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“El planeta ya no puede con el volumen de ropa que se desecha”: cómo la moda debe aplicar ya la economía del decrecimiento

Aunque el discurso de la sostenibilidad presente soluciones, son insuficientes. Nada cambiará si se sigue produciendo mucho más de lo que se consume

Ropa desechada
NATÀLIA PÀMIES LLUÍS

En el desierto de Atacama (Chile) se arrojan de media 39.000 toneladas de ropa al año. En Acra, la capital de Ghana, lo contabilizan al día: 100 toneladas cada 24 horas, el equivalente al peso de unos 65 coches. Son los dos principales vertederos textiles del mundo: el sur global convive con los miles de millones de prendas que se desechan en el norte. Montañas y montañas que provocan desastres ambientales en el entorno y enfermedades en la población. “La historia comienza cuando una marca de ropa de primera mano decide incorporar novedades y retirar de las tiendas lo que no se ha vendido, incluyendo las devoluciones. Los minoristas tienen distintas políticas en términos de reposición de lo devuelto, muchas prendas no volverán a entrar en el circuito de venta”, cuentan desde The Or Foundation, una asociación que trabaja en los vertederos de Ghana intentando buscar una segunda vida a ciertas piezas, ya sea donándolas, convirtiéndolas en otros textiles o reintroduciéndolas en el mercado de segunda mano. Pero, obviamente, no es suficiente. “El problema no tiene que ver con qué es orgánico y qué no es orgánico; simplemente hay demasiada ropa”, dicen. Un reportaje reciente de The Wall Street Journal estima que solo en Estados Unidos se distribuyen un millón de paquetes de Shein al día. Según The World Economic Forum, se producen alrededor de 150 billones de prendas al año. Teniendo en cuenta que en el mundo hay unos 8.000 millones de habitantes, si el reparto fuera igualitario, cada uno tendría 187 prendas anuales nuevas en su armario. En 2022, The Or Foundation redactó un extenso informe, Waste Landscape (Paisaje del residuo), que ofrece algunos datos reveladores, como el hecho de que hay empresas encargadas de transportar el sobrante de algunas marcas de ropa a estos vertederos, y muchas incluyen acuerdos para que dichos sobrantes no puedan ser vendidos en el mercado de la segunda mano.

Por supuesto, no es exclusivo de la moda. Cada vez son más las voces que señalan la necesidad de buscar otros modelos económicos y ya no solo frenar el ritmo, sino reducirlo, decrecer. Para algunos el decrecimiento es pensamiento mágico; para otros, una solución inevitable en un mundo de recursos finitos. Hasta la reina Letizia, en la apertura de un seminario sobre desarrollo sostenible, se interesaba a finales de 2023 por esta teoría que en España defiende Antonio Turiel, investigador del CSIC: “Si se quiere seguir creciendo económicamente, el consumo de materiales y de energía tiene que crecer, aquí o en el lugar al que hayamos deslocalizado la fábrica que nos suministra”, escribe junto a Juan Bordera en ¿El fin de las estaciones? “Pero resulta que la disponibilidad de energía en este planeta es finita y que las fuentes de energía no renovables que nos proporcionan casi el 90% de nuestro consumo de energía primaria, han tocado techo”, dice.

La idea en un primer momento choca con la propia noción de moda, que basa su identidad en el cambio constante y su beneficio, en el crecimiento. Pero los límites físicos del mundo y de sus recursos se imponen. “La evidencia nos dice que los intentos que hemos hecho en los últimos 30 años para reducir el impacto ambiental de la moda no están funcionando; de hecho, ese impacto solo ha aumenta”, explica a S Moda Kate Fletcher, profesora en la Royal Danish Academy y creadora, allá por 2007, del término y la filosofía slow fashion. “Hay un impulso subyacente en el sector orientado hacia el crecimiento, aumentar la producción indefinidamente y así lograr que la gente compre más. Este crecimiento es tan rápido que ninguna medida medioambiental puede mitigar sus efectos. Por eso necesitamos otra aproximación a la moda y eso es lo que ofrece el decrecimiento”, opina. Aja Barber, activista y autora del ensayo Consumed: the need of collective change, afirma que “el planeta ya no puede mantener el volumen de ropa que desechan las grandes corporaciones. Nuestros recursos son limitados y esta industria los ha explotado al máximo”.

Bolso Shoulder Polo ID, de Ralph Lauren.
Bolso Shoulder Polo ID, de Ralph Lauren.CORTESÍA DE LA FIRMA

Producir menos y ganar más no es un oxímoron

La ironía de todo radica en que fabricar menos puede implicar aumentar el beneficio haciendo algo que debería sonar sensato: ajustar la oferta a la demanda y atajar el problema de los desechos. “Cuando es más rentable deshacerse de piezas ya producidas que reflexionar sobre otra posible salida (que permita por ejemplo a una prenda en perfecto estado continuar siendo útil), tenemos frente a nosotros un claro problema que no queremos gestionar”, dice Adriana Cagigas, docente del área de moda de la Universidad de Diseño, Innovación y Tecnología (UDIT). Aplicar la teoría no es fácil e implica cambios tectónicos, pero ya hay firmas tanteando alternativas. El grupo español Tendam ha frenado su crecimiento, pero ha aumentado su rentabilidad con un plan a largo plazo basado en un modelo más lento en volumen, pero también más eficiente. Ralph Lauren lleva varios años transformando su negocio recortando la fabricación, incrementando precios y renunciando a los descuentos: hoy sus prendas se compran de media un 80% más caras que en 2018. “No creo que haya un límite siempre y cuando hagamos un buen trabajo para elevar el producto, elevar la narrativa y mejorar el medio ambiente”, contaba en Bloomberg su CEO, Patrice Louvet, con motivo del cierre del año fiscal el pasado junio. Entonces la enseña anunciaba que había incrementado su margen hasta el 61,8%. El del grupo Tapestry, dueño de marcas como Coach o Stuart Weitzman, también ha crecido sustancialmente y ya sitúa el suyo en torno al 68%. En su informe para inversores del pasado año subrayaba el problema que supone para ellos las prendas no vendidas: “Nuestro negocio podría estar sujeto a mayores costes por un exceso de inventario y una disminución de la rentabilidad si juzgamos mal la demanda de nuestros productos”.

Imagen de la primera colección de la marca de Phoebe Philo.
Imagen de la primera colección de la marca de Phoebe Philo.Talia Chetrit / PHOEBE PHILO

Autopistas o atajos

Las posibles respuestas al rompecabezas del decrecimiento son variadas. La propia Phoebe Philo en su regreso a la industria el pasado otoño escogió reducir su oferta a solo dos colecciones al año y a pequeñas producciones de 50 prendas de cada referencia. Cuando se agotan, las fabrica bajo demanda: “Como parte de nuestra determinación de abordar el impacto ambiental, nos centramos en los problemas materiales del consumo excesivo, el desperdicio y la cadena de suministro de la moda. Nuestro objetivo es crear un producto que refleje permanencia”, explicaban en su lanzamiento. A menor escala, en España cada vez más firmas apuestan por algo similar: “En Cléa Studio es una seña de identidad”, dice su fundadora, Nuria Freire. Ella montó su firma produciendo solo cuando le entraba un pedido por falta de financiación, pero ahora no renunciaría a este modelo que le permite el equilibrio económico. “Quizá el no haber tenido los recursos para producir stock por tallas me hizo darme cuenta de lo bonito que es hacer ropa a medida, lo difícil que es acertar cuando quieres clasificar a las personas entre la XS y la XL, y la cantidad de prendas que quedan sin dueña”, añade.

El propio mercado cambia en demandas y exigencias: según Kantar, el consumo de prendas rebajadas ha pasado del 46,5% en 2020 al 31,2% en 2023. “En los momentos inflacionarios actuales no hay una única explicación de lo que está provocando esta situación. Por un lado, tras la pandemia el consumidor se reafirmó en que había que comprar solo la ropa necesaria”, explican desde la consultora. Pero, también indican, no todo el cambio va en la misma dirección, ya que parte de esa reducción de las compras de prendas rebajadas se compensa por “el crecimiento que han experimentado los principales retailers low cost, que hacen redundante las rebajas”. La tecnología también acerca soluciones: “Las marcas que tienen un gran control de su mercado basado en datos históricos tienen grandes oportunidades con la inteligencia artificial”, apunta Cagigas, “la gestión de stock a través de las predicciones que puedan realizar este tipo de tecnologías son beneficiosas de cara al ajuste de la demanda que permitirá no generar excedentes innecesarios”. Pero no todo el futuro se puede fiar a la potencial evolución de la técnica. Especialmente en el campo del reciclaje, en el que las soluciones no consiguen escalarse. “El discurso sobre la gestión de residuos tiende a definir la tecnología como si las máquinas fueran mágicas y pudieran separar nuestros desechos venenosos de la naturaleza para siempre”, opinan desde The Or Foundation.

El cambio ha de ser social y estructural y, por mucho que el consumidor se adhiera al a veces manido ‘compra menos, compra mejor’, es imprescindible que implique a las instituciones: “El tema da para mucho pero la ley de responsabilidad ampliada del productor (RAP) es un gran punto de partida”, explica Aja Barber. Esta ley obliga a las empresas a hacerse cargo de sus sobrantes y garantizar que van a parar a donaciones, a plantas de reciclaje o al mercado de la segunda mano, prohibiendo su exportación. Vigente en Francia desde hace dos años, en España se han propuesto implementarla para abril de 2025. La Unión Europea trabaja en un marco más amplio, el Pacto Verde, un conjunto de propuestas para alcanzar la neutralidad climática y reducir la huella de carbono un 55% en 2030. La moda abarca varios capítulos de este plan que exige que para 2030 todos los textiles sean “duraderos y reciclables, fabricados en gran medida con fibras recicladas, libres de sustancias peligrosas y producidos con respeto a los derechos sociales y al medio ambiente”. Sin embargo, tampoco basta. The Or Foundation considera que para atajar la sobreproducción, la moda debería recortar su volumen en un muy utópico 40%. “El problema es que las marcas no están obligadas a publicar cuánto producen”, explican. Ellos el año pasado lanzaron la campaña Speak the Volumes, para obligar a las grandes compañías textiles a confesar su volumen anual de fabricación. Si no sabemos cuánto fabrican, nunca sabremos a ciencia cierta cuánto malgastan.

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