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«Antes que una tenista, soy una mujer negra»: cómo Naomi Osaka practica el activismo a través de su ropa

La gurú del tenis se ha convertido, como era de esperar, en un referente de estilo. Pero ni sus colaboraciones con marcas son las esperadas ni sus elecciones a la hora de vestirse son las habituales.

naomiosaka
Gettyimages

Cuando Naomi Osaka se coronó como la nueva reina del tenis, es decir, cuando ganó a su idolatrada Serena Williams y se hizo con el Abierto de Estados Unidos en 2018, recogió su trofeo con un vestido blanco de Comme des Garçons hecho a medida. No es para nada habitual que la firma japonesa colabore con celebridades, pero la ocasión lo merecía: se trataba de la primera japonesa en ganar un Grand Slam en la categoría individual y Osaka no se lo pensó demasiado; en lugar de elegir otras marcas de lujo más populares, apostó por la enseña más internacional de su país natal. Cuestión de prioridades.

Naomi Osaka pertenece a esa generación de deportistas de élite que son conscientes de su papel como portavoces públicos; no solo con sus palabras, también con sus elecciones indumentarias. Aquella que nació cuando Michael Jordan desafiaba las convenciones sociales y los códigos de la NBA calzándose unas zapatillas rojas y negras que llevaban su nombre y que estaban prohibidas en la cancha (lo que, por otro lado, hizo que Nike vendiera cientos de millones de pares hasta el día de hoy); que aplaudió frente al televisor cuando Colin Kaepernick se arrodillaba mientras sonaba el himno nacional para protestar contra el racismo estructural (una gesta que le valió, años más tarde, el derecho a veto en diseños de camisetas y zapatillas de grandes multinacionales por considerarlas racistas) o que, más recientemente, ha visto cómo Serena Williams utilizaba las pistas como escenario para denunciar el tratamiento que se les da a las mujeres tenistas por su indumentaria. «Nos queda mucho por avanzar en el tenis», contaba la deportista recientemente a la edición americana de Vogue, «todavía se juzga a los hombres y las mujeres con estándares distintos y son mucho más restrictivos con nosotras».

Este año, Naomi ha vuelto a ganar el U.S. Open, y volvía a recoger su trofeo con un vestido que alude directamente a sus raíces; no fue a  Japón, sino a Haití (de donde es su padre, Leonard Francis) a quien la tenista quiso rendir homenaje con un vestido y un pañuelo en la cabeza que hacían referencia directa a sus antepasados. «Ya sabéis por qué me he puesto este pañuelo para recogerlo», escribía poco después en su Instagram.

«Antes que tenista, soy una mujer negra», ha reiterado Naomi. Sus redes sociales están plagadas de denuncias al racismo y apoyo al movimiento Blacks Lives Matter. También sus apariciones. El pasado septiembre sus partidos se convirtieron en virales porque la tenista llevaba en cada uno una mascarilla con el nombre de George Floyd, Breonna Taylor, Trayvon Martin y otras personas negras asesinadas a manos de la policía. «Recuerdo la muerte de Trayvon perfectamente», tuiteó, «Recuerdo ser una niña y tener miedo, no llevaba capuchas para no levantar sospechas». Poco después aplazaba el partido de semifinales del Open americano como protesta ante el asesinato, días antes, de Jacob Blake durante las protestas antirracistas: «Como mujer negra, creo que hay asuntos más importantes que verme jugar al tenis», argumentó.

El posicionamiento explícito de Naomi y sus elecciones indumentarias la han convertido en un icono de estilo en tiempos en los que las marcas necesitan demostrar al público que tienen claras sus políticas de inclusión y diversidad. Solo en este año, Naomi se ha aliado con tres, pero lo ha hecho a su manera: la primera, como no podía ser de otra manera, es Nike, para la que ha hecho una colección de prendas deportivas con las tres banderas de sus respectivos orígenes estampadas (americano, haitiano y japonés) y junto a la que acaba de lanzar una publicidad sobre el acoso escolar, el racismo y el empoderamiento femenino.

La segunda, ADEAM, es una marca japonesa de básicos. Junto a ellos Naomi lanzaba el pasado septiembre una colección cápsula que reinterpretaba la estética japonesa kawaii y cuyos beneficios van destinados a ONG’s que apoyan a jóvenes en situaciones desfavorecidas. Este mes acaba de estrenarse como diseñadora de bolsos junto a la firma escocesa Strathberry; cinco bolsos y dos carteras minimalistas cuya venta sirve para financiar a Play, una fundación que ayuda a las niñas y adolescentes deportistas a abrirse camino. La nueva gurú del tenis podría colaborar con enseñas mucho más populares, pero prefiere, al menos por el momento, dar voz a esas marcas pequeñas que, como ella, tienen algo que decir. «Comercialmente sabemos que está arriesgando mucho», contaba su agente, Stuart Duguid, a la revista Adweek, «pero para ella este tipo de decisiones son sencillas. Es muy categórica al respecto y no va a cambiar de opinión». «El público sabe lo que es real o no, es bastante obvio», comentaba ella al respecto en el mismo medio.

La tenista ha hablado en varias ocasiones de su pasión por la moda desde que era una niña. «Solía ir en la furgoneta hacia los partidos leyendo revistas de moda», ha comentado. «Para mí se trata de la mejor manera de expresarme, es una experiencia liberadora». De ahí que, incluso más allá de sus apariciones mediáticas, las elecciones de Naomi tengan que ver con marcas sostenibles, artesanales y mayoritariamente creadas por asiáticos o afroamericanos. Recientemente, subía a su Instagram una imagen personal luciendo su ya icónico pañuelo haitiano y un vestido de Pyer Moss, el diseñador, también con raíces en Haití, que ha aumentado su popularidad este año por sus abiertas políticas antirracistas y antirrepublicanas. Y para la campaña de su colaboración con los bolsos Strathberry, quiso fotografiarse con un traje de chaqueta rosa, una pieza que durante las elecciones se convirtió en un símbolo por la reivindicación de los derechos femeninos y que no dudaron en lucir cantantes, actrices y oteas celebridades mediáticas. Tímida confesa, Naomi Osaka ha encontrado un altavoz en la moda. Y una forma de demostrar que vestirse también es una elección política.

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