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GUERRA CONTRA EL TERRORISMO

Las tropas españolas se instalan en precarias condiciones en Kabul

Los mandos niegan que estén pagando el precio de llegar los últimos

Miguel González

Los primeros soldados españoles llegados a Afganistán no se han llevado ninguna sorpresa. Esperaban un país pobre, destruido por 23 años de guerra: eso es lo que han encontrado. Pero su preocupación inmediata no es la dramática situación de los afganos, sino la suya propia y la de los compañeros cuya llegada deben preparar. 'Estamos tan en precario que a partir de ahora sólo podemos mejorar', comentaba un suboficial.

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Los 11 miembros de la Escuadrilla de Apoyo al Despliegue Aéreo (EADA) pasaron su primera noche hacinados en un habitáculo de cuatro metros cuadrados, el antiguo cuarto donde estaba la instalación del aire acondicionado de la terminal nacional del aeropuerto de Kabul, con el ventanuco entreabierto para que no falte oxígeno, a pesar de que en el exterior el termómetro marcó 17 grados bajo cero.

Algo más de suerte tuvieron los 15 integrantes del Escalón Avanzado del Ejército de Tierra. También durmieron en el suelo, pero en el segundo piso del edificio de oficinas de una antigua fábrica en cuya restauración, incluida la colocación de cristales, trabajan contrarreloj las fuerzas multinacionales. Pese a ello, un oficial llegado directamente desde Ceuta confesaba que pasó frío. Horas después las temperaturas experimentaron un brusco descenso.

El teniente coronel Alfonso Juez, responsable interino del destacamento, negaba ayer que los españoles estén pagando el precio de haber llegado los últimos, cuando los mejores sitios ya están ocupados. 'Nos han ubicado en unos emplazamientos en los que, en mejores o peores condiciones, seremos capaces de meternos', explicaba. 'El problema aquí es incluso de espacio físico. Las áreas de asentamiento son muy limitadas, y estamos verdaderamente apretados'.

Ayer llegaron en dos Hércules otros 48 españoles, que se sumaron a los 26 del sábado, y hoy deben incorporarse otros 30. Pero el grueso de los 450 soldados no viajará antes del 2 de febrero.

Los españoles se repartirán entre cuatro acuartelamientos: la plana mayor y el apoyo logístico, en la antigua factoría en la que ya se ha instalado el Escalón Avanzado; los ingenieros y desactivadores de explosivos, en unas naves al otro lado de la carretera de Jalalab, a las afueras de Kabul, ambas en lo que fue el antiguo polígono industrial de Pol-i-Charji, ahora devastado; el Escuadrón de Apoyo al Despliegue Aéreo y los cuatro helicópteros Super Puma, en el aeropuerto de la capital, y la unidad médica del Ejército del Aire en la base aérea de Bagram, a 46 kilómetros de Kabul.

Las unidades españolas estarán, pues, dispersas y, salvo la de apoyo logístico, que seguirá bajo control nacional, adscritas al jefe británico o alemán que dirija al conjunto de ingenieros o helicópteros, ya que España no ha logrado el mando de ninguno de los regimientos que integran la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF). Pese a ello, el capitán Andrés Castán está convencido de que los afganos acabarán apreciando la diferencia de trato entre los españoles y los demás contingentes occidentales, como ha ocurrido en la antigua Yugoslavia.

A juicio de este oficial, uno de los dos que visitaron la zona las pasadas navidades, salvar el abismo cultural será el segundo gran reto de esta misión. El primero es proyectar y mantener una fuerza a 6.000 kilómetros de distancia.

El destacamento español pretende entablar desde el principio relaciones con la población local, y para ello ha incluido un traductor nativo en su avanzadilla. Un empeño que no le resultará fácil.

Dos fueron las instrucciones que recibieron los soldados nada más pisar Afganistán. Que tuvieran mucho ojo con las minas y evitaran salirse de los caminos asfaltados y que fueran muy cuidadosos con los trabajadores locales.

En teoría, ningún afgano puede circular por la zona militar del aeropuerto sin autorización, y los soldados españoles, como los demás, deberían detener a quien no la tenga. Pero un militar estuvo a punto de ser acuchillado por ello hace pocos días y el perímetro exterior del aeropuerto sigue bajo vigilancia de muyahidin armados.

La actitud de los afganos hacia la fuerza multinacional es ambigua. Las milicias de la Alianza del Norte recelan de los soldados occidentales, a los que ven como potenciales invasores, y en el Gobierno provisional, sólo el primer ministro, Hamid Karzai, apoya su presencia e incluso su expansión fuera de Kabul. Una medida imprescindible si se quiere garantizar la seguridad y estabilidad en el conjunto del país, amenazada por el bandolerismo y la rivalidad entre los señores de la guerra.

Pero queda mucho trabajo por hacer, sólo en la capital afgana. 'La situación es tan precaria que esto va a tardar en ponerse en marcha', reconocía ayer el teniente coronel Juez. Sus hombres se mostraban dispuestos a trabajar desde el primer día. Si hay luz eléctrica, de noche, y si no, de sol a sol.

Dos soldados españoles patrullan en las afueras de Kabul.
Dos soldados españoles patrullan en las afueras de Kabul.EPA

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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