La OTAN destruye unas oficinas en el cuartel general de Gadafi en Trípoli
Misrata y otras ciudades del oeste del país sufren fuertes ataques del Ejército
El régimen libio ha demostrado versatilidad en el campo de batalla, que dispone de recursos para prolongar la guerra y tampoco parece que las deserciones, empezando por la de su exministro de Exteriores Musa Kusa y seguida por la de unas decenas de oficiales y soldados, sean masivas. El coronel Muamar el Gadafi aparece en público cada semana para despejar dudas sobre quién está al mando, y mientras esté presente nadie espera que se desmorone la dictadura. Ayer, de madrugada, un edificio que el tirano emplea para reuniones ministeriales en su casa-cuartel de Bab Aziziya, en las inmediaciones de Trípoli, fue arrasado por la aviación de la OTAN. ¿Se pretendía matar al autócrata? Imposible saberlo, pero emergen las voces que piden poner fin a su vida.
El portavoz del Gobierno afirma que trataron de matar al líder libio
"Es importante que Gadafi, su familia y su entorno se despierten cada día pensando que puede ser el último"; "Gadafi debería ser consciente de que su vida está en peligro"; "Mi recomendación a la OTAN y a la Administración de Obama es cortar la cabeza de la serpiente, bombardear a su círculo próximo y las bases militares de Trípoli". Los políticos estadounidenses Joe Lieberman, John McCain -que el pasado viernes visitó Bengasi y expresó un respaldo contundente a los sublevados- y Lindsey Graham se despachaban el fin de semana contra la aparente endeblez de los ataques aéreos de la Alianza Atlántica.
La frecuencia de los bombardeos de la coalición internacional contra instalaciones en la capital crece en los últimos días. Pero los ataques del Ejército libio contra ciudades occidentales, junto a la frontera tunecina, y contra Misrata, donde entre el sábado y ayer perecieron más de 40 personas bajo el fuego y las bombas-trampa abandonadas por los uniformados, ganan también en intensidad.
"Los bombardeos solo asustan a los niños. Es imposible que nos fuercen a levantar bandera blanca", respondió Saif el Islam, el hijo mayor del dictador, a través de la agencia oficial Jana, sobre el ataque a Bab Azizia. El Islam se dirigió a los países de la OTAN para advertirles de que "libran una batalla perdida", debido a que están "respaldados por traidores y espías". A su vez, Musa Ibrahim, el portavoz del Gobierno, añadía por la tarde que se trataba de un intento de asesinato de Gadafi. "Está bien, con buena salud y la moral alta", apuntaba la voz del Ejecutivo, que habló de tres agentes muertos y 45 personas heridas. Las autoridades libias se pusieron en contacto con varios países, entre ellos Rusia, China, Italia y Turquía, para quejarse del bombardeo de Trípoli.
Los ataques aliados habrán provocado enormes destrozos a las instalaciones del Ejército libio y dañado buena parte de su armamento pesado y aviación. Pero en una guerra que cada día más se libra en camionetas y pequeños vehículos, y en frentes muy móviles, la eficacia de los cazabombarderos palidece. No se cansan los sublevados de reclamar el aprovisionamiento de armas pesadas a los socios de la alianza forjada contra el tirano, pero como ocurre con las eventuales exportaciones de petróleo, el marasmo legal es ahora un escollo.
La resolución 1973 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas no aboga por un cambio de régimen ni toma partido por ninguno de los bandos, pero la orden de "proteger a los civiles" con todos los medios necesarios es campo fértil para interpretaciones, y los países occidentales se han decantado abiertamente por el hundimiento del régimen. Francia opina que es legítimo suministrar armamento a los rebeldes; Rusia y China lo niegan y critican también el envío de consejeros militares para asesorar a los milicianos. En todo caso, Mustafa Abdelyalil, presidente del Consejo Nacional -el Gobierno de los rebeldes- aseguraba el domingo en Kuwait (ese emirato ha donado 121 millones de euros a los sublevados) que "varios países amigos" ya les abastecen. Necesitan mucho más, no obstante, para enfrentarse a las mejor equipadas brigadas de Gadafi. Ayer, el Gobierno italiano anunció que permitirá que sus aviones ataquen "objetivos militares específicos" en su excolonia.
Comentaba a este diario un portavoz del Consejo Nacional que las unidades de Gadafi carecen de suficientes soldados para cubrir todos los frentes. Ante una situación bélica tan confusa no puede comprobarse la afirmación. Pero seguro es que los militares mantienen a raya varias ciudades -entre ellas Zauara y Zauiya- sometidas hace un mes; que siguen apostados en los límites de Misrata, y que en Libia occidental, cerca de la frontera tunecina, han sitiado varias poblaciones habitadas mayoritariamente por tribus bereberes que siempre han mantenido una relación nada cordial con el dictador.
La consecuencia es un éxodo hacia Túnez: 30.000 personas ya han acampado desde principios de abril tras cruzar el puesto fronterizo de Dehiba-Wazin. Refugiados citados por Reuters aseguraban que los ataques con cohetes y artillería son cotidianos desde hace 10 días en Yafran, Kalaa y Zintan. Se reproduce así el desplazamiento masivo de población vivido en Ajdabiya, una ciudad de 100.000 vecinos a 160 kilómetros de Bengasi, que está prácticamente desierta desde hace semanas.
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