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Un currículum más allá del aula

Un grupo de vicerrectores busca la fórmula para reconocer en el currículum las tareas sociales que desempeñan en la sociedad cada vez más universitarios

Javier Arroyo
Instalaciones de la Universidad Pompeu Fabra en Barcelona.
Instalaciones de la Universidad Pompeu Fabra en Barcelona.Carles Ribas

Helena Martínez estudia Musicología en la Universidad de Granada (UGR). Pero su vida universitaria no se limita a ir a clase. Es miembro de un coro y de un grupo de teatro, juega al baloncesto y realiza tareas de gestión como subdirectora del colegio mayor Isabel la Católica donde, además, dirige el coro y organiza la semana cultural. Participa en todo dentro de la oferta extraacadémica del campus. Pero cuando Helena termine la carrera y busque trabajo, ese esfuerzo se reflejará, a lo sumo, en unas líneas de su certificado de notas que indique el nombre de la actividad y el número de créditos reconocidos. No computará para su nota media y, por supuesto, no habrá ninguna explicación de las competencias —de las habilidades sociales— adquiridas. Eso, lo tendrá que contar ella a su manera.

Algunas universidades creen que esa actividad complementaria que tanto enriquece al estudiante ha de convertirse en oficial y debaten cómo ligar actividades solidarias, culturales o deportivas a las competencias que otorgan a quienes lo practican para poder incluirlo en un documento oficial.

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En el caso de Helena Martínez, es fácil imaginar que ha aprendido, como mínimo, a gestionar, a liderar equipos, a resolver problemas y a organizarse el tiempo. Un aprendizaje fundamental y especialmente valorado en la vida profesional. Las universidades, además, conscientes de la importancia de estas competencias sociales, multiplican su oferta de actividades de este tipo.

Es lo que Antonio Ariño, catedrático de Sociología y vicerrector de Extensión Universitaria de la Universidad de Valencia, llama “la tercera misión de la Universidad” o “currículum complementario”.

Ariño convocó en mayo en Valencia la jornada Currículum complementario, en la que se dieron los primeros pasos hacia ese objetivo de certificar lo que ocurre en los campus pero fuera del aula. El segundo paso se dará en Granada, a final de noviembre. De nuevo, representantes de las universidades se reunirán para buscar ese gran acuerdo que permita oficializar ese esfuerzo adicional. De hecho, existe un grupo de campus —Valencia, Granada, Oviedo, Cádiz o Barcelona— que consideran que ha llegado el momento de convertir en ineludible esta tercera misión de la universidad.

Aprender haciendo un servicio a la comunidad

El voluntariado de la Universidad española lleva tiempo implantado en países anglosajones. Incluso hay expertos en rankings de calidad universitaria —como el de Shanghái o el Time Higher Education— que abogan porque se halle una fórmula para medir en las clasificaciones cuánto se implica un campus en el progreso de una sociedad —Harvard hace grandes esfuerzos— o en el respeto por el medio ambiente. Es decir, que no se contabilice solo el número de publicaciones, los premios de la institución, la empleabilidad o la percepción de su docencia. De la misma manera que las grandes empresas están obligadas en España por ley en invertir en proyectos sociales.

En España más de 200 colegios han incluido lo que se conoce como Aprendizaje y Servicio en sus aulas, conjugando enseñar con la inmersión en la vida social. “Aprender haciendo un servicio a la comunidad”, resumen desde la Red de Aprendizaje y Servicio. Y ponen un ejemplo, plantar un árbol donde se necesita es un acto solidario. Mientras que se aprende si se investigan las causas de la degradación de un bosque y se aplica lo estudiado. Por ejemplo, montando una huerta con los mayores del barrio o llenando de vida un estanque en pésimas condiciones. La idea del Gobierno socialista, hoy en funciones, era contabilizar como materia optativa este voluntariado con fin educativo.

Víctor Medina, vicerrector de Extensión Universitaria y Patrimonio en Granada, es uno de los que lideran la búsqueda de este gran pacto. Medina reconoce que es difícil pero, explica, “es la tendencia que recorre Europa y ahora es el momento de dar el paso. No debemos quedarnos atrás”.

En Europa, explican a EL PAÍS desde la Dirección General para Educación y Cultura de la Unión Europea, “la adquisición de competencias y habilidades relevantes tanto para el mercado de trabajo como para el desarrollo personal y social es una tendencia al alza y la Agenda de Educación Superior de la UE para los próximos años reconoce que las cualificaciones transversales son más necesarias que nunca en el mundo actual, en el que las personas necesitan reciclarse y mejorar sus cualificaciones continuamente para adaptarse mejor a las cambiantes necesidades del mercado laboral”. 

Sin embargo, aún no existe una estrategia común sobre cómo certificarlas. Víctor Medina propone un instrumento que existe: el Suplemento Europeo al Título, un documento que más allá del certificado de estudios, describe la información. Ahí, cree Medina, podría añadirse esa información adicional extracurricular y tendría carácter oficial. “Eso requiere una decisión consensuada de todas las universidades y tendría que ser aprobada por el ministerio, pero sería una solución óptima”, apostilla. El primer paso sería definir qué competencias otorga cada actividad y conseguir un método justo capaz de certificar ese aprendizaje a quien realmente lo ha adquirido.

La normativa estatal permite desde 2001 reconocer académicamente la participación en actividades universitarias “culturales, deportivas, de representación estudiantil, solidarias y de cooperación” con “al menos” seis créditos. La UGR alcanza los 12. Pero como explica Víctor Medina, “son créditos que no van asociados a ninguna competencia, que no quedan reflejados”. De hecho, como no son útiles para la nota media, a veces los estudiantes prefieren no incluirlos y cursar otras asignaturas que, por sus características, puedan elevarles la nota media. Algunos campus, en la actualidad, sí celebran estas actividades con otro tipo de premio. El “pasaporte cultural” que existe en algunas universidades, por ejemplo, registra esas actividades y ofrece descuentos en algunas actividades. Pero lo que se busca es más. Es un relato de las habilidades sociales que definen al estudiante más allá del conocimiento matemático o del derecho, por ejemplo.

Ser proactivos

Los empleadores dan por descontado el valor de los títulos universitarios. Lo que buscan, explica Isidro Ramírez Rivera, director corporativo de Recursos Humanos de Axesor, una agencia de rating española, es conocer más del perfil de la persona, si son solidarios, si saben trabajar en equipo o si tienen capacidad de liderazgo. “Y esa información no viene en el título. Más allá de la buena formación técnica buscamos gente con ciertas experiencias y competencias”. Y cita la capacidad de influir, de persuadir, de trabajar en equipo, de resolución de problemas, de ser proactivos o de tolerancia al cambio… “La diferencia la marca hoy la capacidad de cada candidato de defender su candidatura en la entrevista de trabajo”, concluye.

Nuria Grané, vicerrectora de la Universidad de Alicante y presidenta de la comisión de empleo de la conferencia de rectores (CRUE), coincide con Ramírez: “Tener la posibilidad de certificar las competencias transversales sería fundamental. Buscan personas con unas habilidades adquiridas fuera del aula en voluntariado, deporte y actividades así”.

Grané, desde su puesto en la CRUE, apuesta por un avance en esa certificación pero no existe un debate oficial en esa organización, en la que están representadas todas las universidades al respecto. Tampoco en el Ministerio de Ciencia,Innovación y Universidades, que ha respondido a este diario que “el Consejo de Universidades no ha abordado el estudio del currículum complementario”. El debate aún está en sus inicios pero es probable que en noviembre, en la reunión de Granada, haya un avance sustancial. 

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