El milagro de Radio Clásica
Que cuatro melómanos entusiastas sostengan una radio de tantísima calidad inspira orgullo
La última vez que los visité ocupaban unos despachitos medio cochambrosos de un rincón de la Casa de la Radio de Prado del Rey. Son cuatro gatos, entusiastas y esmerados, pero cuatro, y con la fuerza de sus voces sostienen una cadena de radio en la que casi nadie se fija, pero cuya desaparición haría de España un país más seco y deplorable. Radio Clásica, la Cenicienta del ente público, es un milagro que no se duerme ni en verano, cuando su programación titular se coge vacaciones y la parrilla se llena de sorpresas transitorias, para felicidad de quienes sesteamos y conducimos por las carreteras secundarias de la costa con ella.
Radio Clásica podría cumplir con una programación enlatada, reproduciéndose como una radiofórmula orquestal o la retransmisión en bucle de conciertos, pero, por paradójico que suene, no es una radio musical. Al menos, no se concibe así. La parrilla es muy variada y contiene todos los géneros radiofónicos, desde el documental a la entrevista, pasando por el informativo. Los locutores se ganan su magro sueldo no solo gracias a su pronunciación exquisita de los nombres de los compositores (nadie sabe decir Richard Strauss o Debussy como ellos), sino con unos guiones bien abultados de párrafos. Este mes, por ejemplo, disfruto con los podcasts de Gran Repertorio, el programa en el que Daniel Quirós narra durante casi una hora un episodio o un personaje de la historia de la música. Algunas entregas son un prodigio de ritmo, síntesis y elegancia.
Que cuatro melómanos entusiastas sostengan una radio de tantísima calidad —que en poco desmerece a sus hermanas europeas— inspira orgullo y vergüenza a la vez. El orgullo de tener colegas capaces de llegar tan lejos con tan poco, y la vergüenza de un país que, en vez de celebrar su trabajo y hacérselo más cómodo, se conforma con tolerar su existencia.
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