Los resultados de las elecciones Colombia: contra el establecimiento, hacia la izquierda y por el populismo
Petro ha sacado la mejor votación de la izquierda en la historia de Colombia en una primera vuelta, y junto a Rodolfo suponen una elección entre formas de ir contra las élites
La Colombia que sale de la primera vuelta de las elecciones presidenciales se sabe distinta a la que amaneció camino a los puestos. La ciudadanía se ha coordinado para consolidar un doble vuelco que ya se adivinaba en la elección anterior: hacia la izquierda, y alejándose del establecimiento político.
Hace ocho años la derecha tradicional, la que se unía en torno al expresidente Álvaro Uribe y al Partido Conservador, lograba casi la mitad de los votos. Hoy, ‘Fico’ Gutiérrez apenas ha levantado un 24%. Mientras, la izquierda ha pasado de un 15% con Clara López Obrador entonces al 40,5% que ha logrado hoy Gustavo Petro. Entre medias, el centro representado por Sergio Fajardo y Humberto de la Calle alcanzó a empatarle a Petro en 2018. Pero este año su debacle ha sido paralela al ascenso de la izquierda. Mientras, Rodolfo Hernández ha absorbido probablemente una cantidad importante de los votos que otrora estaban en la derecha tradicional.
En paralelo, e íntimamente relacionado con lo anterior, los votantes se han ido alejando de los candidatos herederos directos del establecimiento político colombiano, tradicionalmente identificado con los partidos Liberal y Conservador (que dominaron el panorama desde la independencia hasta el final del siglo XX) y después articulado en torno a las figuras de los expresidentes Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe Vélez. Esta categorización es (aún) más fluída que la ideológica, porque en la medida de que los candidatos han ido entendiendo que la insatisfacción con las instituciones representativas existentes y el deseo de cambio drástico se convertía en mayoritario, todos o casi todos aspiraban a definirse en contraste con el pasado. Pero en algunos este énfasis es mayor, y la prominencia de la auto-ubicación como anti-establishment va en consecuencia.
Así, aunque podemos (y debemos) discutir dónde colocar al exalcalde de Bogotá Enrique Peñalosa que en 2010 fue parte central de la campaña del matemático Antanas Mockus y en 2014 se presentó como su heredero a la presidencia, resulta difícil cuestionar que el expresidente Santos está en un extremo de lo que identificaríamos con política tradicional y Gustavo Petro o Rodolfo Hernández están en el otro, o al menos pretenden definirse en oposición a esa misma política tradicional. Entre los dos suman dos tercios de los votos emitidos hoy. Si le sumamos los de Sergio Fajardo, que lleva una década tratando de envolverse en esa misma bandera sin éxito suficiente como para pasar a segunda vuelta, son 7 de cada 10 sufragios emitidos.
Colombia ha votado por un cambio, pero no ha consensuado cuál será. De eso irá la carrera hasta la segunda vuelta. Con la derecha tradicional desplazada, la decisión se vuelve una entre populismos entendidos en su definición más esencial: la de plataformas que se ven a sí mismas como representantes e intérpretes de la voluntad de un pueblo unitario contra una élite corrupta.
El de Petro es irrevocablemente de izquierda, por mucho que el líder del Pacto Histórico lleve décadas transitando una senda hacia la moderación: por la redistribución, el intervencionismo y el proteccionismo en la economía. También, al menos sobre el papel, progresista, aunque no son pocas las voces (especialmente de mujeres, como su excompañera a la vicepresidencia Ángela María Robledo) que le han cuestionado su relación con las libertades individuales.
El de Rodolfo está menos definido ideológicamente, pero tanto por su base de votantes actual (según la encuestadora brasilera Atlas Intel, la mayoría de sus votantes vienen de la abstención y de apoyar al presidente saliente Iván Duque en 2018) como su manera de gobernar en Bucaramanga o sus respuestas y mensajes durante la campaña le asocian con una posición más bien conservadora respecto a libertades individuales pero poco preocupada por ellas, centrada sobre todo en calificar de corrupto a casi todo el establecimiento político y en ofrecer “soluciones” para “problemas” con una aproximación más de ingeniero (su título, que lleva a gala como constante prefijo a su nombre) que de político. Resulta difícil encontrarle paralelismos, pero Nayib Bukele (a quien ha citado como referente en alguna ocasión) o el Silvio Berlusconi que llegó al poder contra una “élite corrupta” en la Italia de principios de los noventa podrían servir.
A lo que sí se ha abocado Colombia es a descartar por completo tanto la moderación como la continuidad. Ciertamente, ninguno de los dos candidatos podrá ganar sin acercarse al centro (que en Colombia es ideológicamente más bien de centro-izquierda según los datos, por cierto, pese a lo que muchos digan o piensen) ni hacer alianzas con el establecimiento. Pero la diferencia crucial con respecto a candidatos anteriores es que ambos han construido su carrera desde sus respectivos márgenes del sistema político, y si en algún momento se ven obligados a escoger entre sus nuevas alianzas necesarias y su vieja base, no sería extraño que se mantuvieran fieles a sus esencias.
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