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Los secretos del Bogotazo 75 años después: ni turba enardecida ni complot internacional para matar a Jorge Eliécer Gaitán

Una nueva investigación publicada en la revista Social Science History de la Universidad de Cambridge revela detalles desconocidos de lo que ocurrió en Bogotá la tarde del 9 de abril de 1948

Icónica imagen de Gaitán en un acto público que sirvió para la elaboración de afiches.
Icónica imagen de Gaitán en un acto público que sirvió para la elaboración de afiches. ARCHIVO LUNGA
Juan Miguel Hernández Bonilla

Una nueva investigación publicada hace unas semanas en la revista Social Science History de la universidad de Cambridge revela detalles desconocidos de lo que ocurrió en Bogotá la tarde del 9 de abril de 1948, cuando el joven Juan Roa Sierra asesinó a Jorge Eliécer Gaitán, líder liberal, alcalde de Bogotá, candidato a la presidencia y uno de los políticos más importantes en la historia moderna de Colombia. Hoy, 75 años después de lo ocurrido, aún no se sabe con certeza cuáles fueron los motivos del crimen ni qué querían los manifestantes que incendiaron el centro de la ciudad tras enterarse del asesinato del caudillo. Matthieu de Castelbajac, profesor de sociología de la Universidad de los Andes y autor del artículo, explica que su trabajo no intenta descubrir por qué mataron a Gaitán ni qué exigían quienes protestaban. “En vez de especular sobre lo que los actores del Bogotazo tenían en mente, me enfoco en lo que hicieron y, sobre todo, en cómo lo hicieron”, explica por teléfono en entrevista para EL PAÍS.

Para desentrañar lo que en realidad ocurrió un día que partió en dos la historia de Colombia, Castelbajac deja de lado las fuentes partidistas, usadas por mucho tiempo por la academia. Se concentra en el análisis de artículos de periódicos, transcripciones de transmisiones de radio, discursos públicos, fotografías inéditas y el libro El Bogotazo de Arturo Alape. Intercala estas fuentes bibliográficas con testimonios en primera persona de los protagonistas, que incluyen entrevistas con 46 testigos directos hechas por Alape y otras realizadas por la policía como parte de la investigación judicial. “Al combinar estos datos obtuve información de 114 personas distintas”, cuenta el autor del artículo Desafíos equívocos: ambigüedad táctica y aplazamiento de la formulación de reclamos en el Bogotazo de 1948.

El seguimiento detallado a las acciones de estos 114 individuos permite establecer las redes de interacción de los protagonistas. “Decidí dividir la investigación en cinco secuencias que tienen actores independientes, ocurren en lugares distintos y tienen resultados inmediatos”, explica Castelbajac. Son (1) el asesinato de Gaitán en la carrera séptima, (2) la formación de dos grupos iniciales de manifestantes, (3) los disturbios posteriores en el centro de la ciudad, (4) la toma de estaciones de radio por parte de pequeños grupos de estudiantes e intelectuales, y (5) las negociaciones políticas entre las élites liberal y conservadora dentro del Palacio Presidencial.

De acuerdo con el investigador francés, que vive en Colombia desde hace ocho años, el principal hallazgo del trabajo en términos sociológicos es mostrar que la mayoría de los involucrados en el Bogotazo actuaron dentro de sus redes personales. “Podemos tener la sensación de que los manifestantes eran una muchedumbre anónima, una turba enardecida, pero en realidad había pequeños grupos de amigos, colegas y conocidos”. El otro gran logro del trabajo de Castelbajac es identificar que la razón por la cual aún en 2023 se desconocen el motivo de asesinato y las exigencias de los manifestantes es que los personajes actuaron de manera ambigua. “Una cosa es una manifestación organizada, con eslóganes y banderas concretas, que dice lo que quiere, y otra muy distinta son los repertorios violentos que ocurrieron en el Bogotazo en los que ni las intenciones ni los deseos son evidentes”, explica el investigador.

Esta ambigüedad, según el autor, es la que permite la muerte de Gaitán y la que hace posible que las protestas hayan sido tan importantes. Su tesis es que este asesinato solo pudo ocurrir porque no existía un motivo claro. Argumenta, por ejemplo, que si el asesino hubiera sido un militante de un partido político, con unos motivos y unos modos de acción específicos, el crimen se habría podido descubrir y evitar. Lo mismo ocurre con las protestas: si hubieran tenido reivindicaciones concretas, el Gobierno las habría podido contener mucho más rápido.

El asesinato de Gaitán

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El análisis de Castelbajac rebate la idea de que detrás de Juan Roa Sierra había una conspiración. “Hay muchas historias delirantes que inventó la imaginación popular para establecer que Roa era el autor material del homicidio y que en realidad había un complot secreto para matar al líder liberal”, dice el científico social. Las teorías de los responsables van desde el servicio secreto de Estados Unidos hasta Fidel Castro. Sin embargo, la investigación recuerda que Roa Sierra obtuvo el arma, el dinero, el tiempo y la información para cometer el crimen de diferentes personas cercanas a él. “Todo lo que necesitaba para matar a Gaitán no se lo dieron grandes figuras políticas o patrocinadores secretos, sino la gente que lo rodeaba. Amigos, familia, vecinos y compañeros de trabajo ayudaron, sin saberlo, al asesinato”.

Castelbajac explica que todos los conocidos de Roa le colaboraron porque no “tenían ni idea de que él planeaba cometer un asesinato, porque ninguno de ellos se conocía entre sí y no tenían como darse cuenta de las mentiras que les estaba diciendo”. La investigación revela que Roa le dijo a una red de conocidos que necesitaba dinero para sacar el pase de conducción, a otra red que necesitaba un arma porque había sido contratado para acompañar una misión de extranjeros fuera de la ciudad. “A cada uno le contó una historia diferente y nadie se dio cuenta de las verdaderas intenciones. En este caso, una red social muy fragmentada le permitió armar el crimen sin la ayuda de grandes conspiradores. No hubo ningún complot internacional para matar a Jorge Eliecer Gaitán”.

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La formación de los primeros grupos de manifestantes

“Cuando intentaba huir de la escena, el asesino fue capturado por dos policías que patrullaban la zona”, comienza la narración de la segunda secuencia del Bogotazo analizada por Castelbajac. Los uniformados lo llevaron a una farmacia y lo intentaron resguardar. Sin embargo, ante un descuido de las autoridades, un grupo de hombres sacó al asesino y lo linchó. El cuerpo sin vida fue desnudado y arrastrado como un trofeo por el centro de la ciudad. Allí se conformó el primer grupo de manifestantes. Mientras tanto, a pocas cuadras de distancia, frente a la clínica donde estaba herido Gaitán, se juntó la otra concentración.

El trabajo revela que estos dos focos de manifestación no estaban conformados por una masa de gente desconocida y anónima, como se ha creído. “No era ninguna turba, eran pequeñas redes de personas cercanas”. Según Castelbajac, los grupos se formaron porque entre sus miembros había relaciones de parentesco, amistad o negocios. “En vez de reunir a individuos que flotan en una multitud que se identifica de manera homogénea como el pueblo, las reuniones iniciales se produjeron activando lazos cercanos”, concluye el sociólogo. Unas horas después, cuando las radios anunciaron la muerte de Gaitán, los dos grupos se unieron frente al palacio presidencial. No en la Plaza de Bolívar, el punto de encuentro tradicional de las protestas, que les habría exigido pedir algo en concreto.

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Los disturbios en el centro de la ciudad

El enfrentamiento en el palacio presidencial, donde estaba el conservador Mariano Ospina Pérez, duró poco. Una bala disparada por los manifestantes alcanzó los vidrios del palacio e hizo que la guardia presidencial respondiera y ahuyentara a los que protestaban. “A medida que retrocedían, los manifestantes se fusionaron con nuevos grupos. Ahí comenzaron los ataques contra edificios claves”, cuenta Castelbajac. Como los edificios gubernamentales, las iglesias y los cuarteles militares fueron protegidos, los ataques se transformaron en saqueos a ferreterías para buscar armas, y en quemas de carros, tranvías y tiendas de la séptima. “A pesar de las fuertes lluvias, el humo asfixiante y la amenaza de balas perdidas de los francotiradores emboscados, la acción callejera continuó durante toda la noche, hasta que los refuerzos militares recuperaron el control del centro de la ciudad en algún momento antes del amanecer”, se lee en el artículo.

Una vez más, el autor afirma que las redes de personas conocidas fueron determinantes en esa destrucción: “Es mejor atacar un sitio con personas cercanas, en las que se pueda confiar, sobre todo si no es clara la razón por la cual se está atacando determinado lugar”. Esto reafirma la idea de la ambigüedad y de las redes de interacción que atraviesa todo el texto: “Cuando hay que planear algo con personas que no conoces es indispensable afirmar o formular un motivo claro. En cambio, cuando trabajas con personas de tu círculo, el motivo puede ser tácito”, explica Castelbajac por teléfono.

La toma de las estaciones de radio

La investigación cuenta cómo un pequeño número de escritores, periodistas, académicos y estudiantes de izquierda se “apresuraron a ocupar todas las principales estaciones de radio de la ciudad” en las primeras horas de protesta. Un vez en su poder, salieron al aire para anunciar que creaban las juntas revolucionarias y que de ahora en adelante ellos dirigirían lo que bautizaron como “una revolución del pueblo colombiano”. De hecho, un análisis de las grabaciones de esas emisiones muestra que las palabras pueblo, revolución y Colombia fueron las tres que más se repitieron. Castelbajac explica que esa decisión de las élites intelectuales de izquierda de atribuirse el liderazgo de las manifestaciones sin participar en ellas les propinó una rápida derrota. “Había una contradicción que cada vez se hacía más evidente entre la acción callejera y la narrativa de la radio”.

Un punto de inflexión fue que los mensajes dirigidos a los manifestantes los escuchó gente común y corriente que estaba en su casa, ajena a las protestas. “Así, si bien las radios no podían influir en el comportamiento de los actores sobre el terreno, sí podían generar expectativas entre los oyentes”. Un ejemplo revelador, según el trabajo, es que anunciaron en un momento que el ejército se había puesto del lado de los insurgentes y había enviado “tres tanques contra el Palacio Presidencial”. Los oyentes dentro del palacio, incluido el presidente, entraron en pánico. Sin embargo, era mentira. Los soldados seguían leales al Gobierno. Meses después, los principales acusados de instigar la revuleta fueron los intelectuales que se tomaron la radio.

Las negociaciones entre liberales y conservadores en el Palacio Presidencial

Las negociaciones dentro del Palacio tenían como propósito mediar entre dos puntos que parecían irreconciliables. Por un lado, los generales del Estado Mayor Conjunto y los parlamentarios del Partido Conservador, encabezados por el ultraconservador Laureano Gómez, pedían un gobierno militar. Por el otro, las juntas revolucionarias pedían un gobierno insurgente. Las dos partes se necesitaban: “La Oposición no podía tomar el poder mientras el presidente Ospina estuviera en el cargo; el presidente Ospina necesitaba asegurar el apoyo de la oposición porque no podía declar un estado de emergencia sin la cooperación de los poderes legislativo y judicial del Gobierno, que estaban controlados por mayorías liberales”.

En ese contexto de negociación, lo que inclinó la balanza en favor del presidente Ospina y le ayudó a retomar el control de la ciudad fue su prudencia y su labor como anfitrión. Así lo revela la última secuencia del trabajo. “La decisión de no hablar en la radio sino hasta dos días después de las protestas y la centralidad de Ospina en una red de conversación simultánea dentro del palacio con varios agentes diversos (los liberales, los militares, los conservadores, sus asesores) le permitió estar al tanto de las últimas noticias antes que los demás interlocutores”.

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Juan Miguel Hernández Bonilla
Periodista de EL PAÍS en Colombia. Ha trabajado en Materia, la sección de Ciencia de EL PAÍS, en Madrid, y en la Unidad Investigativa de El Espectador, en Bogotá. En 2020 fue ganador del Premio Simón Bolívar por mejor reportaje. Estudió periodismo y literatura en la Universidad Javeriana.

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