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Ola de cambio en el mundo árabe | Revolución democrática en Egipto

Los militares egipcios no reprimirán las manifestaciones

Toda la oposición corteja al Ejército como garante de la seguridad y del cambio

Enric González

La balanza egipcia parece definitivamente decantada. Un portavoz militar anunció anoche que el Ejército consideraba "legítimas" las reivindicaciones populares y que no reprimiría la revuelta. Muy significativamente, la declaración fue emitida por la televisión oficial de Egipto en vísperas de las manifestaciones masivas previstas para hoy en El Cairo y Alejandría. Se esperaba que más de un millón de personas exigieran en la calle la dimisión del presidente Hosni Mubarak. El fin del faraón podría estar muy próximo.

Desde el estallido del movimiento popular contra la dictadura, el pasado martes, las esperanzas de los egipcios se depositaron en el Ejército. Los militares son queridos por la gente y claramente cortejados por la incipiente plataforma política de oposición. También constituyen, sin embargo, la columna vertebral del régimen: el presidente Mubarak es un hombre del Ejército, como lo fueron los dos anteriores presidentes, Nasser y Sadat, y como lo son el nuevo vicepresidente, Omar Suleimán, y el nuevo primer ministro, Ahmed Shafik. Esa ambivalencia explica la extraña pasividad y la difícil neutralidad mantenida hasta ahora por la institución.

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El Ejército egipcio es a la vez poderoso e impotente. En una situación de suspenso, como la que vive el país desde el colapso policial del viernes, los militares son percibidos como la fuerza capaz de decantar los acontecimientos a favor del régimen o a favor de la democratización. Pero, por más que la población respete a los militares, resulta evidente que el fracaso de Mubarak es también su fracaso. Cuesta imaginar un gesto de la cúpula militar contra Mubarak, el héroe de la guerra de 1973, si éste no decide por fin dejar el poder: el riesgo de división en el propio Ejército sería alto y una crisis interna entre los militares tendría efectos devastadores.

La señal emitida anoche fue la más clara hasta ahora. No incluía crítica alguna hacia Mubarak ni sugería la necesidad de que dimitiera. Sin embargo, daba un espaldarazo a la protesta contra el presidente: "Vuestras fuerzas armadas, muy conscientes de la legitimidad de vuestras demandas, están dispuestas a asumir su responsabilidad respecto a la seguridad de la nación y sus ciudadanos y afirman que la libertad de expresión pacífica está garantizada para todos". A continuación, se instaba a la población a evitar la violencia y los saqueos.

Si algún egipcio temía aún que participar en las marchas de hoy entrañara el riesgo de choques violentísimos como los registrados el viernes entre la policía y los manifestantes, pudo quedarse tranquilo. La declaración militar se interpretó como una invitación a salir a la calle para exigir el fin de Mubarak.

A nivel muy distinto, el comunicado coincidía en su espíritu con unas palabras pronunciadas por la mañana por el comandante de una unidad de blindados estacionada en el centro de El Cairo. El comandante comentó, a título personal, que los mandos militares eran "muy conscientes" de lo que ocurría. "Como la mayoría de mis compañeros, he estudiado en una academia militar estadounidense y hablo inglés, veo televisión y leo prensa del extranjero, sé lo que el mundo espera de Egipto y de nosotros y tengo mis propias opiniones", dijo.

Puede suponerse que ese comandante y el conjunto de los mandos, incluyendo la veterana cúpula, conocían sus limitaciones. El profesor Ibrahim Awad, de la Universidad Americana de El Cairo, subrayó esas limitaciones: "Egipto es un país demasiado complejo como para que el Ejército desee hacerse con el poder". "Una de las razones del fracaso de Mubarak y su régimen es precisamente que se ha gobernado con un simplismo militar y eso ya no es viable", dijo Awad.

La liberalización de la economía egipcia y su engranaje con la economía global ha creado riqueza, pero el corsé político y social de la dictadura ha hecho que esa riqueza quedara en manos de muy pocos y agravara las desigualdades y la corrupción. La democratización, según Awad, solo sería posible "mediante un gran pacto civil al margen del Ejército".

Desde que estalló el movimiento revolucionario, hace una semana, el Ejército ha jugado con dos barajas. Se ha atenido a las reglas de un régimen que es el suyo, sus jefes han obedecido respetuosamente a Mubarak, ha ordenado toques de queda, ha protegido desde que desapareció la policía las sedes gubernamentales. Y a la vez ha hecho guiños a la revuelta, se ha coordinado con los manifestantes (ayer los soldados trabajaban codo con codo con los organizadores de la protesta en la plaza de la Libertad), no ha hecho esfuerzo alguno por imponer el toque de queda y ha gozado con la devoción que demuestra la gente.

Ese equilibrismo no podía durar indefinidamente. Era muy difícil mantenerlo ante la jornada crucial de hoy. Al garantizar los derechos de los manifestantes y calificar de "legítimas" sus reivindicaciones, es decir, la exigencia de la dimisión de Mubarak, el Ejército se puso en cierta forma del lado de los manifestantes.

Miles de personas protestan contra el Gobierno de Hosni Mubarak en la plaza de La Libertad, en El Cairo.
Miles de personas protestan contra el Gobierno de Hosni Mubarak en la plaza de La Libertad, en El Cairo.AP

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