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Columna
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Lujo

No poseo coche, ni chalé, ni tecnología moderna y mi herencia es ínfima. Mis placeres han sido otros. ¿Habré sido un explotador de la clase dirigente?

El portavoz de ERC, Gabriel Rufián, durante su intervención en el Congreso este jueves.
El portavoz de ERC, Gabriel Rufián, durante su intervención en el Congreso este jueves.Chema Moya (EFE)
Carlos Boyero

A un señor que compone y canta admirablemente le montó un numerito en un restaurante un comensal vecino al beodo grito de: “Aquí, el rojo, comiendo cigalas y percebes”. A un matrimonio de artistas que han disfrutado de ancestral y merecido éxito una escandalizada dama les espetó en un avión: “Los de izquierdas, viajando en business, como nosotros”. No es una invención, fue real. Imagino que cualquier persona con dos dedos de frente sentiría vergüenza y pasmo hacia las acusaciones de esos iracundos dueños del cortijo que les concedió la gracia divina. También inevitable grima.

Percibo en mí idénticas sensaciones cuando escucho a Rufián, personaje que a veces me hace gracia en su calculada brutalidad oratoria, al embestir contra su colega independentista Laura Borràs porque viste chaquetas de mil euros y porta bolsos de Michael Kors. O cuando Gloria Elizo, diputada de Podemos y vicepresidente de no sé qué movida, celebra ardorosamente el cierre del restaurante Zalacaín con el grotesco argumento de “por fin se desmoronan las trastiendas del régimen del 78”. Del paro que van a sufrir los currantes de ese establecimiento, ni puto caso. Solo regocijo e ira santa porque oligarcas, banqueros, políticos y empresarios han perdido uno de sus templos gastronómicos. Y flipo. Y siento bochorno.

Cenar en Zalacaín fue uno de los regalos que me hizo una novia en mi cumpleaños a principios de los ochenta. Y en años posteriores Jockey, Horcher, Príncipe de Viana. Qué recuerdos tan felices quererse tanto acompañados de comida y vinos espectaculares. Y debo de ser un facha frívolo por el disgusto que tengo al haber desaparecido de las tiendas españolas la firma de ropa Armani Collezioni, con la que mi cuerpo se sentía tan a gusto. No poseo coche, ni chalé, ni tecnología moderna y mi herencia es ínfima. Mis placeres han sido otros. ¿Habré sido un explotador de la clase dirigente? O soy tan irresponsable y cínico como el futbolista George Best cuando afirmó antes de morir: “Gasté mi dinero en alcohol, mujeres y coches. El resto lo desperdicié”.

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