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Amazonas
Tribuna
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El canasto de la vida

Si el país que está en desacuerdo con lo que propone este Gobierno no se da cuenta de que es con ese país que hay que trabajar y crecer, la violencia se seguirá propagando como pólvora. Esas “cosas” de La Vorágine seguirán siendo pensadas como ficción

Amazonía colombiana
Un niño indígena observa el río Igara-Paraná, el 26 de enero de 2023, en La Chorrera (Colombia).Juan Diego López (EFE)

Hay un canasto de las tinieblas que los grupos indígenas amazónicos como los bora, muinane, murui o uitoto han decidido cerrar para poder vivir e imaginar un mundo nuevo basado en la esperanza. En ese canasto están guardadas las atrocidades cometidas por las empresas extractivistas de la quina y el caucho que causaron, a finales del siglo XIX, unas 60.000 víctimas, sometidas, esclavizadas y asesinadas por seres humanos adscritos a la famosa Casa Arana, empresa peruana que funcionó con capital británico, y asociados brasileños y colombianos, cuyo centro de operaciones se concentró en La Chorrera (Amazonas), a orillas del río Igara Paraná.

¿Qué puede perderse cuando se ha conocido el horror y el dolor ha sido capaz de arrasar con pueblos enteros? La Chorrera fue el epicentro de una de las peores tragedias que hayamos conocido como país. Durante 50 años, a través de la perversa economía del endeude y de la esclavización de estos pueblos para la extracción del látex, se construyó una infraestructura en la cual reinó el oprobio y la muerte. Pueblos como los okaina prácticamente desparecieron. Cuando comenzaron a denunciarse estos hechos ―Roger Casement, José Eustasio Rivera―, el país no reaccionó. Cuando, en 1924, hace 100 años, se publicó La Vorágine, se hizo popular la afirmación según la cual lo ocurrido en las selvas del Caquetá, Putumayo, Amazonas y Vichada eran “cosas de La Vorágine”, incluida la corrupción y los sobornos de notables abogados criollos que fueron defendidos por prestantes hombres políticos de entonces.

En 1988, el Gobierno de Virgilio Barco entregó unos seis millones de hectáreas a los pueblos indígenas, creando el resguardo más grande del país: el predio Putumayo. Es un gesto de grandeza que hoy debemos reconocer. Durante estos 36 años diversos gobiernos han pasado por La Chorrera. A un siglo de la publicación de la novela de Rivera, el Ministerio de las Culturas quiso hacer un gesto de reconocimiento y de escucha con las comunidades el pasado 23 de abril, asistiendo a un acto de la Asociación Zonal Indígena de Cabildos y Autoridades Tradicionales de La Chorrera (Azicatch) para conmemorar la entrega del predio.

La Chorrera sigue viviendo en el olvido, como muchos de los territorios colombianos que están por fuera de eso que Orlando Fals Borda llamó el triángulo de oro. Si el país que está en desacuerdo con lo que propone este Gobierno no se da cuenta de que es con ese país que hay que trabajar y crecer, la violencia se seguirá propagando como pólvora. Esas “cosas” de La Vorágine seguirán siendo pensadas como ficción. Y el plausible abismo social entre el centro del país y todo aquello que lo rodea, seguirá siendo ignorado por el prurito de un país que debe preguntarse en serio aquello que denunció Rivera hace 100 años: ¿estamos preparados para asumir nuestra responsabilidad y entender que el clientelismo y la corrupción son culturas enquistadas en la sociedad? ¿Seremos capaces de abrir el canasto de la vida y cerrar algún día el canasto de las tinieblas?

La novela de Rivera es muy importante para este país como artefacto literario por las rupturas lingüísticas que representa. Pero también porque, a pesar de todo, no ha sido olvidada 100 años después. Y quizás en esta resignificación que pretendemos darle hoy halle nuevos sentidos, no solo a través de la lectura, sino de un país que queremos reconocer en medio de las tensiones que producen los viejos odios enquistados en parte de la sociedad que aún no reconoce ese otro país.

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