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Combustibles
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Costumbre de ACPM

Seguir con unos combustibles subsidiados es un suicidio para la economía del país. Insistir en que hay que mantener los precios bajos es apostar al atraso de Colombia

Gasolinera en Cali, Colombia
Trabajadores descargan combustible en una estación gasolinera, en Cali (Colombia), el 8 de junio.Jair F. Coll (Bloomberg)

“No cabe duda que es verdad que la costumbre es más fuerte que el amor”. Esta frase, simple y potente, es el impecable remate de una de las más reconocidas creaciones musicales del inolvidable Juan Gabriel y a la vez es contenedora de un axioma que aplica no solo al amor, sino a infinidad de circunstancias en las que la costumbre termina siendo tan poderosa que cualquier posibilidad de hacer un cambio, que hasta pudiese resultar para bien, se ve con absoluto desdén. La inercia de la vida nos hace ver con recelo y desconfianza lo que es desconocido. Por eso, generalmente, terminamos aplicando el también viejo refrán: mejor malo conocido que bueno por conocer.

Hace unos días el ministro de Hacienda hizo el anuncio del inevitable e inminente incremento del precio del combustible diesel, que es el que usa la totalidad del parque automotor de carga, así como los buses y busetas de pasajeros que circulan por las carreteras del país. Y ahí entra Juan Gabriel de nuevo: “Sé que tu no puedes, aunque intentes, olvidarme”. Los opositores del Gobierno salieron, como activados por un mágico interruptor, a lanzar todo tipo de mensajes contra la noticia. Habrá alza en los precios de los alimentos, anticiparon unos. Petro va a acabar con los transportadores, auguraron otros. La adicción a la gasolina nos ha llevado a eso. A ser incapaces de ver más allá de un anuncio, de ver la oportunidad en lugar de la tragedia. La costumbre.

“Siempre volverás una y otra vez. Una y otra vez, siempre volverás” es el devenir de buses intermunicipales, camiones y tractomulas. Van y vienen. Llevan y traen. Lo mismo que puede hacer un tren. Esos trenes que hemos olvidado o que, más bien, nunca hemos conocido y que serán la solución a los siempre odiosos incrementos en los precios de los combustibles, a la vez que, siendo eléctricos, serán necesarios para erradicar tanto vehículo contaminante. Por eso es urgente ver más allá y más que convertirnos en plañideras la costumbre, convertirnos en promotores y ojalá aceleradores del cambio que nos hará bien a todos.

No faltará quien diga “pero te extraño, como te extraño” a la hora de pensar en los otrora bajos precios de la gasolina y el ACPM, pero gritar eso a los cuatro vientos no hará que cambie la ecuación. Seguir con unos combustibles subsidiados es un suicidio para la economía del país. Insistir en que hay que mantener los precios bajos es apostar al atraso de Colombia. Es retardar el salto urgente hacia la movilidad eléctrica que, esa sí, debería estarse subsidiando de todas las formas posibles para darle dinamismo a un proceso inevitable para garantizar un planeta más o menos vivible para las generaciones que vienen.

“Aunque ya no sientas más amor por mi, solo rencor”, estarán pensando los empresarios del transporte de pasajeros y de carga, pero ellos tampoco tienen más que decir “y eso es peor”. Ya no hay espacio para seguir llenando el país de tractomulas y buses. Llegó la hora de los trenes. Por eso el anuncio hecho hace un par de días desde la Agencia Nacional de Infraestructura que da vida al proceso de estructuración del proyecto férreo que conectará al centro del país debe ser celebrado, aunque en sus tiempos parece demasiado lento: más de dos años tardaría poner en marcha la construcción de los nuevos corredores férreos. Mucho tiempo. Demasiado.

Por eso digo que todos deberíamos empujar para que esto sea más rápido y así con celeridad pasar la página de una mala costumbre. “Sabes tú muy bien que yo estoy convencido”.

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