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Petro hace su apuesta más arriesgada y causa un shock en Colombia

El anuncio del presidente de plantear una Asamblea Constituyente, el más arriesgado desde que llegó al poder, dominará a partir de ahora el debate público

Reforma a la salud en Colombia
Radicación del proyecto de la reforma a la salud, en Bogotá, el 13 de febrero de 2023.Presidencia de Colombia
Juan Diego Quesada

Gustavo Petro tiene la sensación de que perdió el tiempo en su primer año en el Gobierno. Conformó un gabinete de concentración en el que estaba incluido el centro liberal colombiano, lo que calmaba a la derecha y a los sectores más conservadores que veían en Petro el advenimiento de la izquierda radical al país. Los ministros de esa sensibilidad política equilibraron las posturas más ideologizadas del petrismo, que, y esto hay que decirlo, asistió con cierto desencanto a las primeras decisiones del presidente. Así se pudieron establecer alianzas mayoritarias en el Congreso y se sacó adelante una reforma fiscal, el asunto que había hundido a su predecesor, Iván Duque. Sin embargo, con el tiempo la tensión creció entre Petro y estos políticos. El presidente abogaba por transformaciones totales; ellos por hacer acupuntura y no desarmar lo construido por la institucionalidad colombiana en las últimas décadas, que no es poco si se le compara con otros países de la región. Eso chocaba con la visión de cambio del presidente y estaba claro que eso tarde o temprano iba a acabar en una colisión. Los echó y a partir de ahí pensó que no debía faltarle a la palabra que le había dado en campaña a su electorado.

Ese Petro rupturista emergió con toda su energía el viernes, cuando en un discurso en la ciudad de Cali abrió la puerta a una Asamblea Constituyente que saque del estancamiento sus reformas, que se encuentran paralizadas en el Congreso por falta de quórum. Le duele especialmente la de la sanidad, que el miércoles recibió una estocada de unos senadores que firmaron, por mayoría, una ponencia para hundirla. Esa noche, el presidente aseguró, en un tono severo, que no se iba a rendir y que la transformación del servicio público de sanidad colombiano era urgente. Acusó a sus opositores de negarse a ejecutar los cambios que exige su electorado. Además, se le junta que tiene dificultades para darle vuelo a otras reformas, como la agraria, la pensional y hasta una propuesta de educación. Petro se siente encadenado.

No se sabe si el presidente tenía meditado hacer este anuncio o si se lo comunicó a los que le rodean. A veces sus allegados se enteran a través de sus declaraciones públicas. Ciertamente, Petro estaba extasiado el viernes. Se presentó ante miles de simpatizantes en Puerto Resistencia, un barrio de Cali que se insubordinó durante las protestas de 2021 e impidió el acceso de las autoridades y la Policía. Se creó durante meses una especie de república independiente. Chicos negros, víctimas del racismo sistémico, sin acceso a educación universitaria y con trabajos precarios se armaron con palos y se parapetaron tras barricadas. Muchos pagaron con su vida estos enfrentamientos que Iván Duque defendió sin mencionar ni una sola vez a las víctimas. La llegada de Petro al poder se entiende, en una buena parte, por la canalización que hizo de ese hartazgo. Así que el viernes, allí, ante indígenas y sectores populares, dijo: “Nosotros venimos de la primera línea y nos orgullecemos. Yo soy de la primera línea. Yo soy la primera línea del cambio”. Agregó: “Nosotros venimos del pueblo y nos han elegido para cambiar a Colombia. No estamos aquí para limpiarle las botas a los ricos del país”.

Sus enemigos, que en muchas ocasiones son demasiado literales, comenzaron a propagar que había reconocido que él había organizado las protestas, que había sido una especie de agitador en la sombra que, con frialdad y premeditación, contaba con sacar rédito político de esto. El propio Duque difundió esta falsedad en una entrevista que se hizo él mismo en inglés para desmentir la cobertura de los periódicos internacionales, que documentaron los asesinatos de los jóvenes durante las protestas, a veces a sangre fría y sin que mediara ningún enfrentamiento de por medio. El caso es que el viernes estaba el presidente allí, en el corazón de las protestas, dándose un baño de masas. Era el escenario perfecto para dar rienda suelta a su épica. Tímido en la distancia corta, se transforma encima de un escenario y puede hablar horas con verbo floreado sin necesidad de leer un papel, a la manera en la que lo hacían viejos políticos en los que se inspira, como el malogrado Jorge Eliécer Gaitán.

Ese es el contexto en el que anunció una posibilidad que ha dejado en shock a Colombia: “Si esta posibilidad de un Gobierno electo popularmente en medio de este Estado y bajo la Constitución de Colombia no puede aplicar la Constitución porque lo rodean para no aplicarla y le impiden, entonces Colombia tiene que ir a una Asamblea Nacional Constituyente”. Después añadió: “La Asamblea Nacional Constituyente debe transformar las instituciones para que le obedezcan al pueblo su mandato de paz y de justicia, que es fácil de lograr en Colombia”. Las redes se llenaron de mensajes de rechazo y de profecías autocumplidas: muchos de los que se oponen a su Gobierno habían vaticinado que buscaría una reforma de la Constitución que le permitiera, entre otras cosas, eliminar la prohibición de la reelección y quedarse otros cuatro años en el poder, aunque para eso necesitaría unos mayores niveles de popularidad de los que tiene ahora, que rondan el 30%.

Incluso uno de sus operadores políticos más fieles, el senador Iván Cepeda, invitó a Petro, de forma indirecta y siempre con su forma elegante de abordar las cosas, a reconsiderar sus posturas y abrirse a buscar mayores consensos: “Sigo creyendo en la posibilidad de un acuerdo nacional que permita llegar a una salida concertada de los problemas fundamentales del país. Entiendo y comparto el rechazo del presidente @petrogustavo a los intentos de frustrar las reformas sociales que buscan el bienestar del pueblo colombiano. No obstante, no pierdo la esperanza de que mediante el diálogo construyamos ese pacto histórico e invito al Presidente a perseverar en ese esfuerzo”. Echando la vista atrás, ahora se entiende la defensa de Petro del autogolpe de Estado de Pedro Castillo, al que siempre consideró una víctima de la obstrucción del Congreso peruano. No es que él vaya a cometer un suicidio político de esta envergadura, pero muestra el hartazgo que tiene con la cámara baja.

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Iniciar la aventura de una Asamblea Nacional Constituyente implica muchísimos riesgos. Necesitaría el apoyo del mismo Congreso al que se opone de manera frontal y la elección de los miembros se haría mediante voto popular. Su mandato ahora mismo no es tan popular como para asegurarse ahí una mayoría y podría acabar como Gabriel Boric, cuya nueva Constitución no fue aprobada y fortaleció a la ultraderecha. Ese día funesto para Boric, Petro dijo que “revivió Pinochet”, y horas después el presidente de Chile fue más diplomático reconociendo la derrota. Petro podría adentrarse en ese laberinto. La oposición venezolana ha salido en tromba en su contra: les recuerda al primer Hugo Chávez que sembró las bases de un Gobierno autoritario. Ni ese es su propósito ―ha abogado por una transición democrática en Venezuela que acabe con la crisis política e institucional― ni tiene el poder ni los apoyos para hacer algo así. Sin embargo, con esto ha trazado una línea. A partir de ahora, la Asamblea Constituyente dominará el debate público, con consecuencias todavía desconocidas. Petro se adentra en aguas pantanosas.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.
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