_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Todos tenemos guardado un plan B

‘Run’, la serie de Vicky Jones, cuenta la historia de dos idiotas que cumplen una promesa que se hicieron cuando eran novios en la universidad: reencontrarse cuando lo necesitasen

Sergio del Molino

Una de las costumbres del llorado editor Claudio López Lamadrid era preguntar a los amigos cuál era su plan B. No se conformaba con una respuesta vaga, quería detalles sobre esa autobiografía-ficción que, según él, todos tenemos escrita, unos más en secreto que otros. Además de una novela, el plan B de Claudio era una salida de emergencia a la propia vida: ¿qué harías si tu vida se fuese al carajo? ¿En qué trabajarías, dónde vivirías, a quién amarías? Nunca le di una respuesta a su altura porque, al igual que los gobiernos del mundo, en caso de cataclismo pensaba improvisar y sonreír mucho, fingiendo que sé lo que hago.

El plan B también es un consuelo para cuando la vida aprieta y casi ahoga. Como los alcohólicos que se engañan diciendo que pueden dejar de beber cuando quieran, muchos dicen que cualquier día desaparecerán, se despedirán a la francesa del trabajo y de la familia y retomarán esa felicidad que dejaron en el trastero de la casa de sus padres, junto a aquella guitarra que nunca aprendieron a tocar.

Esa es la hipótesis de Run (HBO), la trepidante y muy bien armada serie de Vicky Jones, fiel escudera de su majestad Phoebe Waller-Bridge, que cuenta la historia de dos idiotas cuarentones que cumplen una promesa que se hicieron cuando eran novios en la universidad: reencontrarse cuando lo necesitasen.

Son idiotas porque infringen el mandato del plan B: nunca hay que ponerlo en marcha. Para la serie, esta certeza es fecunda, pues permite disparar las tramas en mil direcciones, y nada estimula más el sadismo de un guionista que dos tontos que hacen tonterías. Para la vida, en cambio, es muy desaconsejable. Confinados, los planes B se resignan a un platonismo indefinido que, en estas semanas, los vuelven tan valiosos como un jardín o un patio privado.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_