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El hielo del fin del mundo

‘The Last Ice: salvar el Ártico’, de National Geographic, documenta cómo el cambio climático destruye la forma de vida de los inuits

Un trineo tirado por perros cerca de Qaanaaq, en Groenlandia, en una imagen del documental 'The Last Ice'. En vídeo, tráiler del programa.
Guillermo Altares

El Ártico, donde las temperaturas están subiendo el doble de rápido que en el resto del planeta, no solo sufre una catástrofe ecológica, sino también humana. Los inuits han visto cómo su mundo ha ido cambiando y cómo su modo de vida tradicional, que depende del hielo y de un delicado ecosistema, resulta cada temporada más difícil de mantener. Los autores del documental The Last Ice: salvar el Ártico, que se estrena este sábado a las 16.00 en National Geographic, querían rodar una película que reflejase el efecto del cambio climático sobre la fauna ártica para defender la creación de una gran reserva marina. Pero se dieron cuenta de que era una historia que solo se podía contar desde el punto de vista de los pueblos del gran norte.

Así lo explica el biólogo y explorador Enric Sala (Girona, 52 años), director del proyecto Pristine Seas de National Geographic y productor ejecutivo del documental: “Cuando comenzamos a viajar a la zona y a salir a la naturaleza con los inuits de Groenlandia y Canadá en expediciones de caza con trineos tirados por perros nos dimos cuenta de que la historia importante era la historia humana y lo que comenzó como un documental de naturaleza se convirtió en un trabajo sobre derechos de los pueblos indígenas”.

Los pueblos del hielo fueron durante mucho tiempo un misterio, hasta que el gran explorador Knud Rasmussen, nacido en 1879 en la costa oeste de Groenlandia, recorrió todo el norte del continente americano y luego saltó a Siberia recopilando tradiciones y relatos de los grupos humanos que iba encontrando a su paso. La conclusión de aquel viaje de 18.000 kilómetros, que narró en su libro Mitos y leyendas inuit (Siruela), fue que todos los pueblos provenían de una única migración, desde Siberia a América, pero que su origen era común. La genética confirmó posteriormente su teoría.

Los inuits —actualmente quedan unos 100.000 entre Canadá y Groenlandia— han empleado miles de años en adaptarse a un territorio que el resto de los seres humanos consideran hostil e inhabitable, pero que ellos han convertido en su hogar. “Es alucinante cómo se han adaptado”, explica Sala en una entrevista por videoconferencia. “En vez de ir contra la naturaleza, como podemos hacer nosotros, ellos han sobrevivido en armonía con la naturaleza, su conocimiento de su entorno natural es increíble. Con ellos, te das cuenta de lo ciegos y sordos que somos respecto a lo que nos rodea”.

Osos polares en Lancaster Sound, en el norte de Canadá, en una imagen del documental 'The Last Ice'.
Osos polares en Lancaster Sound, en el norte de Canadá, en una imagen del documental 'The Last Ice'.National Geographic Society/Ron Chapple

El documental se centra en los inuits que viven en Canadá y Groenlandia, la inmensa isla entre Europa y Norteamérica que es territorio danés, aunque con una gran autonomía (de hecho, Dinamarca pertenece a la UE y Groenlandia votó en un referéndum su salida de la Unión), y narra la vida de una serie de personajes como el joven cazador Aleqatsiaq Peary o su maestro, Theo Ikummaq, que ven cómo su entorno, del que extraen todos los recursos que necesitan, va siendo engullido por la crisis climática que sufre el planeta, pero también por la contaminación que las corrientes marinas arrastran hasta su territorio.

“Los efectos de lo que hacemos en el sur, en términos de emisiones de carbono y de contaminación, pero también desde un punto de vista geopolítico, afecta al Ártico más rápido que en cualquier otro lugar”, explica el documentalista Scott Ressler, director de The Last Ice. “No pensamos que, por la forma en que funcionan, las corrientes marinas arrastran la contaminación hasta el norte. Muchos contaminantes llegan al Ártico e infectan la vida marina que cazan y comen los inuits. Se ha encontrado toxicidad en la leche materna de las madres inuit. El Ártico es el canario [que portaban los trabajadores para detectar gases tóxicos] en la mina de carbón del cambio climático: gran parte de lo que hacemos en el resto del mundo tiene efectos allí”.

Los personajes que protagonizan el documental ven cómo su territorio se hace cada año más pequeño y relatan que el hielo, que necesitan para cazar y por lo tanto para sobrevivir, desaparece muy rápidamente, hasta el punto de que hay zonas totalmente desheladas en verano, algo que hace solo unos años no ocurría. Incluso el color de los pescados que comen ha cambiado, fruto de las toxinas que se mezclan con sus nutrientes marinos. Y también relatan cómo sus tradiciones fueron asaltadas por la colonización y muchos niños inuit fueron enviados por la fuerza a escuelas en el sur de Canadá. De hecho, se acaba de descubrir una fosa común con 215 cuerpos en uno de esos centros destinados a reeducar a los pueblos indígenas, que se cerró en 1978, lo que ha provocado un escándalo nacional por el trato a las que en este país llaman las “primeras naciones”.

Dos inuits, junto al mar, cerca de Qaanaaq (Groenlandia).
Dos inuits, junto al mar, cerca de Qaanaaq (Groenlandia).Nic Donnelly (National Geographic Society/Nic Donnelly)

Los creadores de The Last Ice transmiten la admiración por esos pueblos, que no solo han aprendido a vivir (no a sobrevivir) en una tierra dura, aparentemente inhóspita y de una belleza sobrecogedora (las imágenes de animales y paisajes que ofrece el documental son impresionantes), sino que ahora tienen que luchar contra fuerzas letales que no han desatado ellos, pero que padecen. Y no se trata solo de la subida de las temperaturas: el deshielo ha provocado una carrera internacional por los recursos del Ártico y ha aumentado de manera más que preocupante la presencia de gigantescos buques de mercancías, que son muy contaminantes.

“Es imposible no admirar a la gente que vive allí”, señala Scott Ressler, de 38 años. “Han sido capaces de prosperar en ese entorno porque sabían no solo cómo conseguir comida y sustento, sino cómo construir refugios. Y siempre en sintonía completa con el medio ambiente. La colonización fue totalmente perjudicial y traumática para la gente que vive allí. Y esos efectos dramáticos se mantienen en las siguientes generaciones, como se puede ver en la película, y se relacionan con lo que está sucediendo ahora con el cambio climático. Todo está conectado”.

El gran norte obliga a pensar la naturaleza de una manera completamente diferente, una lección que ya transmitió uno de los grandes narradores del frío, Jack London, que escribió en Una tierra lejana, una sus primeras historias: “Cuando emprendemos un viaje por aquellas tierras lejanas necesitamos olvidar todo lo que hemos aprendido y aprender las costumbres inherentes a la tierra. Debemos olvidar las viejas ideas y los viejos dioses”. The Last Ice muestra hasta qué punto ese mundo nuevo y salvaje se ha roto, aunque los creadores del documental creen que todavía no se ha alcanzado el punto de no retorno. “Son los inuits los que van a vivir con las consecuencias de cualquier decisión que se tome ahora”, explica Scott Ressler. “Siempre han tenido y siguen teniendo un pensamiento a largo plazo que creo que gran parte del mundo actual, impulsado por los beneficios y las ganancias trimestrales, ha perdido. Así que creo que si hay una pregunta que la película plantea es dejar claro quién debería determinar el futuro del Ártico”.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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