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Las Reebok de Melanie Griffith en ‘Armas de mujer’, las zapas que simbolizaron el nuevo poder femenino

El modelo Reebok Classic Leather no ha cambiado en casi cuatro décadas de existencia, ni falta que hace. Tenemos que hablar de cómo llegaron a ser sinónimo de liberación.

“Te diriges a algo especial. Llega con estilo” rezaba en los 80 el anuncio de las recién lanzadas Reebok Classic Leather, unas zapatillas que –aunque hoy cueste creerlo- fueron diseñadas para correr. Tess McGill, el personaje que interpretaba Melanie Griffith en Armas de mujer (1988), efectivamente se dirigía a algo especial: su escalada profesional de secretaria rasa a ejecutiva con despacho propio y poder de decisión. Como tantas mujeres entonces se dirigían a algo especial, dando paso a la entrada masiva de la mujer en el mercado laboral en Occidente. La meta de la oficina era tan excitante que imponía riguroso zapato de tacón, pero el camino en transporte público era agotador y pedía calzado cómodo. De ahí que la sociedad anglosajona, tan pragmática para según que cosas, acuñara el término commuter shoes (equivalente a algo así como “zapatos de viaje” en castellano).

Un accesorio que define un uso social exclusivamente femenino y que tiene un papel estelar en la primera secuencia del film. Perpetrando una combinación de zapatillas y calcetines blancos sobre finas medias plumeti, la protagonista de Armas de mujer cogía el ferry para desplazarse desde las afueras de Nueva York hasta la Gran Manzana. Nada más llegar a la oficina, corría a esconder las Reebok bajo su escritorio para encaramarse a unos mucho más incómodos zapatos de tacón alto. ¡Y lista para abrirse camino en un mundo de hombres y callos en los pies!

Más de 30 años después, aquel antagónico look de Melanie Griffith en traje de chaqueta y deportivas no puede resultar más actual. Balenciaga y la plana mayor del streetstyle se han encargado de resucitarlo con cierta ironía anti-corporativista. Aunque los blazers oversized se llevan ahora menos armados, vuelven los trajes de chaqueta con falda o bermuda y el complemento de los ugly shoes permanece intacto. Un término anglosajón de nuevo para definir cierto tipo de calzado, aunque de repente suena poco acertado. ¿Cómo seguir llamando feas a las cosas en la era de la diversidad y la inclusión? Lo retiramos. Y donde dijimos “zapatos feos” decimos las plataformas de Rosalía, las Triple S de Balenciaga, las chanclas de Birkenstock o aquellas sandalias de Céline recubiertas de faux fur en el interior que en el año 2012 empezaron la tendencia. Desde entonces, la presencia de calzado plano, ancho o deportivo no ha dejado de ganar peso en la moda femenina, tanto en la calle como en la pasarela.

La influencer Gitta Banko con sneakers de Chanel el pasado febrero.
La influencer Gitta Banko con sneakers de Chanel el pasado febrero.Isa Foltin (Getty Images)

¿Cuántas zapatillas tiene hoy una mujer adulta en su armario y cuántas tenía hace 10 años? Desde los modelos de Adidas hasta los de Converse, pasando por reliquias de Fila y Ellesse, ¿qué clásicos no han sido rescatados y elevados a la categoría de accesorio imprescindible? ¿Y cuántos firmas de primera línea no han bajado centímetros y centímetros de tacón en sus propuestas de pasarela? Chanel, Gucci, Dior y Louis Vuitton son sólo algunos de los ejemplos que han convertido el zapato cómodo en el santo grial de su estrategia de ventas. Quizá la dignificación del otrora considerado calzado de segunda tenga algo que ver con la popularidad de figuras como Mark Zuckerberg y el difunto Steve Jobs. O quizá no. Pero si la sociedad ochentera de Armas de mujer se vestía con hombreras para acercarse al éxito de los brokers de Wall Street, ¿es descabellado pensar que hoy se aspira al triunfo deslavazado tipo start-up? El nuevo epítome del vencedor es el geek que hace fortuna tras programar una app y no dedicar más de un minuto de su día a decidir cómo vestirse. Claro que eso es el Silicon Valley. No todos los sectores son tan laxos en materia de estilismo.

Las famosas ‘sneakers’ de Balenciaga.
Las famosas ‘sneakers’ de Balenciaga.Edward Berthelot (Getty Images)

La consultora Price Waterhouse Coopers protagonizó una sonada controversia en 2016 en Reino Unido. Contrataron a una recepcionista a través de una agencia de empleo temporal que se presentó en su primer día de trabajo en zapato plano. Tras rehusar ponerse tacones, la enviaron de vuelta a casa sin paga. Se llamaba Nicola Thorp, y acabó llevando al parlamento británico una petición para cambiar la legislación al respecto, avalada por más de 150.000 firmas. No logró cambiar la ley, pero sí introducir el debate en la sociedad y la política. El mismo año Julia Roberts acudió descalza a la alfombra roja de Cannes como protesta a la férrea etiqueta de calzado impuesta a las actrices femeninas. Y el movimiento #KuToo ha tomado las redes sociales en Japón en el último año, alzándose contra el uso obligatorio del tacón alto en el ámbito laboral nipón. ¿Qué influencia tendrían estos y otros cambios sociales recientes en un hipotético remake de Armas de mujer? Para empezar, el guión tendría que variar sustancialmente. Un argumento basado en la competencia y lucha sucia entre dos mujeres no sería hoy tan bien recibido. Por no hablar del romance a dos bandas con el jefe. En cuestiones más baladís, Tess, el personaje interpretado por Melanie Griffith, tendría que cambiar de peinado. Y bromas aparte, quizá no veríamos a una joven estadounidense quitándose las deportivas al llegar al trabajo, porque podría optar por unos cómodos mocasines, unos Oxford o unos botines que le sirvieran tanto para el metro como para la oficina. El modelo Reebok Classic Leather no ha cambiado en casi cuatro décadas de existencia, ni falta que hace. Pero su uso, por fortuna, está en plena revolución.

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