La (otra) historia del fútbol colombiano
Ser mujer y futbolista ha requerido rebeldía para irrumpir en un deporte considerado propiedad exclusiva de los hombres
Aún me cuesta creer que hayan pasado 19 años. Una discusión sobre el tema para un artículo terminó con dos preguntas que me han acompañado el resto de mi carrera. “¿Las mujeres juegan fútbol? ¿Hay una Selección Colombia de mujeres?”, me dijo Juanita León en un salón de clase de la Universidad de los Andes. Era 2005, estaba cursando un posgrado en Periodismo. Juanita era mi profesora de reportaje y, lejos de interesarle el fútbol, sabía que ahí había una historia.
Por supuesto que las mujeres jugaban fútbol, yo misma le había dedicado un buen porcentaje de horas, como estudiante de Ciencia Política en la Universidad Nacional, a disputar varios torneos. Ponerme el uniforme, amarrarme los guayos y entrar la cancha siempre me hizo feliz. Era otra manera de apropiarme, de sentir, ese deporte que a través de los años me ha emocionado como hincha y ―después― como periodista.
En esas canchas conocí de primera mano el talento descomunal de muchas mujeres. Futbolistas con una capacidad excepcional para conducir, eludir rivales y rematar con potencia. Cracks. Lo mío era cariño por la pelota y por el ritual de ver a mis amigos en la línea aplaudiendo un buen quite, un gol, o discutiendo alguna decisión del juez. Mi equipo se llamaba Matanga y con ellas aprendí a ganar y a perder en el juego.
Vuelvo a 2005. En ese momento, el fútbol practicado por mujeres estaba lejos de entrar en la agenda cotidiana de los medios. Yo tampoco tenía mucha información al respecto. Sabía que había una Selección Femenina, pero desconocía qué pasaba con esas mujeres que veían el fútbol como algo más que un pasatiempo, con las futbolistas que nos representaban en los torneos internacionales, con esas jugadoras que querían dedicar su vida al deporte. Hasta ese momento, la Selección solo había sido la del Pibe, Asprilla, Iván Ramiro, Higuita…
Hay algo que me sorprende cuando reviso ese texto. Si bien las condiciones del fútbol practicado por mujeres eran precarias y desesperanzadoras desde las estructuras de poder del fútbol en el país, a causa de la falta de recursos, preparación, inversión y respeto por las futbolistas, todo indicaba que sería un fenómeno imparable. Las jugadoras se apoderaban de a poco de la calle, del parque, del barrio y ya se vivía una explosión en universidades, colegios y clubes aficionados.
Según un informe de FIFA de 2023, Colombia es el país de Sudamérica con más mujeres participantes en el fútbol federado, con 26.577 inscritas. No fue fácil, sigue siendo difícil. Ser mujer y futbolista ha requerido rebeldía para irrumpir en un deporte considerado propiedad exclusiva de los hombres. Además de la falta de garantías y violencias a las que se exponen las jugadoras, uno de los mayores detrimentos al fútbol femenino ha sido la invisibilización de su historia. Ellas siempre jugaron.
Es una fortuna que hoy en día Colombia cuente con medios como Fémina Fútbol, que la historiadora Gabriela Ardila Biela haya dedicado su tesis doctoral a la construcción de un relato historiográfico sobre las mujeres futbolistas en el país, que los canales abiertos transmitan los partidos de la Selección y las mesas de análisis de periodismo deportivo le dediquen espacio al Mundial Femenino Sub-20 que está por comenzar.
Solo de esa manera podremos garantizar que los nombres de pioneras como Amparo Maldonado, Myriam Guerrero o Liliana Zapata sigan brillando en tiempos en los que la imagen de Linda Caicedo ya es habitual en la tienda Adidas de Gran Vía como estrella del Real Madrid. Solo a través de un relato colectivo podremos construir y reconocer una historia completa del fútbol colombiano.
Una historia que reivindique que las mujeres jugaban fútbol en 1949, que en 1997 la primera Selección Femenina representó al país en un torneo internacional, que en 2010 se logró una clasificación histórica al Mundial Sub 20 de Alemania, que en 2015 le ganaron a Francia en el Mundial de Canadá, que en 2017 la profesionalización de la liga se hizo realidad, que en 2019 varias jugadoras denunciaron malos manejos de la Federación y que luego llegó medalla de oro en los Panamericanos de Lima, que en 2023 la Selección logró clasificar a cuartos de final en el Mundial de Australia y Nueva Zelanda…
Siempre he creído en el poder del fútbol como fenómeno social y cultural. El fútbol que transforma comunidades y genera espacios de educación en donde las oportunidades escasean. El fútbol que genera vínculos, identidad, relatos de nación. A ese impacto se le ha sumado el poder de representación de las mujeres. Pensar un escenario lejos de los roles y estereotipos de género. De ahí la relevancia de que 504 jugadoras estén en Colombia para disputar el Mundial Sub 20. A pesar de algunos, el futuro es de ellas.
“Estoy ansiosa por empezar este torneo. Estamos contando los días para que inicie ya, para que la gente vaya a apoyarnos. La mayoría de nuestras familias también van a estar acá, así que va a ser una fiesta única (...) Hay muchísimo talento en esta Sub 20, tenemos una camada impresionante y lo importante es que lo vamos a disfrutar”, lo firma la gran estrella colombiana Linda Caicedo. La cuenta regresiva para que se escriba una nueva historia está en marcha.
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