‘Mentes brillantes’: Oliver Sacks quiere ser un doctor House sin armarios
Pese al interés de los casos y la vigencia de la salud mental, la serie con Zachary Quinto carece de un giro que enganche y un carisma que no siempre es fácil de hallar. Y desaprovecha un gran personaje
La sombra de House es alargada. La receta de la serie de David Shore se ha intentado replicar en muchas ocasiones. Ya saben, eso de doctor estrafalario y especial que es el mejor en lo que hace, y que, aunque da muchos dolores de cabeza a su hospital, siempre acaba resolviendo sus casos en los 40 minutos del episodio. Uno de los ejemplos más exitosos en cuando a audiencia fue The Good Doctor. El problema es que es muy difícil replicar el carisma de Hugh Laurie. La serie Mentes brillantes vuelve a intentar la misma estrategia, pero con un curioso plan: adaptar la personalidad y las investigaciones del famoso neurólogo Oliver Sacks. El reto no era pequeño.
En la serie que emite Movistar Plus+, Oliver Sacks es, y para no tener que seguir al dedillo sus vivencias, Oliver Wolf, aunque comparte con el médico real muchos de los rasgos que le hicieron popular e icónico: desde su poco convencional método para tratar los más complicados casos de enfermedad mental (como ya retrató Robin Williams en Despertares, de Penny Marshall) a su afición por las motos. Pero también añade capas para dramatizar sus vivencias semana a semana. Por ejemplo, tiene una convulsa relación con su madre (que como la de Sacks también es doctora), con la que trabaja. Es el nivel de culebrón familiar que una buena serie procedimental necesita.
Otro cambio relevante sucede en su sexualidad. Como contaba en sus magníficas memorias En movimiento. Una vida (Anagrama, 2015), Sacks vivió su homosexualidad desde una culpa tan característica de la época, negada y autocensurada por él mismo. En Despertares, incluso se dramatizaba el comienzo de una relación heterosexual para el médico protagonista. En Mentes brillantes, sin embargo, al trasladarlo al tiempo actual, el creador Michael Grassi decidió eliminar esta faceta del personaje, y hacerlo abiertamente homosexual, si bien hasta el tercer capítulo tampoco es algo que se desarrolle demasiado. Se convierte en una faceta de normalidad (y en eso hay mucho positivo), aunque elimina un conflicto que, sin duda, haría más interesante al personaje. “Encontrar a un héroe, dedicado a sus pacientes, que además es gay, era apasionante para mí. Aunque el Doctor Wolf tiene muchos muros y lidia con asuntos complejos, quería que viviera en el mundo contemporáneo”, explicaba al Huffington Post el escritor, que basó los casos médicos más asombrosos en dos libros: El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (escrito en 1985, Anagrama) y Un antropólogo en Marte (Anagrama, 1995).
El actor Zachary Quinto abundaba en lo mismo en Entertainment Weekly: “Es un honor interpretar a un personaje abiertamente gay en un drama de prime time en abierto y donde la identidad sexual es un aspecto más de quién es el personaje”. Una faceta que, aunque pueda sonar a superada en 2024, nos lleva a recordar que no fue hasta 2018, con la efímera Instinct y Alan Cumming, cuando EE UU estrenó su primer drama en abierto con protagonista gay. Quinto, precisamente, conoce bien que sigue sin ser fácil ser abiertamente gay en Hollywood. Tras ser el carismático villano de Héroes, el actor logró el papel de Spock en la franquicia Star Trek y tuvo algún hito interesante en obras destacables como Margin Call, sobre la crisis bursátil de 2008, pero pronto los papeles escasearon y, como tantos actores homosexuales, debió conformarse con las oportunidades que le daban las series (American Horror Story) y películas (Los chicos de la banda) de Ryan Murphy (menos mal que existe). Y, aunque Quinto tampoco sea Hugh Laurie y eso se note, sigue siendo relevante en 2024 que un actor y personaje homosexual ocupe este espacio en clásicos procedimentales de médicos, policías y abogados, que apelan a un público veterano y cuyos argumentos repetitivos viajan a lo largo de Estados Unidos y el mundo.
Mentes brillantes, en particular, comienza con una de las introducciones más emocionantes de cualquier serie reciente, con un caso de alzhéimer de esos en los que es fácil verse reflejado, aunque pronto tira por otros derroteros y gira hacia un argumento mucho más clásico donde el espectador sabe lo que va a ver. No hay nada que recriminar a esa estrategia, este tipo de producciones ha existido siempre y hacen avanzar a la televisión. Es lo que siempre ha funcionado. Abrazan y acompañan al espectador y lo hacen durante muchos episodios. Tanto es así que siguen siendo lo más visto en plataformas de streaming. Y, además, su mantenimiento da mucho trabajo en Hollywood; crea industria.
Mentes brillantes, además, tiene que convivir en una época complicada para los dramas en abierto. No se produce ni la mitad de lo que se emitía hace solo una década, y la audiencia también se ha reducido en más de la mitad, pero estos dramas siguen teniendo un valor en el largo recorrido. Cuando algo así funciona, no solo se mantiene durante años (Anatomía de Grey o Ley y orden), sino que da material al streaming para llenar sus arcas con minutos y minutos de programación. La serie de NBC ha coincidido en el tiempo, además, con una especie de renacer de las nuevas series en abierto, dentro de un panorama de menor producción: el remake de Matlock, con Kathy Bates, se ha convertido en una de las series más vistas de la temporada (con un interesante giro de actualidad que la diferencia de todo lo demás); el spin-off de El joven Sheldon ha devuelto el reconocimiento a la sitcom clásica, y la comedia Happy’s Place es una de las más aplaudidas por la crítica.
Por desgracia, Mentes brillantes, y a la espera de que encuentre su tono final, no logra dar un salto más allá del drama procedimental, como sí hicieron antes The Good Wife o el propio House. Pese al interés de los casos y la vigencia de la salud mental, carece de un giro que enganche y un carisma que no siempre es fácil de hallar. Como los pacientes enfermos que repentinamente despiertan, tiene ramalazos brillantes, pero es una serie con final feliz más tan inane como predecible, y, por si esto no fuera suficiente, es una que desaprovecha una de las historias personales más reseñables del mundo médico. Se quiere inspirar en Sacks, y al mismo tiempo, no. Y acaba más como The Good Doctor que House.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.