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Congreso de Colombia
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sillas de siete millones para los congresistas

Son cerca de 20.000 millones de pesos los que contrató la dirección administrativa de la Cámara de Representantes para la compra de los muebles y enseres de más de 160 oficinas en el edificio del Congreso

Una imagen del interior del Capitolio Nacional, sede del Congreso de la República
Una imagen del interior del Capitolio Nacional, sede del Congreso de la República, en julio de 2023.NATHALIA ANGARITA

Austeridad es esa palabra manoseada por los últimos tres o cuatro gobiernos para decirle al público en general que existe conciencia de que en el Estado hay gastos exagerados y que ante esa realidad se debe buscar una moderación de estos. Hipocresía es la palabra que se me viene a la cabeza cuando los gobiernos hablan de austeridad, pero miran para otro lado cuando se paga el doble por unos carrotanques, como en la Unidad de Gestión del Riesgo; se hacen contratos con familiares y amigos en entidades públicas, como en RTVC; o se gasta el dinero de la ciencia en emprendimientos caseros como las morcillitas o el aguardiente ancestral como está ocurriendo en el Ministerio de Ciencia y Tecnología.

En el caso del Gobierno (o, mejor, los gobiernos, porque ninguno se salva), austeridad es la fachada y derroche es la realidad. En el caso del Congreso, no hay necesidad de sostener una falacia, no hay urgencia alguna en ocultar lo evidente, el gasto superfluo y los lujos absurdos son la norma. Ellos, los congresistas, se creen elegidos por los dioses (y no por los colombianos) que merecen todo tipo de prebendas, atenciones y consideraciones, como el no trabajar en Semana Santa porque como dijo en La W la senadora Martha Peralta: “trabajamos más que ustedes”.

Eso sí, a la senadora se le olvidó señalar que aquellos que ella llama “ustedes” no tienen carro con escolta y chofer, no reciben un salario que es más de treinta veces el salario mínimo, no tienen vacaciones de tres meses al año... en fin, están muy lejos de ser como ellos a pesar del extenuante trabajo legislativo.

Tal vez por esos mismos argumentos será que mientras los congresistas se dedican a descansar en destinos paradisiacos inigualables durante esta Semana Santa, unos cuantos colombianos de aquellos que la senadora Peralta llama “ustedes” estarán trabajando, incluso los días festivos, en la remodelación de algunas oficinas del Congreso de la República. ¡Vaya ironía!

En total son cerca de 20.000 millones de pesos los que contrató la dirección administrativa de la Cámara de Representantes con la Bolsa Mercantil para que esta a su vez haga la compra de los muebles y enseres de más de 160 oficinas en el edificio del Congreso. Dicha contratación no pasaría de ser una más de tantas que cada año se hacen en el Congreso de no ser porque esta trae llamativas compras como escritorios de seis millones de pesos, archivadores de siete millones de pesos y unas sorprendentes sillas de oficina de siete millones de pesos por unidad. A esto hay que sumar el costo que cobran por la instalación de cada silla, cada escritorio, cada mesa, cada cajón, pues según el contrato firmado con la Bolsa Mercantil se pagará cerca de 600.000 pesos por la instalada de cada silla. Igual cifra por cada escritorio. Igual cifra por cada cosa. ¡Imagine la fortuna del contratista! Un patrón así de generoso es algo nunca antes visto.

Sin embargo, me quiero quedar con las sillas porque son el reflejo de nuestros congresistas. Según las imágenes que se conocieron, estas serían uno de los modelos más costosos de la reconocida casa de diseño estadounidense Herman Miller, es decir, lo mejor de lo mejor. Algo que un empresario promedio no se puede costear. Algo que un colombiano de a pie jamás tendrá. Solo en esas sillas se van más de 1.000 millones de pesos de nuestros impuestos. Una prueba más de la forma en que los políticos se burlan de nosotros diciendo que trabajan por “el pueblo” mientras asientan sus posaderas sobre él.

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