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Columna
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Sorna

En el tan previsible como olvidable debate, al menos Ángel Gabilondo, el filósofo lanzado a la cenagosa y prosaica arena pública, me hizo sonreír en algún momento

Ángel Gabilondo, candidato del PSOE a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, en un acto en Alcalá de Henares el 22 de abril.
Ángel Gabilondo, candidato del PSOE a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, en un acto en Alcalá de Henares el 22 de abril.Alberto Ortega (Europa Press)
Carlos Boyero
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Ángel Gabilondo se autocalifica como El Soso, lo cual demuestra algo tan necesario e higiénico llamado sentido del humor. Confirma con socarronería mayoritarias opiniones ajenas respecto a su personalidad política. Este hombre inteligente y culto vuelve a demostrar agilidad mental y sorna con un par de expresiones divertidas sobre soledades y milagros, en el tan previsible como olvidable debate sobre la felicidad o la desdicha que le va a ocurrir a Madrid en el caso de que ganen unos u otros. Al menos, el filósofo lanzado a la cenagosa y prosaica arena pública me hizo sonreír y reír en algún momento. Vuelvo a hacerlo en el lamentable cristo que se monta en la SER cuando a la monja mussoliniana y artera, que lanza cicuta y desprecio sobre todos los políticos que la acompañan, gente que ejerce la misma profesión que ella, le responde: “Al parecer, usted debe de ser la emperatriz de Japón”.

Encuentro en Movistar el reestreno de la muy digna serie Crematorio y recuerdo interminables e inolvidables conversaciones telefónicas, en horas pálidas de la noche, que mantuve con un señor al que admiraba profundamente y al que nunca conocí en persona. Era el escritor Rafael Chirbes, autor de novelas que se me incrustaron muy dentro, como Crematorio y En la orilla. Murió. Jamás llegamos a vernos, a compartir un arroz y unas botellas de vino en el pueblo de Alicante donde vivía. Y me pregunto con melancolía por la crónica novelada sobre el tiempo de la peste que tal vez hubiera plasmado su talento, su capacidad de emoción, su sarcasmo, su complejidad, su dolorida lucidez.

Cuentan en la tele que ayer se cumplió un año de que permitieran salir a la calle a los asfixiados niños, a esas criaturas que deben de creer que el mundo es un territorio habitado para siempre por seres enmascarados. Algunos de ellos recuerdan con alborozo la jornada en la que pudieron salir a jugar al aire libre. Otros no guardan memoria alguna. Se les ha borrado. Benditos sean en ambos casos.

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