Descubra las diferencias
No es este el lugar para distinguir entre la percepción de los hechos y los hechos mismos, pero sí para señalar que la realidad, la dura realidad, nos proporciona una imagen del actual presidente de Estados Unidos, Barack Hussein Obama, idéntica a la de su predecesor, George Walker Bush. No lo ven así los ciudadanos de Estados Unidos, sus políticos y opinadores y menos aún los medios de comunicación; pero esta es la percepción mayoritaria en Europa y probablemente en España, donde el asalto de Abbottabad y la muerte de Bin Laden han sido leídos y entendidos como un atentado al derecho internacional, un retorno al unilateralismo y cualquier cosa menos un acto de justicia.
Los esfuerzos por situar a ambos presidentes en el mismo saco no son nuevos. Los más recientes, a cargo sobre todo de la derecha, se apoyaban en la primavera árabe para señalar la continuidad con el intervencionismo democrático de Bush, y encontraban su punto de convergencia en los bombardeos sobre la Libia de Gadafi. Ahora, con la acción fulminante contra el jefe de Al Qaeda, ha culminado la operación. Tenemos ya dos dibujos indistinguibles a simple vista con los que podemos empezar el juego de las diferencias, como si fuera un pasatiempos.
Ni todos los terrorismos son iguales, ni lo son todos los presidentes que los combaten
La primera es que Bush autorizó y legalizó la tortura y que Obama la ha abolido. Dos son los reproches que cabe hacerle sobre este capítulo. El primero, por utilizar información obtenida bajo tortura durante la etapa de Bush para descubrir el paradero de Bin Laden, ni siquiera es seguro, pero en todo caso es absurdo: nadie en sus cabales desconocería una información que afecta a su seguridad por el hecho de que haya sido obtenida por métodos indecentes. El segundo está más fundamentado, pero es anterior al asalto de Abbottabad: Obama no ha querido depurar responsabilidades con quienes autorizaron la tortura en la anterior Administración.
Segunda diferencia: Bush abrió Guantánamo y lo mantuvo muy activo durante su mandato. Obama ha intentado cerrarlo y ha ido limitando y disminuyendo el número de presos. Si no ha ido más lejos es porque no se lo han permitido los congresistas, que no quieren a presos ni a excarcelados en sus correspondientes Estados. Tampoco ha recibido una gran ayuda de los europeos, que apenas han admitido a un puñado de exreclusos en sus países. Bush creó en Guantánamo comisiones militares para juzgar casi en secreto a los sospechosos, mientras que Obama solo las ha creado, con muchas más garantías, ante la imposibilidad política de entregar los presos a tribunales civiles.
Tercera diferencia. Bush lanzó una guerra preventiva contra Sadam Husein, porque entendía que Estados Unidos tiene derecho a atacar cualquier país que pueda representar un peligro futuro para su seguridad y la de sus aliados; mientras que Obama participa en el marco de la OTAN, con cobertura legal de Naciones Unidas, en una acción preventiva para defender a la población civil libia. Esta diferencia es especialmente borrosa para los neocons más duros, como José María Aznar, que otorgan un poder sin límites a EE UU para actuar cuando y como les plazca en relación a su seguridad, de lo cual derivan sus actuales aplausos ante la última y más sonada actuación militar.
La cuarta diferencia tiene que ver con los conceptos. Bush es unilateralista y concibe la multilateralidad como el aliño de la ensalada. Obama es multilateralista y considera la acción unilateral, como es el caso de la liquidación de Bin Laden, como un caso excepcional cuando está en juego la seguridad nacional de su país. Este es un margen que se conceden, lo declaren o no, casi todos los gobiernos del mundo. Bush creía en la acción democratizadora de la guerra, Obama cree en la diplomacia: el hard power y el soft power de Joseph Nye. En el caso de Obama, sin embargo, el concepto más preciso es el de smart power, en el que se combinan inteligentemente los dos tipos de poder, y que tiene un buen epítome en la eliminación de Bin Laden.
Con el actual presidente, los asesinatos selectivos de terroristas en la zona caliente del mundo han aumentado en proporciones extraordinarias respecto a la etapa de Bush. Se efectúan con aviones no tripulados, de gran precisión y capacidad letal, pero producen con frecuencia víctimas no deseadas entre la población civil. El ataque contra Bin Laden, esta vez pie a tierra, es la acción más importante y delicada de toda una cadena de actuaciones para eliminar a dirigentes terroristas. Bush declaró una guerra global contra el terror de duración indefinida, bajo cuyo rótulo invadió dos países y suspendió libertades y derechos en casa y en el exterior en nombre del poder presidencial. Fue un carnicero. Obama es un cirujano.
Hay más diferencias, que el lector perspicaz sabrá localizar, pero estas bastan para desmentir a quienes todo lo amalgaman: ni todos los terrorismos son iguales, ni lo son tampoco quienes los combaten.
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