El padre Ángel, a los políticos: “Hay muchos que no han quitado nunca los pies de las alfombras”
El sacerdote protagoniza la tercera entrega de ‘Un íntimo consejo’, el formato de EL PAÍS en el que grandes personajes dialogan con su propia juventud
Traje oscuro, corbata y pañuelo rojos, camisa blanca, gafas y un amuleto entre las manos. Siempre el mismo atuendo. Todos los días. El padre Ángel (Mieres, 1937) nació cuando las trincheras y las bombas estaban a la orden del día en España y, como si de un presagio se tratara, su vocación le ha llevado a perseguirlas a lo largo de su trayectoria como sacerdote y como presidente de la ONG Mensajeros de la Paz. Entre otras guerras, estuvo en Irak, donde, desolado, reclamó al mundo ataúdes para poder enterrar a los muertos. Ahora, sobre el terreno ucranio, se ha declarado sorprendido por la ayuda internacional.
En ‘Un íntimo consejo’, Ángel García Rodríguez —ese sería su nombre si no llevara una sotana por segunda piel— dialoga durante tres episodios que son fundamentales para entender su vida. Uno es, precisamente, la cooperación y el compromiso con las víctimas de la guerra de Irak. Otro, su juventud, cuando tomó los hábitos y decidió que iba a dedicar su vida a ayudar a los niños. El último de los episodios no es solo uno, sino que es recurrente y tiene que ver con una suerte de encrucijada vital en el que le ha colocado su popularidad: el padre Ángel tiene un pie con los más desfavorecidos y otro con altos dirigentes y celebridades.
Él insiste en que eso debería ser siempre así. “Hay muchos políticos”, continúa, “que no han quitado nunca sus pies de las alfombras; que pisan demasiada moqueta y no están en el barro ni en la calle”. Al ser preguntado por su relación con los partidos, asegura que, efectivamente, le han intentado encasillar y convencerle de la existencia de “otros Jesuses” —en referencia a grandes figuras políticas—, pero él solo reconoce a uno, el Jesús de Nazaret, su “único presidente”.
A las nuevas generaciones no quiere darles muchos consejos, pero sí lanza una reflexión que, en sus palabras, debería guiar siempre las acciones de cualquier hijo de vecino: “Hay que quererse” y no solo eso, sino que también “hay que besarse y dejarse besar”. Solo así se pondrá remedio a la que considera una de las principales epidemias, la soledad.