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Series históricas ultranacionalistas: Turquía encuentra un nuevo filón tras las telenovelas

El Gobierno de Erdogan ha impulsado series con gran sesgo político sobre la historia medieval y el periodo otomano que establecen paralelismos con la época presente y manipulan la realidad

Un momento de la serie 'Kurulus: Osman'.
Andrés Mourenza

Diego y Anselmo son dos catalanes a quienes los telespectadores turcos conocieron a inicios de la última temporada emitida de Kurulus: Osman (Fundación: Osman), la serie que narra las hazañas del fundador de la dinastía otomana allá por el siglo XIII. Siempre de aspecto zarrapastroso y con un crucifijo de plata sobre el pecho, hablan turco como si hubieran ido a Estambul a injertarse pelo y se hubieran quedado. Ya se sabe que la televisión generalista no es muy de subtítulos, y esta era la única manera de ver cómo los catalanes espetaban a los aguerridos seguidores de Osman que habían ido a Anatolia a borrarlos de la faz de la tierra.

Porque los catalanes de la serie son viles y taimados. En el capítulo 68, con las malas artes que se le supone a todo lo que viene de Occidente, emboscan a una comitiva de princesas y cortesanas en la que viaja la mujer de Osman, pero estas desenvainan las espadas y responden. Dos capítulos después, Diego y Anselmo terminan muertos a manos del héroe de la serie, tras una nueva emboscada aún más retorcida e igualmente infructuosa.

Estos dos soldados forman parte de la Gran Compañía Catalana de Roger de Flor y sus almogávares, aquellos mercenarios que llegaron a Anatolia a matar turcos bajo las órdenes del emperador bizantino y, tras el asesinato de su líder, terminaron asaltando las ciudades bizantinas hasta tomar Atenas. La serie tiene la consistencia histórica de Águila roja y la carga ideológica de un guion sobre la reconquista escrito por Santiago Abascal.

Osman es la secuela de Resurrección: Ertugrul, que triunfó en Turquía y se puede ver en Netflix en varios países. Ambas forman parte de la nueva hornada de series históricas que han nacido para dar brillo al pasado turco y otomano: Filinta, Los grandes selyúcidas: guardianes de la justicia, Bárbaros: la espada del Mediterráneo, Kut al Amara, Alp Arslan... Estas producciones surgieron al calor de las telenovelas turcas que han conquistado el mundo sin necesidad de batallar contra nadie y, en especial, como respuesta a una, ambientada en el siglo XVI: El siglo magnífico (y su secuela Kösem). Al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, le parecía una ofensa que aquella serie mostrase al sultán Solimán el Magnífico más preocupado por el harén y las intrigas de palacio que luchando contra el infiel en el campo de batalla. Por esto, varios estudios a sueldo de la televisión pública turca (TRT), y de canales privados cercanos al Gobierno se pusieron a diseñar series para mostrar la verdad histórica que le gusta a Erdogan.

De izquierda a derecha, los actores Ridvan Uludasdemir (Diego) y Serdar Akülker (Anselmo) en un momento de 'Kurulus Osman'.
De izquierda a derecha, los actores Ridvan Uludasdemir (Diego) y Serdar Akülker (Anselmo) en un momento de 'Kurulus Osman'.

“Son series con un alto presupuesto. Además de presentar una visión glorificada y angosta del Imperio Otomano y sus antecesores, le ponen bastante dinero, cuidan mucho el vestuario y la coreografía de las batallas. Ellos dicen que tienen un equipo académico que los apoya, y no lo dudo, pero es notorio ver cómo todas se parecen”, cuenta Carolina Acosta-Alzuru, profesora de la Universidad de Georgia y experta en series turcas.

Los personajes se esbozan con trazo grueso. El bueno es guapo y valiente, y se bate contra todo tipo de enemigos, a ser posible, cristianos o judíos, que son torticeros y mezquinos, porque es imposible que de otra forma puedan medirse al buen turco y musulmán que tiene a Dios de su parte.

Y, sobre todo, el bueno debe enfrentarse a traidores en las propias filas. Traidores hay casi tantos como en los discursos del presidente turco. Así que, además de un producto de entretenimiento basado en personajes arquetipo, estas series son una forma de enseñar a ver el mundo. “Para aprender historia, debéis ver Payitaht”, dijo Erdogan en uno de sus discursos.

Dentro de estas ficciones revisionistas, Payitaht es quizás la más propagandista. Cuenta la historia de Abdülhamid II, que fue ascendido al trono con la promesa de jurar la Constitución de 1876, para anularla dos años después y disolver el Parlamento, que únicamente volvió a convocarse en 1908, cuando una revolución acabó con su reinado absolutista. Era un sultán obsesionado con los complots (intentaron matarlo una vez), que se rodeó de una temida policía secreta y es recordado por la prensa de la época como el Sultán Rojo, por las masacres de armenios y asirios que decretó. Aun así, es un ídolo para los islamistas como Erdogan, ya que fue el último sultán con poder antes de la proclamación por Mustafá Kemal Ataturk de la República laica en 1923. Si su guion se parece a los discursos de Erdogan no es por casualidad. “Crea la ilusión de que los sucesos que ocurren en la actualidad son réplicas de lo que ocurrió bajo el Imperio Otomano”, sostiene la académica Senem B. Çevik.

Esta nueva generación de series turcas ha sido exportada más allá de sus fronteras. Pero su éxito no ha alcanzado al de las telenovelas: la audiencia prefiere los amoríos y dramas turcos a la espada islamista.

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