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PROYECTOS SOCIALES

Un techo seguro antes de volar

Pedro y Valeria, una pareja de veinteañeros valencianos sin hogar, se preparan para una vida independiente en una vivienda de Casa Caridad

Cristina Vázquez
Pedro y Valeria, una joven pareja sin techo en el piso de Casa Caridad en València.
Pedro y Valeria, una joven pareja sin techo en el piso de Casa Caridad en València.KIKE TABERNER

Pedro y Valeria son una pareja de jóvenes que la vida dejó a la intemperie. No han dormido en la calle pero sí en una furgoneta. Sus familias se desentendieron de ellos por diversas circunstancias y, sin recursos económicos ni estudios, se vieron obligados a pedir amparo a los Servicios Sociales, que los derivaron en febrero de 2020 a uno de los albergues de Casa Caridad para personas en situación de sin hogar. Desde noviembre ocupan uno de los pisos habilitados en València por la asociación dentro del proyecto Fénix. Es un alojamiento para gente en situación de sin techo, tras su paso por los albergues sociales, y previo a su vuelta a una vida independiente. Los jóvenes viven en un entorno estable, con el apoyo de una trabajadora social, retoman sus estudios a distancia y buscan trabajo. No piensan tirar la toalla, afirma Pedro, “entre otras cosas porque no tenemos más a lo que aferrarnos”.

Estos dos veinteañeros valencianos están tranquilos en un piso de tres habitaciones, con una pequeña cocina integrada en el salón y un balcón, que comparten con una tercera persona. Sentados en el sofá cuentan retazos de una vida que se torció demasiado pronto. Pedro vivía con su madre, que de la noche a la mañana abandonó España en busca de trabajo. Cuando se despidió le aconsejó que buscase un empleo. “Me quedé en la nada, iba de casa en casa de mis amigos, incluso dormí en la furgoneta de la madre de uno de ellos; hasta que me fui a Casa Caridad y encontró plaza en su albergue. Encontró un trabajo de prueba que no superó y con el dinero pagó un habitación donde vivir tres o cuatro meses, cuenta.

Valeria cuenta que vivía también con su madre, su abuela y su tío en Valencia. Se fue a Perú con su progenitora durante un año porque su padre, al que no conocía, les pidió que probasen a vivir en el país suramericano, así que dejó los estudios con 14 o 15 años. La historia no salió bien y volvió con su familia valenciana sin su madre, que se quedó a trabajar y rehizo su vida con otra pareja en el país andino. Se quedó en casa cuidando de su abuela y su tío, con el que, según explica, chocaba constantemente porque no cumplió lo que le dijo a su madre, que haría por que volviera a los estudios. “Estaba como una interna, cuidando de mi abuela”, añade.

La pareja se conoció a través de internet, de un chat, en marzo de 2018 y quedaron en persona para ver un espectáculo pirotécnico. No se han separado desde entonces. Ambos ingresaron en el albergue de Casa Caridad con unos días de diferencia y permanecieron hasta noviembre. Están a gusto en el piso pero, a veces, echan de menos a los educadores del albergue, que los encaminaron a cursillos de empleo y los animaron con los estudios, que han retomado a distancia. “Si no estuviese Casa Caridad, habríamos acabado muy mal”, afirma Pedro. El joven busca un empleo a media jornada “de camarero, en una hamburguesería, de lo que sea… Si surge la oportunidad, estaría muy bien”, apostilla.

Cada día se levantan, desayunan, ven las noticias, estudian y salen si tienen trámites pendientes. Comparten tareas de casa y cocinan, bastante cotidiano todo. Pedro se está sacando la ESO y hará todo lo posible por estudiar Informática. Lo mismo que Valeria, que dibuja bien y aspira a formarse en diseño gráfico. “Hemos conocido a mucha gente en Casa Caridad que tienen interiorizado lo de vivir en la calle pero para nosotros es inconcebible, nos daba mucho miedo acabar ahí”, concluye Pedro.

“Están en situación de calle porque nadie se hace cargo de ellos”, resume Amparo Terrón, la trabajadora social de Pedro y Valeria. “Son una pareja muy joven, de 22 y 20 años, y están fuera de todas las ayudas que, en su mayoría empiezan a los 25 años. “No hay recursos para nosotros, estamos en el limbo: la mayoría de ayudas son a partir de más años y nosotros tenemos 22. Una persona puede tener problemas socioeconómicos a cualquier edad”, añade Valeria.

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Pedro y Valeria en el piso que comparten con una tercera persona en València.
Pedro y Valeria en el piso que comparten con una tercera persona en València.KIKE TABERNER

Fénix, el ave renacida

El proyecto Fénix, que toma el nombre del ave mitológica que renace de sus cenizas, cuenta con nueve viviendas en la ciudad de Valencia en el entorno de sus centros de La Petxina y Benicalap. “Cuando las personas vienen aquí están al límite de la exclusión. Muchos han perdido su domicilio, que es lo último, y las que no, a lo mejor les falta la red social, la red familiar o los recursos económicos suficientes y, tal vez, una serie de habilidades que han ido perdiendo”, explica Cristina Sánchez responsable del departamento de Trabajo Social de Casa Caridad. Los perfiles de los sin hogar han cambiado, hay un abanico gigantesco: mujeres y hombres solos, parejas sin menores a su cargo, con menores. En ocasiones hay enfermedades mentales, adicciones u otras patologías asociadas. “El perfil es muy heterogéneo”, precisa.

Con la crisis económica y ahora la pandemia del coronavirus, la estancia de las personas en los albergues sociales se alarga mucho y la dinámica en España y en el resto de Europa es disponer de viviendas que sirvan de segunda estancia cuando salen de esos albergues. “La asociación trabaja todos los aspectos de la persona sin techo: documentación, salud y posibles adicciones, itinerario personal, red social; pero al final chocas con la falta de empleo o de vivienda. Siempre nos damos con ese muro. Los albergues están llenos porque ese techo no se llega a cubrir, el parque social de vivienda es escasísimo y cuando se abre no tiene en cuenta a este colectivo”, expone Sánchez.

Las ayudas económicas, tanto de la Generalitat como del Gobierno español, han sido importantes pero es igual de vital el acompañamiento y la intervención social con las personas en exclusión que las reciben”, apunta Sánchez en referencia a las prestaciones básicas que existen. “Es importante el acompañamiento que hacemos con ellos, que aprendan a administrarse. Y luego sería bueno, por ejemplo, que se ofrezcan empleos para ellos o que los propietarios que alquilan sus pisos se abran a estos perfiles”, sugiere.

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Cristina Vázquez
Periodista del diario EL PAÍS en la Comunitat Valenciana. Se ha ocupado a lo largo de su carrera profesional de la cobertura de información económica, política y local y el grueso de su trayectoria está ligada a EL PAÍS. Antes trabajó en la Agencia Efe y ha colaborado con otros medios de comunicación como RNE o la televisión valenciana À Punt.

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