Obama propondrá una nueva política sobre Oriente Próximo
El presidente quiere adelantarse a las iniciativas de israelíes y palestinos
Reforzado por la popularidad y la autoridad ganadas con la muerte de Osama bin Laden, Barack Obama prepara para la próxima semana un mensaje al mundo árabe y musulmán con el que pretende rediseñar la política norteamericana en esa región y presentar nuevas propuestas en relación con el conflicto palestino-israelí. La Casa Blanca confirmó ayer que el discurso irá dirigido a "una audiencia de amplio espectro en Oriente Próximo".
Es la iniciativa política más importante que se desprende de la desaparición del líder de Al Qaeda. La Administración estadounidense ha observado con satisfacción que, a diferencia de otras ocasiones, ese episodio no ha despertado reacciones antinorteamericanas en el mundo árabe, sino más bien indiferencia hacia la suerte de Bin Laden, lo que certifica que las protestas prodemocracia han asentado una nueva dinámica en esa parte del mundo.
EE UU busca reforzar su influencia con las revueltas y la muerte de Bin Laden
Ambos hechos combinados, la muerte de Bin Laden y la insurrección popular, representan una oportunidad histórica que Obama no quiere dejar pasar para asumir un nuevo protagonismo personal y revitalizar la política estadounidense. La Casa Blanca no ha precisado la fecha del discurso ni su contenido, pero otros datos relacionados con este asunto permiten hacer algunas predicciones.
La fecha está vinculada al gran momento político que disfruta Obama -una encuesta de Associated Press elevaba ayer su popularidad hasta el 60%-, pero también a otras circunstancias que le apremian. La principal es la visita que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, iniciará la próxima semana en Washington.
Netanyahu se entrevistará el día 20 con Obama y cuatro días después hablará ante el Congreso para presentar un nuevo plan de paz. Al primer ministro israelí le urge pasar a la ofensiva rápidamente para abortar el proyecto de la Autoridad Palestina de declarar la independencia en la sesión del próximo septiembre de la Asamblea General de Naciones Unidas. El presidente norteamericano, por su parte, está obligado a hablar antes que Netanyahu para no verse como rehén de la propuesta que su gran aliado ofrezca.
Todo el escenario está montado ya para una gran operación de política exterior en los próximos días. La invitación al rey Abdalá de Jordania, el mejor amigo de Washington en el mundo árabe, para acudir al Despacho Oval el próximo martes parece, sin duda, vinculada a ese movimiento.
Obama ya emitió un gran mensaje al mundo islámico hace dos años en El Cairo. Desde entonces, la imagen de EE UU en esos países ha mejorado. Eso no se ha visto correspondido con avances concretos en los asuntos que preocupan a los árabes, fundamentalmente la cuestión palestina.
El portavoz de la Casa Blanca, Jay Carney, advirtió ayer que este discurso no tiene el mismo destinatario. No se trata tanto de abordar en términos generales el conflicto ideológico y cultural que en los últimos años ha enfrentado a Occidente con los musulmanes, sino la situación política en Oriente Próximo, la posición de EE UU ante el levantamiento democrático y los efectos que debería tener.
Las principales dudas que en estos momentos subsisten dentro de la Administración en relación con ese discurso tienen que ver con el grado de concreción de un plan de paz sobre el conflicto palestino-israelí. Una propuesta demasiado específica, con detalles y fechas sobre temas como los refugiados palestinos, los asentamientos judíos o Jerusalén, corre el riesgo de ser rechazada por alguna de las partes. Pero una iniciativa demasiado vaga es difícil que tenga el efecto de marcar un nuevo punto de partida en la solución de ese problema.
Otro aspecto que condiciona la fecha del discurso es la posición de los Gobiernos árabes. Algunos, como Siria, han quedado desautorizados por la insurrección. Otros con los que antes se contaba incondicionalmente han ganado prestigio e independencia, particularmente Egipto. La Casa Blanca considera que la muerte de Bin Laden prueba que EE UU posee margen de maniobra en el bando prodemocracia y mucha menos presión del lado de los regímenes autoritarios que sobreviven.
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