Los dos partidos buscan una nueva política sobre Irak
Los comicios darán paso a una estrategia multilateral ante el conflicto
En una cosa, al menos, están de acuerdo los dos partidos que hoy conforman la nueva mayoría del Congreso de EE UU: las cosas van mal en Irak y es necesario encontrar soluciones. El propio presidente Bush, se sumó el mes pasado al campo de los críticos con la marcha de la guerra -"tampoco estoy satisfecho", dijo- y, aunque su actuación hasta ahora ha sido muy diferente de la que proponen la mayoría de los dirigentes demócratas, la nueva realidad surgida de las elecciones de ayer anuncia una política sobre Irak más bipartidista y más multinacional.
"Cada voto depositado por un candidato demócrata es un voto a favor de una política nueva y más inteligente en Irak", declaró ayer el influyente senador demócrata Charles Schumer, resumiendo lo que ha sido, sin duda, el asunto dominante de estos comicios. Según los sondeos efectuados ayer a pie de urna, un 37% de los votantes lo hizo pensando en Irak, cinco puntos menos que la primera preocupación nacional, la corrupción. Según esos sondeos, un 57% de los que participaron en estas elecciones desaprueba la forma en que el Gobierno ha manejado la guerra y exige una nueva política.
Con una oposición más fuerte, no será fácil que Bush persista en su política de guerra
Lo más probable es que los demócratas apuesten por la retirada paulatina y sin fecha de Irak
Una nueva política que se anticipa más bipartidista, por el mayor peso del Partido Demócrata en el Congreso, por la necesidad del Partido Republicano de repartir responsabilidades con la oposición con vistas a las próximas elecciones y por la preocupación de Bush por resolver, en la medida que le sea posible, el caos de Irak y coronar su presidencia en mejor sintonía con sus compatriotas.
Una política más multinacional, por alguna de esas mismas razones, unido al hecho de que, desde el comienzo de la guerra en Irak, Estados Unidos se ha ido encontrando con una cadena de crisis internacionales -el desafío nuclear de Irán y Corea, el deterioro de la situación entre israelíes y palestinos-, que no son del todo ajenas a Irak y que obligan -han obligado- a soluciones en el marco de la comunidad internacional. Un importante asesor de la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, comentaba recientemente a un grupo de periodistas el propósito de la Administración de reconstruir una sólida coalición internacional para Oriente Próximo.
No se puede olvidar el papel exclusivo que el sistema norteamericano otorga al presidente en la conducción de la política exterior. Tampoco hay que despreciar la posibilidad de que, así como se ha empeñado en mantener en su cargo al secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, pese a la oleada de críticas en contra, Bush persista en su política en Irak, o que acontecimientos imprevistos le obliguen a hacerlo. Eso no será sencillo con una oposición más robusta. Tampoco las señales que se aprecian van por ese lado. Una nueva política sobre Irak está, de momento, pendiente del informe que presente en breve el Grupo de Estudios sobre Irak, creado de forma bipartidista por el Congreso con el visto bueno de Bush. Ya sólo la creación de ese grupo, copresidido por el ex secretario de Estado republicano James Baker y el ex congresista demócrata Lee Hamilton, permite anticipar propuestas diferentes de la política actual.
Según fuentes próximas a esa comisión, sus recomendaciones incluirán la búsqueda de la estabilización de Irak en el marco de un plan de soluciones para el conjunto de Oriente Próximo, lo que supone implicar a Siria, Egipto, Israel y, de alguna manera, a la Unión Europea.
El presidente, obviamente, no tiene por qué seguir las recomendaciones de ese Grupo, que está siendo criticado de forma discreta por los sectores más radicales del Partido Republicano. Baker es un conservador de viejo cuño, moderado y multinacionalista, que nunca ha simpatizado con las estrategias neo-con diseñadas en los primeros años de la Administración de Bush. El presidente, en efecto, no tiene ahora por qué escucharlo, pero después de haber reconocido que las cosas no van bien en Irak y después de haber escuchado la voz de los electores, es difícil que mañana se presente ante los ciudadanos con más de lo mismo sobre Irak.
Bush no ha sido muy preciso en sus últimos discursos de la campaña. Aunque ha tratado de sembrar toda serie de dudas sobre la firmeza de los demócratas en la lucha contra el terrorismo, no ha defendido a ultranza su propia política. "Cuando vayas a votar recuerda que estamos en guerra", dijo el lunes en Pensacola (Florida), "y si quieres que este país utilice todo su poder para protegerte y, al mismo tiempo, crear las bases de paz para las generaciones venideras, vota republicano". Un presidente, además, que desde hoy pasa a ser lo que en el argot político norteamericano se llama un pato cojo, es decir, que ya no volverá a ser candidato, tiene mucha menos capacidad para dictar su política sobre Irak al Congreso, incluso a los congresistas republicanos, que también anticipan en privado un cambio de estrategia sobre Irak.
En el otro bando, los demócratas tienen que decidir hasta qué punto se siente respaldados por los resultados de ayer para forzar un cambio en Irak y en qué dirección hacerlo. Pese a toda la oratoria radical escuchada en la campaña, no parece previsible una apuesta por opciones extremas, como la congelación de los fondos para la guerra o incluso la solicitud de impeachment al presidente por haber confundido a los ciudadanos norteamericanos sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak, la principal razón que se dio para el inicio de la guerra.
Es más probable que la meta de una elección presidencial ganable a dos años vista aconseje al Partido Demócrata opciones más prudentes, como el respaldo a las recomendaciones de la comisión Baker-Hamilton, apostando por un repliegue de tropas de Irak de forma paulatina y sin fecha fija, en la medida en que lo permita la evolución general de los acontecimientos en Oriente Próximo. Unas elecciones, en definitiva, marcadas por Irak tienen que abrir un capítulo nuevo en ese conflicto, aunque nadie espera aquí que sea de forma brusca ni sorprendente.
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