Así es la búsqueda de una vacuna contra la enfermedad más mortal
Sudáfrica es el laboratorio mundial de la lucha contra la tuberculosis. Allí se experimenta con varias inmunizaciones que logren erradicar esta epidemia global
Crear una nueva vacuna requiere superar decenas de obstáculos: conseguir financiaciones millonarias, generar preparaciones biológicas novedosas, comprobar que son seguras en humanos, demostrar su efectividad a largo plazo, afinar dosis y tiempos de administración. Además de todos estos, la que la fundación Desmond Tutu HIV está tratando de desarrollar en Ciudad del Cabo se encuentra con uno añadido: la dificultad de encontrar a voluntarios no infectados que participen en el experimento. La bacteria está tan esparcida en la urbe sudafricana que para hallar a 73 adolescentes sin ella han necesitado reclutar y examinar a más de 400.
El bacilo que causa la tuberculosis no siempre se manifiesta. Millones de personas lo portan y nunca llegan a desarrollarla, como sucedía con estos jóvenes: eran asintomáticos, pero lo alojaban. La enfermedad lleva siglos conviviendo con el ser humano y, a pesar de que a mediados del XX se descubrieron los antibióticos capaces de curarla, el año pasado se cobró la vida de 1,5 millones de las más de 9,5 millones de personas que la sufrieron, superando al sida como la enfermedad infecciosa más mortal del planeta.
Los factores que contribuyen a ello son muchos, pero la pobreza y la inequidad están entre los fundamentales. Es una dolencia que sufren principalmente los pobres, pues es en las condiciones de vida más precarias donde el bacilo se propaga con mayor facilidad. Lo hace donde hay hacinamiento, falta de ventilación, de salubridad, entre personas que tienen difícil el acceso a un sistema sanitario capaz de diagnosticar y tratar a tiempo este mal. Para conseguir el objetivo de erradicar la enfermedad en los próximos 15 años que la comunidad internacional se ha marcado, muchos expertos señalan que una vacuna será imprescindible. Lo hizo en la conferencia anual de la Unión contra la tuberculosis y las enfermedades pulmonares que se celebró la semana pasada en Ciudad del Cabo la directora de la alianza de la ONU Stop TB, Lucica Ditiu: “Conseguiremos reducir el número de casos, pero sin una vacuna no la eliminaremos”.
Lo cierto es que ya existe una que se viene empleando desde los años veinte y protege a los niños de la variante más mortal, la que se propaga por las vísceras, pero no de la más común, la que se extiende por los pulmones. Actualmente, 16 investigaciones para encontrar una inmunización están en fase clínica —es decir, en experimentación con humanos— con distintos enfoques. Las que investiga el Desmond Tutu HIV Centre, liderados por la doctora Linda-Gail Bekker, tienen la peculiaridad de estar enfocadas a la población no infectada previamente, mientras que otras tratan la enfermedad ya alojada, bien desarrollada o no. Además, se centra en adolescentes porque hasta esas edades no se es contagioso: los niños pueden sufrir la tuberculosis, infectados por adultos, pero no la transmiten.
En esta carrera por hallar la vacuna están en liza dos españolas. Se trata de una competición científica en la que cada grupo trata de conseguir para sí los exiguos fondos que organismos internacionales públicos y privados aportan para descubrirla, una carrera en la que las empresas farmacéuticas prácticamente no contribuyen con inversiones, ya que al ser como es una enfermedad de pobres, no resulta rentable.
La vacuna contra la tuberculosis data de los años veinte y no protege de la variante más común. 16 experimentos buscan una más eficaz
Se podría decir que Sudáfrica es el gran laboratorio mundial para hallar tanto una vacuna como diversos tratamientos que mejoren los ya existentes. Allí se va a probar próximamente una de las españolas. Es uno de los países donde la enfermedad tiene más prevalencia (715 casos por cada 100.000 habitantes, cuando en España, por ejemplo es de 13). Solo en Ciudad del Cabo, el año pasado se reportaron 36.000 casos de tuberculosis, más que en Estados Unidos, Reino Unido y España juntos.
Por eso a la doctora Bekker y a su equipo les está costando tanto trabajo hallar enfermos no infectados. En el suburbio marginal de Nyanga, también conocido como La capital del asesinato de Sudáfrica, donde unas 60.000 personas viven en chabolas de madera y chapa, el bacilo va de unos pulmones a otros gracias al hacinamiento en viviendas, transporte y baños en condiciones de salubridad más que dudosas.
Lulutho Qaku, de 16 años, es uno de los vecinos de este slum y se prestó como voluntario para recibir las primeras dosis de este tratamiento experimental que, con suerte, se puede convertir en el remedio para la tuberculosis. Según cuenta, acudió gracias a su madre, que se enteró de que la clínica estaba desarrollando esta investigación y pensó que era una buena manera de que chequeasen la salud de su hijo. Porque en Nyanga, se puede estar diagnosticado o no, pero tanto la tuberculosis como el VIH —por separado o, frecuentemente, juntas— son infecciones que muchos de sus habitantes padecen, y a menudo ocultan para evitar el estigma.
Por eso, en la lucha contra la tuberculosis, la concienciación política y social y el trabajo comunitario son casi tan importantes como los avances científicos. Lo repitió en el congreso de Ciudad del Cabo Mark Dybul, director del Fondo Mundial —una organización con financiación internacional pública y privada que aporta la mayor parte del capital en para vencer a la tuberculosis, el sida y la malaria—: “Es ridículo que siga habiendo tuberculosis y que baje a un ritmo del 1,5% anual. Tenemos que dejar de hablar de problemas y centrarnos en las soluciones, que las hay, ya que es una enfermedad que se asienta en la inequidad, no es esencialmente un problema científico. Si existiese una tratamiento que en seis meses curase el sida, cosa que ya sucede con la tuberculosis, estoy convencido de que esta ya no existiría”.
Paralelamente a los avances científicos, y muchas veces de la mano, el trabajo en la comunidad es crucial. En Nyanga, Siyabonga Ngame, hace reuniones periódicas con los líderes comunitarios, visita los hogares y les informa de las características de la enfermedad para localizarla y tratarla a tiempo, ya que cuanto antes comience la medicación, antes se ataja el contagio. Su labor fue una parte de la cadena de trabajo que está permitiendo avanzar en el experimento de la vacuna del Desmond Tutu HIV Centre. Es el que ha ido corriendo la voz de que acercarse al edificio que tienen en el barrio no es un sinónimo de tener sida. "Muchos creen que por estar aquí quiere decir que estamos infectados, se les estigmatiza, pero les explicamos que no tienen por qué, que en el caso de estarlo, pueden tener contacto con ellos", relata.
Aunque ya han reclutado a 73 jóvenes sanos para los experimentos, el objetivo es llegar a 84, así que todavía faltan 11. Puede parecer sencillo, pero teniendo en cuenta la prevalencia de la bacteria, necesitarán captar a casi medio centenar de ellos para descartar a los que están infectados.
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