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La increíble historia de Gabriela Hearst, la diseñadora elegida por Jill Biden para el acto final de la investidura

Creció en un rancho, trabajó como modelo, montó una marca con 700 dólares, se casó con un heredero Hearst y se convirtió en una de las principales abanderadas de la moda sostenible.

«Esta podría ser una compañía más grande, pero la hemos controlado para crecer de una manera sana», dice la diseñadora Gabriela Hearst. En la imagen, en Nueva York con un traje de su colección.
«Esta podría ser una compañía más grande, pero la hemos controlado para crecer de una manera sana», dice la diseñadora Gabriela Hearst. En la imagen, en Nueva York con un traje de su colección.Jake Chessum
Patricia Rodríguez

Cuando Gabriela Hearst empezó a trabajar en su desfile para esta primavera, quiso saber qué impacto tendrían sobre el planeta esos escasos 20 minutos de espectáculo. «Nadie sabía decirme un número», concede la diseñadora uruguaya. «¿Cómo puedes reducir algo si no tienes los datos? Hay que empezar por medir la información y nosotros solo fuimos los primeros en hacerlo». Cabello recogido y maquillaje natural sirvieron de lienzo para una colección que declaraba amor por los detalles y por el trabajo manual: macramé, croché, piel trenzada, encajes… Una revisión del armario moderno a base de prendas versátiles pero atractivas, destinadas a sobrevivir al implacable paso de las temporadas.

Al día siguiente la prensa se hacía eco del que se había convertido en el primer desfile con huella de carbono cero, un hito que en realidad no supuso ni cambios drásticos ni aumentar el presupuesto. Solo frenar y pensar: «Mucho es sentido común. Trabajamos con un grupo que se llama EcoAct. No trajimos en avión a ninguna modelo, el pelo y el maquillaje se hicieron sin electricidad, tenemos una política de plástico cero… Nuestras presentaciones suelen ser muy simples, todo se centra en la ropa. Pero quitamos cosas que no aportaban nada y nadie dijo: ‘Vaya, el pelo se ve horrible», explica desde su estudio en el neoyorquino barrio de Chelsea. La anécdota da cuenta del enfoque de Hearst, que no acepta dogmas sin cuestionarlos.

El despacho de Hearst está lleno de fotos familiares, retratos con sus hijos, bordados feministas, figuritas, amuletos… Y un sinfín de libros en los que se combinan nombres como Federico García Lorca, Gloria Steinem, Sonia Delaunay o Cecil Beaton.
El despacho de Hearst está lleno de fotos familiares, retratos con sus hijos, bordados feministas, figuritas, amuletos… Y un sinfín de libros en los que se combinan nombres como Federico García Lorca, Gloria Steinem, Sonia Delaunay o Cecil Beaton.Jake Chessum

«Crecer rodeada de animales, entre pocas personas, me hizo tener mucha curiosidad por los humanos. Querer saber más», dice la creativa, que se crio en un rancho de Paysandú (al oeste de Uruguay) en el que su familia se dedica a la ganadería y a la producción de lana desde hace 170 años. «No había ni televisión, todo era imaginación, libros, pintar, actuar… tuve la oportunidad de aprender jugando», evoca con su acento musical. «Cuando era chica lo único que quería era viajar y conocer otros lugares. Ahora que he viajado y los he conocido (y estoy muy contenta de haberlo hecho), me doy cuenta del maravilloso sitio del que vine». El entorno natural marcó su formación y su visión del mundo. También los valores con los que hace un lustro fundaba su firma. No llegaba de nuevas: había practicado durante 14 años con Candela, una línea más joven que creó con 700 dólares de su bolsillo. Antes había trabajado brevemente como modelo. De aquello también extrajo valiosas enseñanzas: «Aprendí algo muy importante, a ser rechazada y a lidiar con ello; pero no soy muy buena cuando la gente me da órdenes», confiesa sin disimulo. Gabriela Perezutti, de soltera, tampoco disfraza el privilegio que le otorga el apellido de su marido, Austin Hearst, nieto del poderoso magnate de la prensa William Randolph Hearst. Él es inversor principal en el proyecto desde el inicio: «A veces lo quiero asesinar y otras me parece que es un crack. Pero siento mucho respaldo porque confía en lo que hacemos y eso me da más confianza a mí. Al igual que yo crecí en el campo, con vacas, ovejas y caballos, y por inercia sé de vacas, de ovejas y de caballos; él creció dentro de una corporación y por inercia sabe de comunicación o negocios».

Retrato de la diseñadora en su estudio.
Retrato de la diseñadora en su estudio.Jake Chessum

El cambio, desde dentro

En la tienda online de Gabriela Hearst se pueden adquirir impecables trajes de chaqueta, jerséis tejidos con lana ética de sus ovejas uruguayas o vestidos de seda italiana. Lo único que no queda a merced de la impulsiva compra electrónica son sus bolsos, la categoría más rentable para cualquier etiqueta de moda. No es casual: cuando influyentes mujeres como Meghan Markle, Oprah Winfrey o Brie Larson comenzaron a lucir su célebre Nina, un coqueto modelo con asa que se inspira en las formas opíparas de Botero, la diseñadora tuvo que decidir: o ampliar la estructura de la empresa para hacer frente a la ingente demanda o hacerle oídos sordos. En un movimiento inusual en la industria, Hearst optó por controlar la oferta y crecer a un ritmo más pausado y orgánico. ¿El resultado? Una lista de espera perenne para muchos de sus bolsos. Algo que sonaría a mera estrategia de marketing si no encajara con verdadera soltura con los principios que gobiernan cada proceso de esta empresa. «Lo que creíamos cuando la lanzamos, hoy se ha convertido en una necesidad. Queremos una marca que cada vez tenga menos impacto en el medioambiente. Esto va más allá de crear cosas hermosas: se trata de construir algo de la mejor manera posible» y, por el camino, servir de modelo para otros, demostrando que un nuevo sistema es factible. Uno que respeta el campo en el que creció Hearst: «Sé de dónde viene todo porque nací en un lugar que está expuesto a la fuerza de la naturaleza. Según los científicos ya avanzamos hacia una nueva época geológica, el Antropoceno, en la que el hombre influye en el medio. También sé que el planeta seguirá girando pase lo que pase, no tenemos que salvarlo. Pero si seguimos así, será sin nosotros dentro. Lo que hay que salvar es a la humanidad, si te gustan las personas».

A la izquierda, su célebre bolso Nina en varios colores y materiales. A la derecha, un vestido de su colección para primavera.
A la izquierda, su célebre bolso Nina en varios colores y materiales. A la derecha, un vestido de su colección para primavera.Jake Chessum

Se requieren ganas y concienciación. Reducir la velocidad y echar la vista atrás. Rescatar el romanticismo de lo de toda la vida: «Mi mamá tenía muy poca ropa, hecha por la costurera de la familia, que aún conservo. Ojalá pase lo mismo con mis prendas, que alguien las use y las guarde para sus hijos». Recuperar el placer de heredar, la calidad de la tradición y las bondades de la artesanía. «Me gustan los errores de todo lo hecho a mano y a la vez su perfección. Ese contacto humano que se pierde con la computadora». Sus diseños nacen siempre con la idea de ser relevantes a largo plazo: «Cuando estás trabajando con los mejores materiales del mundo tienes que construir de cierta manera, garantizando la durabilidad. Es un equilibrio. Me gusta que sea atemporal, por eso no miro otros desfiles ni nada que me pueda influenciar». Quizá por ello la crítica de moda de Vogue, Nicole Phelps, la ha bautizado como la Hermès americana. «Ellos tienen más ceros en la cuenta de resultados, pero yo tengo más caballos», bromea la uruguaya.

Esto va más allá de crear cosas hermosas.

Ganadora del premio Woolmark hace tres años y nominada a los galardones del consejo americano de moda, CFDA, en 2017 y 2018, la estrategia de Hearst funciona. Solo en el último año ha lanzado colección masculina y ha abierto dos tiendas en Londres. «Fueron diseñadas por Norman Foster y fabricadas totalmente con materiales reciclados y ecológicos». Los espacios son epítome de una filosofía que apuesta por el lujo no ostentoso, ese que obvia la marca y se centra en lo tangible. «No tenemos ni maniquíes ni vidrieras. Es transparente». O te gusta o no te gusta, pero no hay ningún elemento que contribuya a disfrazarlo. «El producto es el número uno. Sin él no tienes nada», cree la creativa, que reniega de los atajos: «Si yo le tengo que poner mi nombre a una remera me mato». Del conglomerado LVMH, accionista minoritario de la enseña desde enero de 2019, solo tiene buenas palabras: «Somos un equipo muy chico, de 30 personas, y cuando abrimos en Londres tuvimos que contratar a 10 más. Ahí por ejemplo nos ayudaron mucho. Nos han abierto las puertas y nos han facilitado información a la que de otra manera no podríamos acceder».

A la izda., Meghan Markle en Nueva Zelanda con uno de los vestidos de Gabriela Hearst. A la dcha., con el bolso Nina.
A la izda., Meghan Markle en Nueva Zelanda con uno de los vestidos de Gabriela Hearst. A la dcha., con el bolso Nina.getty images

¿Su próximo reto? Eliminar los tejidos vírgenes y utilizar otros ya existentes. «Tenemos que cambiar la cadena: antes tenías la muestra y luego, tras presentar la colección y venderla, comprabas la tela para producirla. Ahora será al revés: te haces con una tela que ya existe y tienes que diseñar algo que funcione en ella y que se venda, porque ya la has comprado». Un hito que espera cumplir en 2022, mientras sella nuevos desafíos. «Cuando lancé Gabriela Hearst estaba embarazada de mi tercer hijo, el último. Hace poco vino a la oficina y corría, hacía locuras, se reía… Creo que la firma está en esa etapa. Sigue creciendo. Todavía no estoy donde me gustaría, pero estamos dando forma a un negocio con principios, vamos completando metas y estamos en el buen camino». Porque a este niño que aún es Gabriela Hearst, aún le espera un gran futuro.

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Sobre la firma

Patricia Rodríguez
Periodista de moda y belleza. En 2007 creó uno de los primeros blogs de moda en España y desde entonces ha desarrollado la mayor parte de su carrera en medios digitales. Forma parte del equipo de S Moda desde 2017.

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