadas en esta tribu que vive a orillas del río Xingú, en el estado de Pará. Estos indigenas fueron abandonando su milenaria dieta de caza y vegetales sobre todo en la última década a partir de la construcción de la hidroeléctrica Belo Monte. Con ese cambio, enfermedades nunca vistas como la hipertensión o la diabetes llegaron también a su rincón de la selva amazónica.

Los arara son un pueblo conocido por su belicosidad —solían hacerse collares con los dientes de sus enemigos— y por su facilidad para interactuar con el mundo exterior, según la detallada base de datos sobre los pueblos indígenas de Brasil del Instituto Socioambiental, la ONG que ahora les ayuda a recuperar su dieta original. Los dieron por extinguidos en los años cuarenta, pero seguían allí aunque no se dejaran ver. Corrían los ochenta cuando la carretera Transamazónica cruzó hasta su territorio. Dinamitó su universo y trajo los primeros contactos con los blancos. Bien entrados los 2000 recibieron más dinero del que jamás habían imaginado como contrapartida por la nueva hidroeléctrica ubicada en la ciudad de Vitoria do Xingú.

Por primera vez aparecieron en las aldeas de esta tribu de reciente contacto las galletas rellenas, el café, la pasta además de sal, azúcar… el impacto fue brutal. Su dieta cambió radicalmente. Y, en poco tiempo, los daños a la salud fueron evidentes. En la última década, los médicos que pasan consulta a los 400 indígenas arara han diagnosticado 45 casos de hipertensión y diabetes, lo nunca visto por allí. Conocemos estos datos porque el medio digital Infoamazonia los consiguió a través de la ley de transparencia brasileña.

Leonardo de Moura, asesor técnico del Instituto Sociambiental en este proyecto, recalca que el plan nacional del menú escolar es un instrumento crucial para combatir el hambre y mejorar la nutrición en Brasil, pero señala que “es una política inadecuada para los indígenas” tal y como está diseñada. Fue una de las principales puertas de entrada a las aldeas de alimentos industrializados porque la alimentación escolar llega hasta el último rincón de los territorios indígenas, incluso los más recónditos, pero “para llegar hasta allí sin estropearse, no suele llevar nada perecedero, nada de fruta, nada verde, ni fresco”.

Mujeres arara envuelven pescado asado en una hoja de plátano para hacer 'Wàt tynondem'.
Mujeres arara envuelven pescado asado en una hoja de plátano para hacer 'Wàt tynondem'.Priscila Tapajowara (ISA)

Como el menú escolar se convirtió en una de las vías de entrada de los alimentos procesados, ese es el frente en el que ahora quieren revertir la tendencia. Desde hace unos meses, la chavalería come en la escuela nuevos platos, que en realidad son los de toda la vida, como wàt tynondem (pescado al horno envuelto en hoja de plátano), karak’kuréum (hojas de una planta proteínica llamada hojas de elefante que hay que identificar con cuidado porque otra similar es venenosa), y onatji magarapa (bizcocho casero de maíz). Son alimentos que ya consumían sus abuelos, pero cayeron en desuso ante el atractivo de alimentos de sabores desconocidos o envasados en llamativos envoltorios.

El caso de los arara ilustra el alcance de los daños colaterales de una planta hidroeléctrica que genera el 9% de la electricidad que Brasil consume. Belo Monte, un proyecto que llevó a Marina Silva a dimitir en 2008 como ministra de Medio Ambiente, un cargo al que ha regresado, fue —y sigue siendo— muy polémico.

Explica Leonardo de Moura por teléfono desde los alrededores de Altamira (Pará) que los niños de los arara, un pueblo que antaño aprovechaba los frutos de ocho tipos de palmeras porque tardaron en asentarse y cultivar sus huertas, ya no conocen muchas de las palmeras de su entorno y sus múltiples usos o buena parte de los frutos silvestres cotidianos para la generación de sus abuelos.

El mecanismo para dar la vuelta a la dieta escolar fue el siguiente: primero, encargaron a jóvenes arara que les preguntaran a sus mayores de 50-60 años —crecidos sin contacto con los blancos— cómo se alimentaban en aquella época. Sus respuestas fueron la base sobre la que se elaboró el nuevo menú. “Son saberes tradicionales que ahora mismo podrían estar siendo catalogados”, afirma De Moura. Y lamenta que, “cuando se habla de bioeconomía, se habla de mapear genes” mientras cada día desaparecen infinidad de conocimientos milenarios, cada vez que fallece un anciano indígena. “Antes para ellos la selva era su escuela, es innegable la importancia de la educación, la cuestión es cómo adaptarla para que además contribuya a fortalecer su cultura”. Moura añade que, gracias a este proyecto, los críos arara han redescubierto frutos silvestres, palmeras y hasta cómo construir trampas para pescar.

La idea es que este sea un proyecto piloto replicable en otras aldeas. Que las autoridades, en vez de llevar desde la ciudad los productos del menú de los colegios, compren la materia prima a los indígenas y que ellos elaboren las comidas. Así se crearía un círculo virtuoso con una alimentación más saludable, unos ingresos para los nativos y la preservación de saberes tradicionales que desaparecen de manera imparable.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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