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Reportaje:LA TRANSICIÓN EN IRAK | La caída de los hombres del régimen

El cristiano al servicio del régimen

Tarek Aziz fue durante más de dos décadas el cordón umbilical de Irak con el mundo; ahora es prisionero de Estados Unidos

En el último medio siglo, el nacionalismo árabe secular ha sido la ideología preferida por los cristianos de Oriente Próximo, esos millones de árabes de Egipto, Líbano, Palestina, Siria e Irak que, a diferencia de la mayoría de sus compatriotas, jamás han abrazado la religión musulmana.

Frente a la presión creciente y angustiosa de la otra gran corriente de la región, el fundamentalismo islamista, las ideas de Nasser o el partido Baaz han servido a esos cristianos para probar su patriotismo árabe sin necesidad de velar a sus mujeres o renunciar a un vaso de vino en las comidas. Y ésta es la historia de Tarek Aziz, que durante más de dos décadas fue el cordón umbilical de Sadam con el mundo y ahora es un prisionero del imperio estadounidense.

El nacionalismo laico de Sadam representaba para Aziz un escudo frente al islamismo
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Tarek Aziz nació en 1936, en una aldea próxima a Mosul. Era hijo de una familia humilde y cristiana, practicante del rito católico caldeo. Fue bautizado como Mijail (Miguel) Yuhanna y sólo décadas después, cuando ya se dedicaba a la política, adoptaría el nombre con el que es conocido y que puede traducirse como Pasado Glorioso. Ese cambio no puede ser más significativo. Lo hizo para evitar dar explicaciones constantes sobre su condición de cristiano en un país musulmán.

El cristianismo de Tarek Aziz es la explicación primordial de su fidelidad perruna a Sadam Husein y también de la rara confianza que el paranoico tirano siempre ha depositado en él. El nacionalismo laico de Sadam representaba para Tarek Aziz un escudo en una región sacudida por la revolución islámica chií del iraní Jomeini y el ascenso aquí y allá de Hezbolá, Hamás, Yihad, Al Qaeda y otros milenarismos y totalitarismos de raíz coránica. Y que Tarek Aziz perteneciera a una minoría religiosa siempre asustada, que no tuviera base social para aspirar a hacerse con el poder, suponía para Sadam Husein una garantía de su inocuidad. Es una fórmula que ya practicaron los sultanes otomanos, que concedían gustosos puestos de visires o ministros a miembros de las minorías cristianas. Esos visires cristianos eran leales a la Sublime Puerta, dominaban lenguas y sabían relacionarse con los europeos.

Éste era el caso de Tarek Aziz. Hablaba, y habla, buen inglés porque estudió literatura inglesa en Bagdad y su primer oficio fue el de profesor de ese idioma. Pero ya de muy joven le picó el gusanillo de la política. A finales de los cincuenta, Tarek Aziz se incorporó al partido Baaz y a sus esfuerzos por derrocar la monarquía artificial y corrupta que el colonialismo británico había dejado como herencia en Irak. Se convirtió en periodista y terminó como director de diarios baazistas.

En aquellos tiempos comenzó a frecuentar a un mamporrero baazista que terminaría haciéndose con el poder en el partido y en Irak: Sadam Husein. Entre los dos se estableció una relación simbiótica que el mundo comenzó a conocer a finales de los setenta, cuando Sadam hizo de Tarek Aziz uno de sus pocos íntimos que no era, como él, un musulmán suní nacido en Tikrit. Tarek Aziz entró en la década de los ochenta como titular de Exteriores y viceprimer ministro de Sadam, y se encargó con éxito de convencer al mundo árabe, a la Unión Soviética, a Europa y a Estados Unidos de que la agresión bélica perpetrada contra el Irán de Jomeini era una buena cosa para todos, exceptuando, claro está, la moralidad, la legalidad y las víctimas del desastre. Que Irak empleara armas químicas para frenar las ofensivas iraníes o aplastar a los kurdos preocupaba entonces muy poco en Washington y Londres.

Tarek Aziz escapó en 1980 a un intento de asesinato organizado por fundamentalistas chiíes y tres años después recibió en Bagdad a un enviado de la Casa Blanca llamado Donald Rumsfeld, que compartió su análisis de que lo importante era frenar a cualquier precio a los ayatolás de Teherán. Un año después, Tarek Aziz rubricó con el mismísimo Ronald Reagan el restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y el Irak de Sadam. Fue una luna de miel que duró hasta que en 1990, malinterpretando un comentario ambiguo de la embajadora norteamericana en Bagdad, Sadam, que no había podido con Irán, invadió Kuwait. Entonces Tarek Aziz y su jefe se convirtieron para los norteamericanos en malvados.

Con sus cabellos blancos, sus gafotas, su castizo mostacho y su consumo de cigarros puros, Tarek Aziz tiene un aspecto simpático, comparado en ocasiones al de Groucho Marx. Junto a su cortesía y buen inglés, esa característica le ha sido muy útil para presentarse como el rostro amable del régimen. En los noventa predicó que las sanciones económicas contra Irak estaban causando un daño enorme a la población civil y consiguió ser ampliamente escuchado. Su condición de cristiano también ha sido una baza de la política exterior de Sadam. El pasado 14 de febrero, Tarek Aziz fue recibido en el Vaticano por Juan Pablo II, que consideraba ilegal, injusta e innecesaria la invasión de Irak que ultimaba el Pentágono. Fue la última misión diplomática del sexagenario al que ahora interrogan los norteamericanos.

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