Esos locos pesados
Es el resultado de una cosecha, no cabe duda; Pep Guardiola no hace milagros. Pero ahora es responsable directo de un milagro: tres futbolistas suyos compiten por un premio que se merecen. Es un honor que a él le toca también, aunque lo mire de lejos. Se merece este reconocimiento. Porque premia, en realidad, a un modo de concebir el fútbol, de mimarlo desde que amanece.
Pep es un gran entrenador, pero tiene una virtud previa: es aficionado al fútbol. David Trueba cuenta una anécdota famosa, la charla que tiene el entrenador del Barça con Bielsa, uno de sus maestros. Se entusiasman tanto hablando de fútbol que al final el argentino sitúa al catalán como figurante de una alineación imaginaria. Él sueña con el fútbol, lo dibuja, lo pinta. Si fuera músico, lo cantaría.
Ahora se le ve en banquillo vibrar con lo que hacen los suyos, pero eso se le veía antes, cuando era futbolista: en el medio del campo, dirigiendo las jugadas, implicándose en el juego como si pudiera tocar todos los palos. Guardiola vibraba siempre, era un apasionado seguidor de un equipo que le hizo el honor de abrirle un hueco. Y se hizo un hombre, un barcelonista que abrazó al equipo hasta que el club lo desperdició y él se fue, melancólico, a purgar en el extranjero el desengaño. Por ese hueco se había colado con la ilusión de los niños que se conformarían con oler la gloria. Él la tocó, se la apropió, ahora la gloria del Barça tiene un trozo grande que le pertenece.
De esa herencia viven también Xavi, que es su heredero directo, Iniesta y Messi. Él, Guardiola, dijo hace días, cuando Xavi batió el récord de partidos como azulgrana, que el actual aspirante a Balón de Oro es "un pesado", que quiere jugar siempre; Xavi es un loco que siempre habla de fútbol. Como él. Guardiola no lo va a decir jamás, pero todos estos muchachos que han crecido cerca de él, y que ahora se hacen más grandes con él, son tan locos como él mismo. Viven pendientes del fútbol, sus ojos están inyectados por el veneno de este deporte, y ellos asumen el veneno como algo benéfico, darían su vida por jugar. Siempre pone a Messi porque se lo pide su hijo, dice; no, es porque poniendo a Messi se pone a sí mismo. ¿E Iniesta? Es el loco más sensato, pero dentro de este futbolista enjuto habita un romántico, un loco peligroso que ya ha destrozado las lógicas del fútbol para hacerlo más hermoso. Y para hacer feliz a este loco mayor, calvo calvísimo, que se llama Pep Guardiola.
Ese es el milagro del Barça, la coexistencia de todas estas locuras.
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