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La generación Z se parte en extremos: ellos son los más machistas y ellas, las más feministas

Los varones entre los 18 y los 26 años son los que menos perciben la desigualdad de género frente a los de cualquier otro grupo de edad

Dia de la Mujer
Manifestación de jóvenes feministas con final en la sede del Ministerio de Justicia, durante el 8-M de 2023 en Madrid.Claudio Álvarez
Isabel Valdés

La foto es nítida y se parece a tantas otras fotos que se vienen haciendo en los últimos años: los jóvenes se parten en extremos y ellos son, entre todas las generaciones, los más machistas. ¿Ellas? Las más feministas. Hay una enorme distancia que separa a mujeres y hombres de 18 a 26 años (generación Z) en torno a la igualdad. Es lo que revela la última encuesta de 40dB. para EL PAÍS y la SER, Radiografía intergeneracional de la desigualdad de género. Y esa diferencia no se produce solo entre sexos, es también entre generaciones. Cuanto más jóvenes, más alejados de la igualdad. Entre los que tienen 59 o más años (baby boomers y generación silenciosa), el 46,8% de ellos y el 55,3% de ellas se consideran muy o bastante feministas. En la Z, esa horquilla se abre de manera amplia: solo el 35,1% de jóvenes entre los 18 y los 26 se considera feminista, mientras que en ellas ese porcentaje asciende al 66%. Todos los datos internos de la encuesta podrán consultarse en la web de EL PAÍS a partir del lunes (ya puede descargarse la presentación de los datos de 40dB.).

Ese informe, con 2.000 entrevistas online a mayores de 18 años realizadas entre el 1 y el 3 de marzo, refleja que la mitad de la población española se considera feminista, pero que ellas lo hacen más (casi 6 de cada 10) y ellos, menos (4 de cada 10), pero, sobre todo, lo que deja ver es cómo los hombres jóvenes se “desenganchan” del conjunto, sintetiza Belén Barreiro, la directora de la agencia de investigación 40dB.: “Mientras que las mujeres de la [generación] Z piensan muy parecido a las de otras generaciones, ellos no, hay visiones contrapuestas en ese grupo de edad”.

Es un choque ideológico que no solo está en considerarse o no feminista, sino que se repite, de distintas formas, en las respuestas a lo largo de toda la encuesta. ¿Quiénes son los que menos piensan que la vida es más difícil para las mujeres? Los jóvenes: solo el 14,8% de los Z lo piensa. ¿Los que menos creen que hay machismo en la sociedad? Ellos también (35,2%). Y también quienes menos perciben la desigualdad de las mujeres en el trabajo (24,7%), mientras que más de la mitad de los hombres de más de 59 años (el 55,2%) afirma que ese desequilibrio existe.

Una diferencia de percepción por edad que salta a lo largo de cualquier asunto de la encuesta. Incluso en aquellas cuestiones en las que el porcentaje no es pequeño, sigue siendo menor que el de las generaciones más mayores. Por ejemplo, son los que menos consideran necesario garantizar la igualdad salarial entre hombres y mujeres (65,6%), obligar a que ambos progenitores disfruten del mismo tiempo de permiso de paternidad y maternidad (61,9%) o que haya que facilitar el acceso a la vivienda para mujeres sin pareja con hijos e hijas a su cargo (53,1%), frente a la percepción de los hombres más mayores, que ronda el 80% en esas tres cuestiones. Si se compara con las mujeres, la diferencia es aún más acusada; en ellas, de cualquier generación, ese porcentaje oscila entre el 80% y el 90%.

Aunque la mayor parte de la ciudadanía cree que los mayores (las generaciones baby boomer y silenciosa) son las más machistas (57,2%), seguida de la Z (un 27,3%), es, sin embargo, en esta última donde los indicadores más alejados del feminismo se disparan. “Todos”, dice Barreiro, “mires donde mires, los jóvenes son los que menos creen en la igualdad, y esto significa que esa idea es absolutamente transversal a todos los ámbitos de su vida”.

¿Por qué? ¿Qué está sucediendo? Barreiro pronuncia la palabra backlash: una reacción negativa contra avances sociales o políticos. Es una ola reaccionaria, como ha ocurrido en los últimos años en aquellos países en los que se han producido avances, de Estados Unidos a Argentina o Suecia. “Y el voto cuelga de esta cuestión, del feminismo”, dice la directora de 40dB. Cuenta que en todas las aproximaciones que hacen desde hace unos años se desprende la relación directa entre igualdad e ideología.

Brecha ideológica

Según la encuesta, uno de cada cuatro votantes de Vox son muy o bastantes feministas (24%), del PP lo son el 35,2%, el 62,6% del PSOE y el 74,8% de Sumar. Y es entre ellos donde más polarización política hay: “Ellas son abrumadoramente de izquierdas y entre ellos está empatada la izquierda y la derecha, pero el segundo partido político al que votan los jóvenes después del PSOE es Vox. Sin embargo, la ultraderecha es para ellas el cuarto partido, es minoritario. Esta es la única generación con tanta brecha”.

Son diferencias que emergieron con la entrada de Vox en el Congreso. Barreiro asegura que el éxito de la ultraderecha no se debe tanto a los jóvenes, “sino a que estos han sido seducidos por los discursos de Vox”. Anota, además, que “de alguna forma se han visto acorralados por una generación de chicas muy feministas y reaccionan yéndose en la dirección opuesta”. Berta Barbet, doctora en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales por la Universidad de Leicester, cree que esto puede deberse también a cómo han crecido: “Se han socializado con este debate en primera plana de la política, y eso hace que estén mucho más polarizados respecto al feminismo que otras generaciones a los que este tema llegó cuando ya estaban más politizados”.

Lo “preocupante” de la polarización es el “componente clarísimo de género”, añade Barbet. Ellas en una orilla y ellos en la otra. Y en ellos, con una identidad política concreta que han desarrollado al “amparo de lugares políticos y mediáticos que les han dado cobertura moral, por lo que para ellos hay cuestiones que no son incorrectas, han crecido políticamente mientras había quienes les decía “esta norma social es absurda”, y esa norma social es la igualdad.

Hay ejemplos concretos en la encuesta que hablan también de esto. De izquierda a derecha, la percepción de que la vida es más difícil para las mujeres va en orden: mientras que en Sumar casi siete de cada diez lo piensan, en el PSOE es el 53,4%, en el PP el 41,2%, y en Vox el 19,5%.

La doctora en Ciencias Políticas y profesora en la Universidad de Santiago de Compostela Cristina Ares suma algo más que puede explicar ese salto: “Quizás los más jóvenes perciban más competencia o que tienen menos oportunidades, lógico porque tienen menos privilegios, y porque son conscientes de que con ello crecen las responsabilidades, por ejemplo en el cuidado, y no les gusta”.

En todas las generaciones, según el informe, una gran mayoría de mujeres de todas las edades (en torno al 80%) considera que las renuncias laborales recaen sobre ellas; entre los hombres esta afirmación es menos compartida cuanto más jóvenes son: un 56,6% de los Z y un 76,1% de los boomers. Que ellas sean conscientes de que el feminismo puede hacer que lleguen a estar en una mejor posición también habla de la reacción que pueden estar teniendo ellos, según Ares.

Posibilidades de cambio

¿Hay algo por lo que podría cambiar esa situación? Barreiro apunta al futuro más inmediato de esa generación: “Podemos pensar que si tienen una pareja y si forman una familia, cuando la formen, revisen sus posiciones desde una perspectiva más humana, desde lo cotidiano, siempre y cuando ellas sean capaces de llevarlos a sus posiciones”. Sobre todo cuando se tienen hijos, dice la socióloga, perciben que hay “un clic” respecto a infinidad de cuestiones, pero puede no ser fácil “porque las posiciones de partida son tremendas”.

Tanto en ideología como en la práctica, los resultados del análisis hablan de que ellas cargan más que los hombres con las tareas del hogar y los cuidados, con la única excepción de las gestiones bancarias. Pero son los cuidados, y sobre todo aquel de las personas dependientes, el porcentaje más diferenciado: el 47,1% de ellas dice hacerlo siempre, y un 27,5% dedicarle más tiempo que su pareja. Ellos dicen hacerlo siempre en 1,2% de los casos, y un 5,9% afirma que le dedica más tiempo que su pareja.

Ocurre con el cuidado de dependientes y ocurre con el de los hijos e hijas cuando se tienen: el 62,3% de ellos piensa que lo hacen por igual, mientras que entre ellas piensan eso un 39,3%. “Hay una percepción claramente sesgada por la diferencia de porcentajes”, apunta Barreiro.

Pero también podría no ocurrir. Barbet, la politóloga, afirma que con ese contexto “hay dos dudas que pueden asaltar”. Una es si “ese contexto social va a seguir siendo el mismo”, y la otra es si se va a producir ese emparejamiento: “Cuando la gente se casa, tiende a moderar sus posiciones ideológicas para parecerse más y eso hará que la polarización disminuya, pero también puede ser que precisamente por esas diferencias les cueste mucho emparejarse y esa brecha la vayan alargando a lo largo de todo el ciclo vital. ¿Puede pasar? Como posible, es posible, y si lo hace, tendrá consecuencias a nivel sociológico como está teniendo ahora la polarización”.

Ares confía en que esas diferencias acaben “suavizándose” a medida que “vayan ganando madurez”. En cualquier caso, apunta, “es necesario buscar discursos apropiados y encontrar medidas y políticas de igualdad para ayudar a reducir estas percepciones” que, dice, guardan relación con la ideología. “La izquierda es más igualitaria que la derecha, es un hecho, y aunque ahora entre los más jóvenes la ultraderecha este arrastrando, la evolución del voto también se puede moderar, porque lo que sí encontramos ahora es volatilidad en ese voto”, explica.

Ares asegura que en el pasado, en general, se mantenía la orientación sobre lo que se había elegido en las urnas la primera vez, “pero ahora hay mucha más variación entre votos y expectativas en función de quién esté en el gobierno y en la oposición”. La clave de este contexto político, en el presente y a futuro, es el feminismo. Lo dice Barreiro: “De eso depende todo lo demás”.

Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.
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