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Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez
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Soñar y sentir esperanza desde la favela de Ciudad de Dios

El activista social Jota Marques habla sobre su trabajo en una de las barriadas más conocidas de Río de Janeiro

El activista brasileño Jota Marques en Ciudad de Dios (Río de Janeiro).
El activista brasileño Jota Marques en Ciudad de Dios (Río de Janeiro).Leonardo Martins Dias

Jota Marques (30 años) inmigró de la provincia de Espíritu Santo a Río de Janeiro, ambas en Brasil, con solo 20 años para instalarse en Ciudad de Dios o CDD, como coloquialmente es conocida. “Buscaba una mejor vida. Llegué sin referencias y me involucré en el Movimiento Nacional de los Niños de Calle”, cuenta visiblemente cansado. Llevaba dos móviles sonando constantemente y dos noches sin dormir, gestionando conflictos.

El día de la entrevista venía de mediar un conflicto familiar. A un joven menor de edad lo habían echado de su casa por meterse en líos. Como consejero tutelar, Jota Marques fue advertido de la situación y entró en contacto con el chico. Luego de conversar con él para buscar una solución, este logró quedarse en un albergue para menores de edad de Ciudad de Dios.

Conocida como una de las favelas más conflictivas de Río de Janeiro, CDD conquistó fama internacional por la película Cidade de Deus en 2002. Sus primeros habitantes llegaron en los años sesenta, trasladados desde otras barriadas de zonas más turísticas de Río. Según el último censo del Instituto Brasilero de Geografía y Estadística (IBGE 2010), hoy hay 36.515 residentes, pero organizaciones locales calculan que en realidad son más de 60.000. “La mayoría son trabajadores humildes que pasaron a vivir a horas de distancia del trabajo”, confirma Marques.

Jota Marques es hijo de una empleada doméstica. Aunque cursó los grados de Publicidad y luego de Pedagogía, no los concluyó. Actualmente, es un reconocido líder local, educador, realizador de proyectos sociales y activista social. “En nuestra organización social gestionamos el saneamiento básico, las consecuencias de la pandemia, los maltratos, la formación profesional, la soberanía y salud alimentarias, y educamos”, cuenta. Estas iniciativas salen adelante gracias a la unión y colaboración de la comunidad, pero también al apoyo de donaciones internacionales y del Movimiento Sin Tierra, el mayor movimiento social del mundo. Asegura que ni el Estado, ni las empresas o grandes ONG los apoyan. “Venden empoderarnos y meritocracia. ¡Falacias! Necesitamos presencia activa en los centros de poder”, comenta.

Desde los proyectos de sostenibilidad se difunde con frecuencia el empoderamiento de las personas. Pero en realidad, cuesta mucho esfuerzo lograr que los inversores distribuyan el poder con las comunidades que dicen querer ayudar. “[Los inversores] deciden unilateralmente qué, cómo y cuándo hacer, sin realmente conocer la realidad, acercarse o escuchar a las personas”, afirma Marques. Al final, la eficiencia de las inversiones y los tan publicitados impactos tienden a ser limitados. Además, los inversores pierden un valor irremplazable: la oportunidad de construir confianza con una sociedad escéptica en cuanto a sus proyectos de sostenibilidad.

“Venden empoderarnos y meritocracia. ¡Falacias! Necesitamos presencia activa en los centros de poder”

Para llegar a CDD desde Leme, al sur de Río de Janeiro, tuve que hacer un viaje en tres autobuses. Sin aire acondicionado y con un calor abrumador, el conductor del tercer autobús, perplejo, me decía: “No vayas allí”. No era para menos: al bajar del vehículo rendí explicaciones a las fuerzas de poder locales y sentí su poder. Esta forma de experimentar la vida local –tal y como es– conecta y construye confianza con las comunidades, permite aprender conocimientos locales y el contexto, de esta manera se contribuye a originar proyectos de sostenibilidad más auténticos y eficientes.

Para Marques, existen dos problemas globales y centrales para la sostenibilidad: la ilusoria idea de la meritocracia y la falta de representatividad y representación social en la arena política y esferas públicas. Las personas que el sistema formal suele calificar como de bajo estrato socioeconómico objetivamente no tienen sus ideas, culturas o intereses representados donde se decide la manera de vivir y convivir como sociedad. Jailson de Souza, Jorge Barbosa y Marcus Faustini, intelectuales de las periferias pobres de Río, reflexionan sobre temáticas relacionadas en O Novo Carioca (El nuevo carioca, 2012). Daniel Markovits, profesor de derecho y director en la Universidad de Yale, analiza la trampa de la meritocracia en The Meritocracy Trap (La trampa de la meritocracia).

“Las empresas maximizan lucro, desgravan impuestos, o los evaden en paraísos fiscales, destruyendo la esperanza de sostenibilidad de cualquier sistema. Desconfiamos de las empresas”, dice este líder comunitario. Según cree, la razón de esta desconfianza está en parte en que las compañías no buscan conocer los contextos del mundo, sino usar las iniciativas y las personas como propaganda de la sostenibilidad o del mercado de consumo. “Invierten en proyectos de sostenibilidad cortos, aunque la transformación social requiere de plazos largos. Los consejeros delegados y los directivos buscan maximizar poderes, sus sueldos, bonos y riqueza de forma inmediata. Para ello, necesitan pobreza, desigualdad y crisis. Así engendran miedo y dependencia, explotan márgenes, controlan y perpetúan poderes. Las personas no importamos, pero como la deshumanización pasa factura, está de moda vender que se ponen en el centro”, explica.

No obstante, Marques nunca ha sido invitado a eventos de sostenibilidad, y los considera insostenibles, con discursos vacíos y unilaterales. “Las universidades sí me invitan a eventos. Pero me siento como una rata de laboratorio estudiada, no como un pensador. Además, ellos, aquí, prácticamente no vienen. Falta interés por lo humano. Ni siquiera nos comparten las conclusiones de sus investigaciones sobre nosotros.”

En el futuro quiero poder tener esperanza en el futuro. Anoche algunos agentes estaban aquí con fusiles, granadas, pero saben que aquí no hay criminalidad. Así, mirándole a la muerte desde tu cama, es difícil soñar y sentir esperanza

Como analiza una investigación de la Universidad de Oxford, parte de la comunidad académica reconoce ese distanciamiento, desde el conocimiento científico, del conocimiento popular. Sin embargo, desde perspectivas prácticas esa lejanía produce proyectos de sostenibilidad ineficientes; mientras que desde perspectivas académicas forma líderes que no adoptan genuinamente criterios sociales y medioambientales en sus decisiones.

“En el futuro quiero poder tener esperanza en el futuro. Anoche algunos agentes policiales estaban aquí [delante de su casa] con fusiles, granadas, etcétera, pero saben que aquí no hay criminalidad. Perseguían intereses turbios. Así, mirándole a la muerte desde tu cama, es difícil soñar y sentir esperanza. Pero racionalmente la tengo: Las favelas, como CDD, tienen que acceder a los centros de poder.” Reconocer la realidad, aunque sea dura, es un principio fundamental para encontrar soluciones auténticamente sostenibles.


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