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El fotógrafo Cabezas murió esposado, de rodillas y de dos tiros en la cabeza

Juan Jesús Aznárez

Los asesinos de José Luis Cabezas, fotógrafo de la revista Noticias, le obligaron a bajar del coche en una pequeña hondonada, a arrodillarse esposado y, en esa posición, le dispararon dos veces a la cabeza. Antes le advirtieron de que no hablara, que ni se moviera. Gustavo González, uno de los cómplices, se dio la vuelta. "Es que no me animé a mirar", declaró ante el juez instructor, José Luis Machi.La causa argentina más resonante de los últimos años avanza y, a juzgar por las últimas revelaciones, sólo queda identificar a los autores intelectuales del asesinato, ejecutado en la ciudad turística de Pinamar por una mafia policial del narcotráfico y delincuentes comunes. El probable objetivo: silenciar a quien sabía demasiado. "Estos son los asesinos. No hay duda", afirmó ayer Eduardo Duhalde, poderoso gobernador de la provincia de Buenos Aires.

Como asegura haberse dado la vuelta, González no precisó si apretó el gatillo Gustavo Prellezo, inspector, o el civil Horacio Anselmo Braga. "Oí dos tiros muy seguidos, pero no sé bien si los dos salieron del arma de Prellezo o si Braga, que tenía un revólver 32, también tiró". Todavía confusos algunos aspectos de la causa, y previsibles los cambios en los testimonios Filtrados a la prensa, el policía detenido calla y pidió un confesor. Su abogado, Carlos Colombo, dijo al programa de televisión Impacto del canal América que, "de momento, su voluntad es no declarar". La prensa nacional, como una pina, se ocupa diariamente del caso, y el testimonio de Gustavo González, delincuente a las órdenes de la mafia policial, fue a titulares de portada porque es la primera vez que un implicado admite su participación en el asesinato cometido el 25 de enero.

"Estoy a 70 metros bajo tierra, voy a contarles lo que ocurrió esa noche", se quebró González. En su declaración afirma que el inspector Prellezo adelantó 1.000 pesos (igual cantidad en dólares a cambio) a cada uno de sus cuatro cómplices por el "trabajo". Si todo salía bien, prometió 50.000 pesos. "Nos llevó engañados. No sabíamos que lo iba a matar; cuando le tiró yo me di la vuelta por la impresión".

Viajaron al lugar del crimen en dos coches. Uno lo ocupaban González, Braga y el fotógrafo secuestrado, esposado en la parte de atrás del vehículo.

"Cabezas no dijo nada durante el viaje, ni se resistió". Después del asesinato, el prófugo Braga incendió el coche de la víctima, con su cuerpo dentro, con gasóleo y gasolina. "Se quemó la mano porque hubo una explosión interior". Perseguido por la justicia, Héctor Retana robó los 300 pesos de la cartera de Cabeza y se llevó la cámara fotográfica del profesional. "La fuimos rompiendo en pedazos y la tirábamos por la ventanilla del auto cuando volvíamos para La Plata".

El gobernador Duhalde, activo promotor de la investigación, cree que el asesinato "tiene que ver con la profesión de Cabezas, pero no podemos descartar nada. Todos tenemos la necesidad de saber la historia y si hay alguien más arriba".

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El testimonio de González aporta más datos: desde un teléfono celular, Prellezo, al mando del crimen, informó puntualmente a alguien de los pasos dados, y en la huida hacia la capital de la provincia tranquilizó a sus matones: estábamos protegidos por el comisario de Pinamar, Alberto Gómez. La defensa de la familia Cabezas duda y espera la confesión de Prellezo, presentado como el asesino y eslabón principal del caso.

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