La oposición siria no da tregua al régimen
El doble juego del presidente Bachar el Asad de conceder con una mano y reprimir con la otra se agota - Los manifestantes se fortalecen y preparan el empujón final
El régimen sirio se dispone a afrontar unas jornadas críticas. Con la revuelta popular extendida a casi todo el país, el presidente Bachar el Asad apura los recursos de un doble juego que hasta ahora no ha funcionado: concede con una mano y reprime con la otra. Pero el juego empieza a agotarse. El Asad no puede ceder más sin acabar con el régimen heredado de su padre, y con su propio poder, y no puede reprimir con más violencia sin provocar una situación catastrófica. Los movimientos de oposición se sienten más fuertes cada día y preparan el empujón final. Las manifestaciones convocadas para este fin de semana se prevén masivas.
El Ejército sirio se ha desplegado esta madrugada en la ciudad de Homs, ubicada 165 kilómetros al norte de Damasco, donde hoy podrían producirse nuevas manifestaciones antigubernamentales tras la hora del rezo, como ha ocurrido en las últimas cinco semanas. Grupos de cinco soldados patrullan a pie las calles de laciudad, donde también están presentes otras fuerzas de seguridad, uniformadas con ropas de camuflaje, según han indicado dos residentes a las agencias internacionales.
Se legalizan las protestas pacíficas, pero no se autorizará ninguna
La disidencia interpreta los gestos de apertura como señales de debilidad
Viernes, sábado y domingo se consideran jornadas decisivas en el país árabe. Los propios organizadores de las manifestaciones de mañana afirman esperar nuevos tiroteos y nuevas víctimas mortales, cuyos funerales estan destinados a convertirse a su vez en actos de protesta pueden llegar a enlazar con nuevas manifestaciones el domingo, el día más favorable a la movilización de la minoría cristiana.
Con este fin de semana en perspectiva, Bachar el Asad volvió a esgrimir el jueves el palo y la zanahoria. La zanahoria fue la supresión por vía de urgencia del estado de excepción, vigente desde 1963. El presidente prefirió no esperar al trámite parlamentario (un trámite en el más estricto sentido, ya que él mismo designa a los miembros de la Asamblea), que habría alargado los plazos varias semanas, y firmó un decreto que abolió los poderes excepcionales del Estado y los tribunales políticos. Por el mismo decreto, según el Gobierno, quedaron legalizadas las "manifestaciones pacíficas", aunque el Ministerio del Interior proclamó el lunes que la anunciada supresión de las leyes excepcionales suponía tal democratización que no había ya justificación para ulteriores protestas callejeras y, por tanto, no serían toleradas.
El gesto presidencial habría tenido un impacto notable un mes atrás. Ahora, sin embargo, no se interpretaba como un esfuerzo por reformar el régimen y aligerar el peso de la dictadura, sino como una señal de pánico. Haitham el Maleh, un activista encarcelado en numerosas ocasiones y uno de los organizadores de las manifestaciones contra el absolutismo, declaró que la supresión del estado de excepción y del Tribunal de Seguridad del Estado no servía de nada mientras no existiera un sistema judicial mínimamente independiente y los poderes de la policía siguieran siendo ilimitados.
"El estado de excepción no ha sido levantado, ha caído como resultado de las manifestaciones y de la sangre de los mártires que clamaron por la libertad de Siria", declaró Suhair Atassi, otro activista, a través de Twitter.
Otra de las concesiones de Bachar el Asad fue la destitución del gobernador de Homs, responsable directo de las matanzas de los últimos días, y su sustitución por Ghassan Abdul Al, un hombre menos despreciado por la ciudadanía.
Junto a la zanahoria, el palo: el Ejército y la policía tomaron Homs, la tercera ciudad del país, convertida en una población cerrada desde que, hace una semana, se desplazó hacia ella el epicentro de la revuelta. Al menos 12 personas murieron entre el sábado y el domingo y otras 21 el lunes y el martes, según testigos locales citados por Reuters. Junto a las fuerzas de seguridad se desplegaron en Homs las temidas bandas de los shabiha, pistoleros al servicio del régimen que se infiltran en las protestas pacíficas para inducirlas a la violencia y, en ciertos casos, para identificar a los cabecillas y matarlos. Los shabiha son mayoritariamente alauíes, la secta minoritaria chií a la que pertenece el propio Bachar el Asad y que constituye la élite del régimen.
La oposición atribuye a los shabiha las matanzas que, según el Gobierno, cometen misteriosas bandas armadas de extremistas islámicos. Los manifestantes interpretan que el Gobierno utiliza a los shabiha para crear un caos que justifique la represión a sangre y fuego y para asustar a los ciudadanos que desean reformas, pero no una guerra civil. Los shabiha, que apostan francotiradores en las azoteas, son los primeros en disparar contra la multitud. Después de ellos intervienen militares y policías, que siguen disparando contra la multitud con la excusa de que alguien dispara desde las azoteas.
La situación en el país sigue siendo muy confusa y parcialmente desconocida, por la ausencia de prensa extranjera y la severa censura sobre la prensa local. La televisión siria emite continuamente reportajes que muestran una completa normalidad en las principales ciudades. Las únicas imágenes de la revuelta son captadas por los teléfonos móviles de los propios manifestantes y solo circulan por Internet, un servicio novedoso en Siria (lo autorizó el propio Bachar el Asad hace un par de años, como muestra de reformismo y modernización) del que solo hace uso un 20% de la población.
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