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Narcotráfico
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

NARCOTRÁFICO URBANO, con mayúsculas

Es un error creer que la seguridad en las ciudades se recuperará con operaciones aisladas, con acciones ochenteras y noventeras, con grandes titulares en los medios de comunicación o con frases altisonantes

Narcotráfico en Colombia
Policías y soldados en un operativo en Tuluá, municipio del Valle del Cauca, en febrero.Andrés Torres Galeano

Cuatro películas evidenciaron la transformación de las favelas en Río de Janeiro y, con ella, la consolidación del narcotráfico urbano como una poderosa amenaza para la vida en las ciudades. Desafortunadamente, la discusión fundamental no fue sobre el avance veloz del crimen, ni sus primeros rastros se usaron para reflexionar sobre lo que estaba ocurriendo en las ciudades y cómo enfrentarlo. Hoy, sus poderosos tentáculos tienen acorraladas a las personas y perdidos a los Gobiernos que no saben cómo enfrentarlo.

En 1959 las favelas de Río de Janeiro, el carnaval y la aún desconocida bossa nova quedaron inmortalizadas, románticamente, en la película Orfeu Negro. Basada en una pieza original de Vinicius de Morais, Orfeu da Conceição, esta película fue una oda a la belleza, la esperanza, la alegría, al amor… todo a pesar de tener como principal escenario los populosos morros cariocas. Ni la pobreza, la muerte, el desorden, la informalidad o la falta de oportunidades podrán apagar la llama de un mejor mañana, es lo que parecía sembrar la icónica obra.

En 2002 llegó al cine una cruda fotografía. Recreando una serie de hechos que tuvieron lugar en los años setenta, Cidade de Deus mostró cómo la delincuencia colonizó los espacios donde el Estado brillaba por su ausencia; cómo el crimen se convirtió en el principal mecanismo de ascenso social y de acceso a las oportunidades; cómo el narcotráfico se apoderó de las dinámicas económicas y sociales de los entornos urbanos con el uso de la violencia y el consumo de drogas.

En 2007 vimos Tropa de Elite. Esta película tuvo un doble matiz. Por un lado, abordó el poder que las bandas de narcotraficantes lograron establecer para controlar las dinámicas sociales alrededor de los barrios. Por el otro, cómo la corrupción y las autoridades facilitaron la consolidación del poder criminal, principalmente en los sectores menos favorecidos. Como ingrediente adicional, una clase media consumidora de droga se convirtió, con sus recursos, en motor de la violencia y las estructuras de poder.

En 2010 fue el turno de Tropa de Elite 2. Aunque el narcotráfico estuvo presente y fue el eje transversal de la película, fueron los políticos y la corrupción los que hicieron posible la materialización de los hilos de poder. Pero, además, las milicias urbanas, compuestas por expolicías y exmilitares, aparecieron como mecanismos de autodefensa que agenciaron la violencia y controlaron el acceso a los servicios, en la mayoría de los casos, en relación con políticos y delincuentes.

Pero la realidad superó a la ficción. El narcotráfico permeó hasta sus raíces a la sociedad, su alta rentabilidad lo volvió irresistible para muchas personas, los políticos vieron una fuente de recursos y poder casi ilimitada y las autoridades se corrompieron. En 2022, los resultados de una investigación de GENI/UFF y Fogo Cruzado evidenciaron que las organizaciones criminales controlaban el 25% de los barrios de Río, equivalentes a casi el 60 % del territorio de la ciudad. Esto representa 2,1 millones de personas, el 33 % de la población de la ciudad, bajo su dominio.

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Si por Brasil llueve, en América Latina no escampa. Según la cuarta edición de Riesgo Político América Latina 2024, el crimen organizado es el responsable de casi la mitad de los homicidios en Latinoamérica y el Caribe; y la alta producción de cocaína en Perú, Bolivia y Colombia incrementó la violencia entre grupos criminales locales e internacionales en Ecuador, que pasó de tener seis homicidios por cada 100.000 habitantes en 2018, a 46 en 2023. Pero el problema no solo está en ese país. En Chile, la percepción de inseguridad llegó al 90,6%, la más alta en 10 años, según la Encuesta Nacional Urbana de Seguridad Ciudadana (ENUSC). La tasa de homicidios el año pasado llegó a siete por cada 100.000 habitantes, mientras que el uso de armas de fuego que disparan ráfagas está en aumento. En México el narcotráfico es el quinto mayor empleador del país, según un informe publicado por la revista Science. En Argentina, se calculó que en 2017 el negocio de la cocaína y la marihuana movió más de 1.110 millones de dólares.

En Colombia, en los años ochenta y noventa, el Estado declaró la guerra a los carteles de la droga de Medellín y Cali con una perspectiva nacional, pero con un enfoque en la estructura delictiva. Los servicios de inteligencia y la fuerza operativa desplegaron tácticas que dieron como resultado grandes golpes al crimen organizado. Sin embargo, con la caída de los capos los grupos mutaron, se hicieron menos visibles, con estructuras menos rígidas y con una división más precisa de la cadena logística. Al mismo tiempo, lograron permear y luego controlar las dinámicas de la mayoría de los delitos que se cometen en los centros urbanos.

¿Qué hacer entonces? Es un error creer que la seguridad en las ciudades se recuperará con operaciones aisladas, con acciones ochenteras y noventeras, con grandes titulares en los medios de comunicación o con frases altisonantes. Es fundamental cambiar el enfoque. No se pueden lograr resultados positivos si se actúa de la misma manera que ha llevado al fracaso. Hacer frente al narcotráfico urbano requerirá de acciones conjuntas en las que gobiernos y autoridades de diversas ciudades se articulen, hagan inteligencia y actúen de manera sincronizada, mientras fortalecen la justicia, amplían la cobertura de los servicios sociales y democratizan el acceso a las oportunidades.

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