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COLUMNA
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Cuando Putin se obsesionó con el linchamiento de Gadafi

El documental ‘Putin’s Revenge’ retrata a un presidente ruso decidido a hacer lo que haga falta para no seguir la suerte del tirano libio, de Sadam Husein o de Hosni Mubarak. Eso explica mucho de lo que está pasando

Muamar el Gadafi y Vladímir Putin, en una reunión en Trípoli en 2008.
Muamar el Gadafi y Vladímir Putin, en una reunión en Trípoli en 2008.Epsilon (Getty Images)
Ricardo de Querol

Es la imagen más impactante de la Primavera Árabe: el dictador libio Muamar el Gadafi fue linchado en la calle tras desmoronarse su régimen en octubre de 2011. La tétrica escena, grabada en un teléfono móvil, dio la vuelta al mundo en minutos. Llegó al dispositivo de Hillary Clinton, secretaria de Estado con Obama, en un receso de una entrevista. Soltó una carcajada y un chiste poco diplomático: “Llegamos, vimos y murió”, bromeó parafraseando a Julio César. Eso también se filmó.

En el Kremlin, Vladímir Putin conoció los dos vídeos. El de la turba de Trípoli lo reprodujo una y otra vez. Se obsesionó con él. Creía estar viendo su propio destino si la ola de revoluciones de colores llegaba a Rusia. El de Clinton celebrando la muerte del tirano lo convenció de que esa mujer era su peor enemigo. Luego, en 2016, se empleó a fondo en evitar que ella llegara a la presidencia de EE UU. Le salió bien: ganó Trump.

Lo cuenta con detalle el documental Putin’s Revenge, dirigido por Michael Kirk para la cadena pública estadounidense PBS en 2017 (en su web y en YouTube). Visto hoy, ayuda a entender mucho de lo que pasa. Putin está decidido a no seguir la suerte de Sadam Husein, ahorcado en Irak en 2006; de Hosni Mubarak, juzgado y encarcelado en Egipto en 2011; o de su títere ucranio, Víktor Yanukóvich, huido a Moscú tras la revolución del Maidán en 2014. De ahí su brutal intervención en Siria; de ahí su tutela sobre Aleksandr Lukashenko, el dictador de Bielorrusia; de ahí la atroz invasión de Ucrania. De ahí ese Estado orwelliano en que se ha convertido hoy Rusia, donde está prohibido decir la palabra “guerra” y donde miles de manifestantes son arrestados por mostrar carteles o folios en blanco que todos sabemos leer. De ahí las purgas que anuncia. De ahí que temamos que esté dispuesto a cualquier cosa.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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