_
_
_
_
_
COLUMNA
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

A Jack White se le da bien desafinar

El documental ‘Kneeling at the Anthem D.C.’ recoge dos actuaciones del músico en Washington en 2018. Es una de las pocas esperanzas que le quedan al rock guitarrero, pero resulta un tipo escurridizo

Jack White, en un concierto en septiembre de 2019.
Jack White, en un concierto en septiembre de 2019.Rich Fury (Getty Images for iHeartMedia)
Ricardo de Querol

El culto a las guitarras eléctricas y a quienes las manejan dominó el rock de la segunda mitad del siglo XX y se fue diluyendo en la escena musical, mucho más diversa, del XXI. Para quienes se emocionaron con Jimi Hendrix, Led Zeppelin, Stevie Ray Vaughan o Gary Moore, quedan pocos referentes en las siguientes generaciones. Uno de esos pocos es Jack White, pero resulta un tipo escurridizo.

Fundador de The White Stripes en 1999, junto con su falsa hermana Meg White (era su esposa) a la batería, emergió con un sonido crudo, distorsionado, cuidadosamente imperfecto. El dúo dejó un himno como Seven Nation Army, el riff del nuevo milenio, que hoy se corea en estadios y aglomeraciones de todo el mundo (incluso en contextos indecentes: una revista considerada seria presentó al “autor de la melodía del ‘Que te vote Txapote”, y luego borró el artículo). No es su único temazo, como demuestran la psicodélica Icky Thump o el blues abrasivo Ball and Biscuit.

Jack siguió en solitario a partir de 2012, incluso se apartó de la guitarra en su debut (Blunderbuss, donde se sentaba más al piano), pero la volvió a coger con fuerza en el segundo, quizás el mejor de su carrera como solista (Lazaretto). Al mismo tiempo participaba en dos ruidosos proyectos paralelos: The Raconteurs y The Dead Weather. El músico de Detroit se instaló en Nashville, se empapó de influencias variadas, creó su propia discográfica, produjo a otros artistas, hizo bandas sonoras para películas. Cambia de registro a menudo: alterna discos atronadores con acústicos, como los dos que lanzó muy seguidos en 2022; en algún álbum se pasa de experimental y se atreve a introducir rap y hip-hop. Odiaría ser previsible: prefiere mantener su aura enigmática, desconcertante.

El documental Jack White: Kneeling at the Anthem D.C. (en Amazon Prime Video), que produjo él mismo, recoge dos conciertos con su banda en Washington DC en 2018. Uno es el más interesante, pero sabe a poco: una actuación sorpresa en el instituto Woodrow Wilson. Los estudiantes celebran mucho la interrupción de sus rutinas; White los invita a acercarse tanto al escenario que acaba tocando entre la multitud. El otro se celebró en la sala The Anthem, donde interpreta un puñado de canciones de toda su carrera, y constituye el grueso del metraje, de 50 minutos. Se incluyen algunos cortes de una entrevista, tan breves que no sabes qué quería contar. Él se expresa más con la guitarra, mejor cuanto más viejas e imperfectas. Siempre se le dio bien desafinar.

Puedes seguir EL PAÍS TELEVISIÓN en Twitter o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_