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La moda y su fascinación por la estética zarrapastrosa

Ropa rota, con efecto sucio y viejo… lo importante es que no de la sensación de ser nueva. Se trata de una tendencia que comenzó a principio de los 2000 y está temporada sigue siendo protagonista.

Camiseta rota presentada por Balmain en 2006.
Camiseta rota presentada por Balmain en 2006.Getty

Cuando en octubre de 2006 la casa Balmain subió a la pasarela una camiseta llena de agujeros, los escépticos se echaron encima de un recién llegado Christopher Decarnin. Pero eso que para muchos no era más que un carísimo andrajo se convirtió en una de las señas de identidad de la maison (alcanzado su punto álgido con la colección de Primavera 2010) y volvió a poner sobre la mesa la estética raída como elemento de moda, asociada además a un nuevo tipo de lujo.

Hussein Chalayan –pocos se acuerdan– pero la primera colección que presentó en público estuvo meses enterrada en el jardín de un amigo para que las prendas se oxidaran. Kawakubo, Westwood y Margiela son seguramente algunos de los diseñadores que mejor han entendido e integrado en sus colecciones la imperfección hecha a conciencia. Así lo prueba Unraveled, la última muestra del Fashion Institute of Technology de Nueva York; una exposición que explora la psicología detrás de la ropa de aspecto alterado, inacabado o deconstruido, y que debería ser de obligada visita para todos los que pasen por la Gran Manzana de aquí al 17 de noviembre.

Eso de comprarse prendas malogradas sigue suponiendo todo un desafío (sobre todo a la hora de explicarle a nuestras madres que hemos pagado por algo nuevo que parece usado y además está roto), aunque la tendencia está ya muy generalizada y extendida. ¿Quién no tiene en su armario unos pantalones vaqueros con tajos en las rodillas o cualquier otra prenda desflecada o deshilachada? Pero de dónde viene este gusto de la moda por las cosas destrozadas.

La exposición del FIT tiene algunas respuestas, entre ellas, una forma de expresión, una declaración de intenciones o un acto de provocación como tantos otros.  También puede verse como una redefinición de la belleza, y la desvirtuación del valor económico y el simbolismo social implícito en la ropa (¿por qué debería ser más elegante, tener más valor y ser sinónimo de prestigio y estatus vestir algo impoluto que algo aparentemente tarado? ), poniendo también énfasis en la parte emocional de todo esto. Sirvan como ejemplo algunas de las piezas expuestas en el FIT, como un traje de Chanel que perteneció en su momento a la fotógrafa Louise Dahl-Wolfe modificado por su dueña debido al desgaste del mismo. Nada que ver con unos de los pantalones más llamativos de la colección Crucero 2019 de Karl Lagerfeld para la misma firma francesa. Unos jeans completamente rasgados de arriba a abajo, al estilo de los modelos más vendidos de dos de las marcas que hacen del andrajo su mejor reclamo: las estadounidenses Unravel y R13. Muy en la línea de aquellos tejanos como manchados con barro que se hicieron virales hace un tiempo. Igual que esos vaqueros masacrados hasta tener forma de tanga. Y hay más.

Chanel crucero 2019.
Chanel crucero 2019.Getty

Ahí está aquella famosa colección de harapos y jirones en versión Alta Costura defendida por John Galliano en Dior. O los grandes éxitos grunge y punk de Hedi Slimane en Saint Laurent (con las medias llenas de carreras como hilo conductor). Las zapatillas más deseadas y caras del mundo, por otro lado, las firma Golden Goose, y están tan falsamente sucias como las que lanzó recientemente Vetements para Reebok o esas que se venden como churros bajo el sello de Balenciaga (sí, la Triple S). Porque sí, una vez más: todos los caminos transgresores llevan a Demna Gvasalia. Y esta vez no vale con que la ropa no parezca nueva sino que la gracia es que esté intencionalmente hecha polvo. Algo que se lleva haciendo entre las clases pudientes desde principios del siglo XIX. Así lo definió Tom Wolfe en su polémico ensayo “Radical Chic” publicado en 1970 en el New York Magazine, donde expone cómo el acto de rebeldía definitivo entre las élites agitadoras ha pasado varias veces a lo largo de la historia –y simplificando mucho–:  por ser rico pero vestir como un pobre. ¿Les suena de algo?

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