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Giorgio, el incombustible

Armani es el diseñador más rico del mundo. Presidente, director general y único accionista de la empresa que creó en 1975 y que hoy genera 5.000 millones de euros al año. A los 72 años no aclara su sucesión, pero sí narra su agitada vida

Cuando Bono dirigió un número especial del periódico británico The Independent este verano, envió un ejemplar a Giorgio Armani con una inscripción garabateada en la primera página. "Señor Armani", decía. "Es usted una inspiración para mí. Me ayuda a no olvidar detalle y a controlar las ideas y la estética. Sólo a Dios debemos abandonarnos. Mis bendiciones… Bono". Dirigirse al italiano vivo más famoso como "señor", en español, y no signore, no augura un buen futuro a Bono como fanático del control. Pero, a pesar de sus encantadoras lisonjas irlandesas, Bono, cantante de U2, tenía razón en una cosa: nadie podrá acusar a Giorgio Armani de abandonarse.

Pongamos por caso la escena entre bastidores durante el desfile de Emporio Armani en Milán el pasado junio. Los modelos se alineaban mientras Armani daba los últimos toques a su maquillaje. Volvieron a hacer cola mientras anudaba corbatas, ajustaba el ángulo de los sombreros y se quejaba de los botones. Después mostró a cada uno cómo posar exactamente. En cuanto entraron en la pasarela, Armani, un hombre ágil de 72 años, con uniforme de verano compuesto por camiseta azul marino ajustada y pantalones cortos anchos, corrió hacia la entrada, desde donde estudió atentamente todo el espectáculo en una pantalla de plasma. No sólo es así en los desfiles. "Nunca he conocido a nadie con una atención al detalle tan obsesiva", señala Ron Frasch, vicepresidente de Saks Fifth Avenue. "Aprueba personalmente cada corbata y cada muestra de tela. Si piensas en todos los productos que saca al año, es increíble".

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Los fotógrafos famosos que llegan para hacerle una foto deben hacerlo al estilo de Armani, luz incluida. A los diseñadores gráficos les dice exactamente cómo producir sus anuncios. Los músicos que llegan para las pruebas descubren que el propio Armani se encarga de la audición. Antes de abrir el edificio del teatro Armani en Milán, su arquitecto, Tadao Ando, recuerda que Armani comprobó el ángulo y la línea de visión de los 558 asientos. Pauline Denyer, esposa del diseñador Paul Smith, cuenta que lo vio

barriendo la acera delante de una de sus boutiques de Milán.

Tanta dedicación le ha compensado. Después de 30 años de extraordinario éxito, Giorgio Armani pasará a la historia como el hombre que definió la indumentaria de trabajo de finales del siglo XX y enseñó a Hollywood a vestirse. Como presidente, director general y accionista único de una empresa que el año pasado generó 5.000 millones de euros en ventas, es el diseñador más rico del mundo, con una fortuna calculada por Forbes en 3.600 millones de euros. Pregunten a una entusiasta de la moda cuál es el diseñador más importante de la actualidad, y probablemente diga Nicolas Ghesquière, de Balenciaga (al menos esta temporada). Pero cualquier otro -es decir, el 99,9% de la población que compra ropa y no diseño o estilo- dirá Giorgio Armani.

A pesar de su riqueza y su fama, Armani todavía se somete cada seis meses al ritual masoquista de revaluación por parte de la prensa especializada en moda. Pasa sus días de reunión en reunión. Raramente camina, como si hacerlo supusiera malgastar el valioso tiempo, sino que corre de un lugar a otro perseguido por ayudantes azorados. Como su jefe, visten como acabados de salir del gimnasio, donde el signore Armani, como lo llaman ellos, hace ejercicio al menos una hora diaria. También esto le ha compensado. Armani parece asombrosamente lozano para su edad, a pesar del pelo blanco y de las profundas arrugas grabadas bajo su bronceado. Las arrugas dan carácter a sus rasgos delicados, pero lo que uno más recuerda del rostro de Armani son sus ardientes ojos azul claro.

"¿Que si pienso alguna vez en retirarme?", dice, repitiendo mi pregunta mientras almorzamos en Milán. "Sí. Algunas mañanas lo pienso, sí. Visitaré mis casas, navegaré en mi barco, iré al campo, pasearé a mis perros y compraré picassos. Pero eso sería el fin, porque mi vida es el trabajo. Mi vida estaría vacía. ¿Qué haría? No podría viajar con gente de mi edad, porque no siento ninguna inclinación por pasar el tiempo con viejos. Prefiero tener jóvenes a mi alrededor que me supongan un reto. Me mantienen despierto y en contacto con lo que ocurre. Por eso continúo".

Pero ¿cuál es el futuro de una empresa regida por un adicto al control de 72 años? Por muy rentable que sea la marca y por muy inteligente y centrado que sea su fundador (y Armani está sobrenaturalmente dotado de ambas cualidades, como atestiguará cualquiera lo bastante desafortunado como para haber negociado con él), la pregunta es inevitable. "El futuro es mi mayor reto", admite Armani, que para fundar la empresa con su novio hace 31 años vendió su Volkswagen Escarabajo. "Y ahora lo estoy afrontando". Pero eso lo dice desde hace años.

Para entender a Giorgio Armani y por qué es tan dinámico debemos trasladarnos a Piacenza, la adusta ciudad industrial italiana, en la región de Emilia-Romagna, al norte de Italia, donde nació en 1934. Según un dicho italiano, si un extraño va a Romagna, le darán un vaso de vino, pero en Emilia tendrá suerte si le dan un vaso de agua; Piacenza está en Emilia.

La vida allí era especialmente difícil durante la niñez de Armani. Tenía cinco años cuando estalló la II Guerra Mundial, y las fábricas locales se convirtieron en objetivo de los bombardeos aliados. Su madre lo llevó a vivir a una aldea cercana con su hermano mayor, Sergio, y una hermana menor, Rosanna, mientras el padre se quedaba a trabajar en las oficinas del Partido Fascista de Mussolini. Algunos de los amigos de Armani murieron en los bombardeos, y Rosanna y él tenían un método de huida poco fiable cuando veían un avión. "Saltábamos a algún agujero que hubiera junto a la carretera y nos ocultábamos bajo mi chaqueta", cuenta.

Después de la guerra, una mina lo hirió de gravedad. Un amigo murió y Armani permaneció 40 días hospitalizado. "Tenía un aspecto tan horrible que cuando un amigo vino a verme se desmayó de la impresión", recuerda Armani, cuya visión se vio permanentemente afectada. La familia tuvo problemas económicos cuando el padre se quedó sin trabajo y fue condenado por colaborador. "La primera vez que vi las películas neorrealistas italianas, no me gustaron nada. Lo había vivido, y no me gustaba que me lo recordaran".

La fuerza dominante de la familia era la madre, Mariù. "Formábamos una familia feliz que se quería, pero mi madre era dura, muy dura", dice. "Una noche, mis padres y mi hermano salieron, y nos dejaron a mi hermana y a mí solos en casa. Yo había visto una película de miedo, y no podía dejar de pensar en ella. Cuando mis padres volvieron, estaba llorando. Mi madre me preguntó: '¿Qué pasa, Giò?'. Cuando se lo dije, me dio una bofetada. Después ya no estaba asustado. Hablaba muy poco, pero elegía bien sus palabras. Yo soy como ella".

Giorgio era buen estudiante y obtuvo una plaza para estudiar medicina en la universidad. Tras dos años de servicio militar, abandonó los estudios y en 1957 encontró trabajo como ayudante de escaparatista y comprador en La Rinascente, de Milán, por aquel entonces una de las tiendas más elegantes de Europa. Poco después, se enamoró del arquitecto Sergio Galeotti. Gabriela Forte, que conoció a la pareja en 1979 y trabajó para Armani hasta 1994, recuerda: "Sergio era todo elegancia. Su modo de hablar, su postura, su ropa, su risa. Y hablaba de Giorgio con mucho amor".

Tras siete años en La Rinascente, Armani empezó a trabajar con el diseñador de ropa masculina Nino Cerruti, donde se formó en corte y confección. En 1975, Galeotti convenció a Armani, que entonces tenía 40 años, para crear su propia marca para hombre y mujer. Él la dirigiría. A mediados de los años setenta, la influencia de los modistas franceses, que habían dominado la moda mundial desde que Christian Dior reveló su New Look en 1945, se desvanecía. Encerrado en la tradición de la alta costura, el sector textil francés no se había adaptado a la expansión del mercado del prêt-à-porter de finales de los años sesenta. La rutilante excepción era Yves Saint Laurent, pero a mediados de los años setenta su salud flaqueaba. Los fabricantes italianos decidieron llenar el vacío invirtiendo en diseñadores locales, y ofrecieron condiciones inusualmente favorables. Financiaban la producción y la publicidad, y pagaban un porcentaje de los beneficios. Nuevos diseñadores como Armani y Gianni Versace pudieron crear sus empresas libres de deudas, con ambiciosos desfiles de moda y campañas publicitarias. Armani y Galeotti llegaron a un acuerdo con uno de los mayores fabricantes, GFT.

Como la mayoría de los diseñadores, Armani quería vestir a la gente de su edad, y a los 40 años su gusto era más conservador que el del típico diseñador novato. Se inspiró en las modas de su juventud, las décadas de 1930 y 1940. "La gente entonces era muy elegante y educada", recuerda. "Odiaba los estilos de los años sesenta y setenta. Las mujeres con minifalda y aspecto de cerditos asados de piernas gruesas". Cuando la cultura juvenil estalló en el nihilismo punk, Armani sacó la que sería su marca de fábrica: un traje suave y desestructurado. Tomó el rígido uniforme de negocios del momento -otro legado de la tradición de la alta costura francesa- y le quitó la rigidez, como los sastres napolitanos habían hecho en los trajes ligeros para el calor mediterráneo.

Él refinó su sastrería desestructurada perfeccionando el corte, creando tejidos hermosos y experimentando con nuevos estilos de cuellos, botonaduras y puños. Armani dio feminidad a la sastrería masculina, utilizando cortes y tejidos tradicionalmente reservados a las mujeres, y al mismo tiempo añadió desenfado a las prendas de mujer con una elegante autoridad. Se centró en la parte más amplia y adinerada del mercado -la multitud mayor de 35 años-, donde había menos competencia y existía una verdadera necesidad de cambio.

Lo que ahora consideramos un Armani clásico -su estudiada sencillez- se reflejaba en el trabajo de los diseñadores de muebles italianos contemporáneos como Bellini y Vico Magistretti. El uso de colores neutros -beis, grises y negros- y de patrones delicados evocaba la arquitectura milanesa y, en especial, las llanuras que rodean Piacenza, donde, según observa Carlo Antonelli, redactor jefe de la edición italiana de Rolling Stone, "hay una luz y una neblina extrañas".

Armani insistía en crear su propia publicidad, ayudado por su hermana Rosanna e inspirado por imágenes de sus películas favoritas de Visconti y Bertolucci. Armados con la inversión de GFT, reservaron la última página de todos los números de la revista L'Uomo Vogue. "En cuanto llegaba la revista, yo miraba el anuncio de Armani", recuerda Paul Smith. "Empleaba técnicas radicales para la época. Trataba el tejido como nunca nadie lo había hecho antes".

Los anuncios de L'Uomo Vogue impresionaron tanto a Fred Pressman, propietario de Barneys New York, que en 1976 telefoneó a la Oficina Comercial de Italia en Nueva York para intentar localizar a Armani y habló con Forte, que trabajaba allí. "No tenía idea de quién era Giorgio Armani, pero encontré su número de teléfono en la guía de Milán", recuerda. "Eran las cinco de la tarde en Nueva York, y marqué olvidando por completo que en Milán eran las once de la noche. Sergio dijo: 'No sé cuándo iremos a Nueva York, tenemos muchos compromisos'. No me di cuenta de que acababan de empezar y de que tenían muy pocos". Barneys hizo un gran pedido, y más tarde Forte se unió a Armani, primero para organizar las ventas en Estados Unidos, y luego, a partir de 1985, para ser su mano derecha en todo el mundo.

Otro golpe de suerte fue la llamada del cineasta Paul Schrader, cliente de Armani en Maxfield, Hollywood. Le preguntó si podría diseñar el vestuario de John Travolta en su siguiente película, American gigolo. Armani aceptó, aunque tuvo que alterar las prendas cuando Travolta dejó el trabajo y fue sustituido por un entonces desconocido Richard Gere. Turbio y atractivo, Gere era una elección perfecta para el narcisismo del momento: después del disco pero antes del sida, cuando la cultura del gimnasio despegaba y hasta los hombres heterosexuales estaban perdiendo el miedo a tener buen aspecto. En una escena, Gere, desnudo de cintura para arriba, se mueve por el dormitorio organizando combinaciones de trajes Armani con camisas y corbatas a juego. Fue un anuncio de incalculable valor.

La marca llegó a la calle con el auge económico y la aparición de una nueva camada de ejecutivos: jóvenes profesionales urbanos que adoptaron a Armani como su uniforme. En 1982, la revista Time publicó un artículo en portada titulado 'El primoroso estilo de Giorgio'. El éxito en Estados Unidos lo convirtió en héroe en Italia, donde, tras el trauma terrorista de los años setenta, lo aclamaron como catalizador de la recuperación económica del país.

A mediados de la década de 1980, Galeotti y él podían ejercer más control sobre el modo de promocionar y vender su colección. Como otras marcas italianas, Armani exigía una cobertura favorable de las revistas a cambio de la publicidad, una práctica que pronto adoptaron diseñadores de otros países. Mientras tanto disfrutaban de una riqueza recién encontrada. Compraron una casa de vacaciones en la isla de Pantelleria y alquilaron un palazzo para albergar su vivienda y la empresa. Armani le compró una casa a su madre, ya que su padre había fallecido en 1960. "Le di una vida que nunca habría imaginado, con mayordomo, chófer y un perro. Un día me dijo: 'Gracias, Giorgio, pero es demasiado tarde".

En 1985, Galeotti murió. Armani no sólo tuvo que lidiar con la pérdida de su compañero desde hacía casi treinta años, sino que también tuvo que aprender desde cero a dirigir una empresa de escala mundial: "En ocasiones me resultó muy difícil tener que dirigirlo todo yo solo, pero Sergio no hubiese querido que otra persona ocupase su lugar". Armani dice que su mayor problema fueron los abogados: "Era como si hablasen un lenguaje secreto. Pero aprendí. Al final tuve la confianza suficiente para decirle al abogado que llevaba años trabajando para mí que era demasiado caro".

Hoy en día resulta difícil imaginarse que haya vacilado. Según ha ido creciendo el sector del lujo global, también lo ha hecho Armani, que ahora posee más de 350 tiendas en todo el mundo y emplea a más de 5.500 personas. La empresa ha entrado tanto en países como en mercados nuevos, desde Armani Jeans en un extremo del espectro de precios, hasta la colección de alta costura, Armani Privé, en el otro. También ha crecido hacia nuevos sectores, como Armani Casa y los cosméticos. Lo siguiente será una gama de productos para la piel y una cadena de hoteles de lujo. Armani incluso se está introduciendo en el emergente mercado del consumo responsable a través de su relación con American Express, Motorola y Gap, para crear la gama de productos Red, un porcentaje de la venta de los cuales se donará al Fondo Global para el Sida.

El diseñador le ha cogido el gusto a negociar. "Disfruto mucho", afirma con placer. "No parezco un hombre de negocios, ni visto como ellos, y eso es una ventaja, porque descoloca a mis adversarios". Cuando GFT tuvo una mala racha, Armani compró las fábricas que hacían sus productos. Hace tres años acabó la relación con uno de sus dueños de licencia más antiguos y rentables, Luxottica, el fabricante de gafas italiano dirigido por Leonardo del Vecchio. "Ha sido un gran negocio para ambos, pero desde el principio había dicho que yo quería ser la máxima autoridad sobre la colección", dice Armani. "Un día, Del Vecchio vino y me dijo que él quería desempeñar ese papel. Y así se acabó".

Armani tiene ocho casas -desde una en Central Park East hasta una mansión de los años cincuenta cerca de Piacenza-, pero se pasa la mayor parte del tiempo en su apartamento de la Via Borgonuovo, cercano a su estudio y su oficina. En ocasiones pasa el fin de semana en sus casas de Forte dei Marmi, Portofino y St. Tropez, y visita Pantelleria cada mes de agosto y el Caribe en Navidad. Viaja con un séquito de empleados y familiares que trabajan para la empresa: Rosanna, como directora artística; su hijo Andrea, en la parte comercial, y las hijas de Sergio Armani, Silvana, como diseñadora, y Roberta, en relaciones públicas.

Tiene poco interés en alternar más allá de ese círculo. "No me siento cómodo con la jet-set", reconoce. "Simplemente, no soy así". En una comida ofrecida a sus clientes de alta costura después del desfile de Armani Privé en París en julio pasado, Armani habló cortésmente con los invitados de su mesa en italiano y en francés (no ha aprendido inglés), antes de escaparse rápidamente a comentar los planes para una reunión que se celebraría esa tarde con su dueño de licencia para cosméticos, L'Oréal. Los empleados de Armani susurran que tiene mal genio cuando las cosas salen mal, pero cuando conversa es educado y seco, aunque a veces su cortesía parece una manera de deshacerse de la gente rápidamente. Incluso cuando era joven, Armani no tuvo una época "perdida" en fiestas. La única vez que recuerda haberse emborrachado fue en la boda de su sobrina Roberta. "Fue muy divertido", recuerda ella. "Salió a cantar O Sole Mio con Bryan Adams". En el mundillo de la moda a menudo se habla de Armani como una figura desolada y aislada, pero parece más bien una persona excepcionalmente decidida que ha organizado su vida exactamente como a él le gusta.

Si se le juzga según los criterios astronómicos de los multimillonarios, lleva una vida relativamente frugal. Aparte de negociar, su mayor pasión sigue siendo el cine. "Una de las cosas que nos unen es el amor por el cine neorrealista italiano", afirma el director Martin Scorsese, que conoce a Armani desde principios de los años ochenta. "Sabe muchísimo sobre ese tema". En vez de construir una sala de proyección, Armani prefiere ver las películas en cines locales. "La gente siempre se sorprende de verme ahí, pero para mí, gran parte del placer de ver una película radica en verla con otras personas", dice. Su mayor extravagancia es el barco de 11,7 millones de euros que compró hace tres años y que ha bautizado Mariù, como su madre. "Nunca se ha sentido cómodo por haberse gastado tanto dinero en el barco", recuerda un empleado. "Pero entonces se le dijo que podía alquilarlo". El Mariù ha resultado ser tan popular que Armani está diseñando un segundo barco para alquilar.

No todo ha salido bien. Todavía no se sabe qué será de Armani Casa, y todavía no hemos visto un bolso de Armani que sea el objeto a tener, pero las desilusiones se quedan pequeñas al lado de los éxitos. Aunque han ido decayendo Fiat y las demás dinastías industriales que dominaron Italia durante la posguerra, Armani ha prosperado. "Representa la faceta de Italia que nos gusta enseñarle al mundo, la faceta disciplinada y trabajadora", observa Mario Bellini. "King Giorgio, así le llaman los periódicos italianos".

La prensa de la moda no es tan obsequiosa. Siempre ha preferido a los frágiles neurasténicos como Yves Saint Laurent, que sufren por su arte, a los personajes valientes y pragmáticos. También prefiere las nuevas tendencias a los clásicos y se queja de que Armani nunca hace nada nuevo. Dicho esto, las críticas siempre son mucho más favorables con sus colecciones clásicas que con las creativas. Él no ayuda cuando se queja del tratamiento que hace la crítica.

La empresa es igual de despótica cuando trata con los minoristas, que siguen teniendo que comprar una cuota de la colección del desfile junto con los clásicos, les guste o no. "Últimamente han sacado prendas extrañas y extravagantes para la pasarela", dice un minorista que desea permanecer en el anonimato. "Las compramos porque no nos queda más remedio, pero los clientes no tienen esa obligación. Gracias a Dios, hay una gran parte clásica en la colección". Cuando se habla de la colocación en tienda, Armani es igual de inflexible. Según un minorista: "Se discute un poco educadamente, a la italiana, pero básicamente llegan y dicen: 'Queremos esta posición, y se organizará de esta manera'. No se negocia y no se llega a un acuerdo. Y no podemos hacer nada, porque la capacidad de venta de Armani es inmensa. Sencillamente, gigantesca".

La capacidad de venta de Armani sigue creciendo, con un aumento del 10% en los ingresos netos el año pasado, hasta llegar a 1.430 millones de euros. Y a pesar de que el auge del estilista personal ha acabado con su dominio de la alfombra roja, Armani sigue siendo la marca fetiche de los creativos. A Scorsese le encanta "la sencillez clásica" de su ropa. Para la prensa especializada en moda, eso es igual de emocionante que decir que su ropa dura años y que sus cortes y sus tejidos cruzados favorecen ingeniosamente a las figuras más planas o entradas en años y en carnes. Y ahí reside el desarreglo entre la imagen de Armani que tiene el experto en moda y la que tiene el público en general. La mayoría de la gente que se compra ropa cara no son veinteañeros obsesionados por estar al día; son gente con más años y más kilos. No tienen tiempo ni confianza como para aspirar a vestirse a la moda, y como los clásicos de Armani nunca les han fallado, los vuelven a comprar. "Armani es una apuesta segura, y eso es lo que quiere la mayoría de la gente", dice la asesora de marcas Susanne Tide-Frater, ex directora creativa de Selfridges y Harrods, en Londres. "Lo que pasa con Armani es que la sofisticación le pertenece. Lo cual no le ocurre a nadie más en el mercado".

Hasta ahora, el éxito ha permitido a Armani rechazar a los conglomerados de lujo y a los banqueros de inversión que han desfilado por Via Borgonuovo. Una de sus historias preferidas es la de la visita de cuatro empresarios italianos que querían comprar su empresa junto con un viejo banquero: "Era el hombre más poderoso del sector bancario italiano, y mientras los demás hablaban, él estaba ahí sentado, sin decir nada. Entonces miró a los demás y dijo: 'Estimados señores, el señor Armani no nos necesita. Vámonos".

El éxito también le ha permitido ignorar la cuestión de su sucesión. Ha decidido que no habrá uno solo, que será un equipo. Pero con 72 años y sin un plan fijo, disminuye el número de opciones para garantizar el futuro. ¿Podría sacar la compañía a Bolsa? Posiblemente, pero no entera. ¿Podría comprarla otra compañía? La respuesta es la misma. Hasta ahora, los propietarios de licencias han seguido invirtiendo, pero eso podría cambiar de no aclararse la sucesión. Armani dice que su familia heredará su fortuna y que la empresa será dirigida de manera independiente, posiblemente a través de una fundación, pero no, todavía no ha creado una. Y mientras tanto, hay hoteles en los que pensar, tiendas que abrir, nuevos productos y un segundo barco que diseñar. "Mi problema es el tiempo", afirma con un suspiro, "siempre es el tiempo".

© 2006 The New York Times Magazine.

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