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Grito primario: ¿qué hay tras la terapia que hizo famosa Yoko Ono?

“También puedes comprar una vajilla barata, romperla plato a plato en el aparcamiento de tu casa y sentir que descargas tensión, pero no por ello podemos hacer una ‘terapia de la vajilla».

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En el verano de 2020, desde Islandia se lanzó una campaña turística en la que se presentaba al país, con sus zonas desiertas, como un lugar perfecto al que ir a gritar. Para quien no pudiese hacer el viaje en ese momento, proponían que grabase su grito en su casa y lo enviase a través de la web de turismo. Ellos harían que sonara en uno de los altavoces que habían instalado en distintos puntos del país. Sobre el efecto que estos chillidos repentinos tendrían sobre la fauna (o el senderista solitario en busca de paz) no decían nada.

Los responsables de turismo de Islandia supieron leer una sensación que tenía y tiene mucha gente y que ha llevado incluso a la creación de «grupos de grito». Hace unas semanas, un reportaje en The Guardian se hacía eco de grupos de mujeres en varios países que se juntan para subir a una montaña —o ir a algún lugar poco concurrido— y dar rienda suelta a esas ganas de gritar que sienten. Las participantes aseguraban que la actividad era divertida y las dejaba relajadas. El estrés por el trabajo, los años acumulados de pandemia y crisis o situaciones familiares que no dejan ni un momento para respirar hacen que sea fácil reconocerse en esas ganas de retirarse a un lugar tranquilo y poner a prueba nuestros pulmones, pero ¿es útil de verdad?

“Gritar ayuda a liberar tensiones, a descargarse, sobre todo después de alguna frustración. Calma los ánimos, mejora el equilibrio emocional de las personas, ayuda a liberar ansiedad, angustia o el dolor, es como un sedante. En realidad, el grito lo que hace es liberar endorfinas, un neurotransmisor que produce placer”, asegura Enric Soler, profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Educación de la UOC. “Después de pegar unos buenos gritos, uno se queda más gusto”, señala.

Hay, sin embargo, muy pocos estudios que hayan indagado en cómo desgañitarse hace que nos sintamos más relajados justo después. De hecho, el grito humano en general ha sido muy poco estudiado y la mayoría de las investigaciones que hay se centran más en por qué gritamos que en cómo nos sentimos tras gritar. Aun así, si ese grito nos resulta placentero, ¿no sería interesante explorarlo en un contexto terapéutico? “Que nos sintamos bien tras gritar no significa que se deba basar una terapia en eso”, alerta Soler. “También puedes comprar una vajilla barata, romperla plato a plato en el aparcamiento de tu casa y sentir que descargas tensión, pero no por ello podemos hacer una ‘terapia de la vajilla’”, añade.

La (pseudo) terapia primal

El psicólogo californiano Arthur Janov no pensó en esto y, a finales de los años sesenta, cedió ante la tentación de montar una nueva terapia que girase alrededor del grito. Según afirmó, fue durante una sesión con un paciente cuando descubrió lo que llamó el dolor primal, “un grito espeluznante nacido de las profundidades de un joven tendido en el suelo”. La terapia primal que desarrolló a partir de ahí (con la publicación del libro The Primal Scream, del que toma su nombre la banda escocesa) defendía que los problemas adultos eran causados por dolores reprimidos, resultado de los traumas de la infancia. Para curarse, defendía el autor, era necesario volver a vivir y experimentar ese mismo dolor.

“La terapia primal es una pseudopsicoterapia que bebe directamente de las ya de por sí erradas bases del psicoanálisis”, alerta Emilio Molina, vicepresidente de la Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas (APETP). “Esta propuesta pretendía ser una forma de liberar supuestos traumas reprimidos de la infancia, en una época en la que se daban por buenos conceptos ya ampliamente desfasados y superados como ‘trauma reprimido’ o ‘inconsciente’”, señala. Para lograrlo, “abocaban al paciente a volver a experimentar ese mismo trauma con el objetivo de que pudiera racionalizarlo ya de adulto, viviéndolo en el ‘consciente’ lo más intensamente posible”.

En los setenta, gracias en parte pacientes muy notables como John Lennon y Yoko Ono, la terapia primal fue bastante popular, aunque ni siquiera entonces contó con respaldo científico. “Hoy en día sabemos que los sucesos traumáticos, sean en la edad que sean, no se ‘reprimen en el inconsciente’, sino que más bien causan el problema contrario: el afectado los revive una y otra vez en recuerdos asaltantes y bloqueantes. Por tanto, los supuestos recuerdos traumáticos de la infancia reprimidos podían consistir perfectamente en una implantación de falsos recuerdos inducidos por parte del ‘profesional’ o autosugestionados por el propio paciente”, añade Molina.

Si bien es cierto que «la reexposición al trauma es eficaz para desensibilizar al paciente al mismo», esto no se hace «de ninguna forma, abocando al mismo trauma con la mayor intensidad posible al paciente, sino pidiéndole que lo reexponga verbalmente, de una forma controlada y donde en cualquier momento pueda detener a voluntad esa reexposición», aclara.

Lennon y Ono, por cierto, tuvieron sus rifirrafes con Janov por abandonar la terapia cuatro meses después de iniciarla, cuando —según el autor— “casi no habíamos ni empezado”. La larga duración del “tratamiento”, que requería tres semanas intensivas de preparación y luego sesiones durante casi un año, también fue muy criticada. Aun así, Lennon sí dijo que se conocía más después de sus sesiones primales y varias de las canciones de su disco de 1971 Plastic Ono Band, como Mother o Isolation, nacieron a raíz de la experiencia.

Cómo gritar

En 1974, se instaló en Burtonport, en la costa irlandesa de Donegal, una comuna de seguidores de la terapia primal. Décadas después, como relataba un reportaje de la BBC, los vecinos todavía hablaban muy a regañadientes de aquel grupo que había vivido durante 15 años en una casa de la que de vez en cuando salían alaridos. La televisión irlandesa llegó a grabar un programa sobre ellos en el que se veían algunas sesiones, pero tardó años en emitirlo porque resultaba demasiado inquietante.

Dejando bien aparcadas las teorías y terapias que giran alrededor del grito como modo de acceder a y resolver nuestros traumas infantiles, si alguien tiene ganas de gritar y no quiere reprimir el deseo, es conveniente que tenga algunas cosas en cuenta. La primera es el lugar. “Si te pones a gritar dentro de un vagón de metro en hora punta —o a cualquier hora—, cuando veas las caras de la gente, cómo te miran, todavía vas a sentir más ansiedad”, señala Enric Soler. Lo ideal, como ejemplifica el terror que los integrantes de la comuna provocaron sobre la gente de Burtonport, es tener en cuenta también el efecto que oírte puede tener sobre la gente que te rodea. Es decir, sin tener que recurrir a volar hasta Islandia, es recomendable buscar un lugar tranquilo y sin gente (o con gente que vaya a gritar contigo).

Lo más importante, sin embargo, es entender por qué se grita. Hace unos años, un estudio concluyó que los humanos emitimos seis tipos de gritos: rabia, dolor, miedo, tristeza, placer y alegría. “Si tú eres consciente de estos seis tipos de grito que se han identificado, averiguar qué implica ese grito para ti te puede dar pistas. No es lo mismo que tengas que gritar por rabia que que tengas necesidad de gritar por una alegría inmensa. Si esa necesidad se corresponde con alguno de los cuatro tipos de emociones negativas, concéntrate en revisar esas emociones, por qué se están produciendo”, recomienda Soler. Si esa emoción negativa es constante y está además teniendo un impacto en la vida cotidiana, lo ideal es acudir a un profesional “que ayude a analizar y revisar cuál puede ser el origen de esas sensaciones que te hacen gritar. La necesidad de gritar sería el síntoma, la parte visible del problema”, añade el experto.

Si solo se busca esa liberación de endorfinas tras un día de mucha tensión (o tras una noticia muy buena) o se quiere probar por simple y pura curiosidad, se puede hacer como las protagonistas de The Bold Type en el primer y el último episodio de la serie: aprovechar el ruido de un vagón de metro entrando en la estación o de un autobús pasando por delante, coger aire y dejar que el grito salga. Luego ya puedes seguir con tu día, como explicaba una de las participantes en uno de los grupos de gritos del reportaje de The Guardian, sintiéndote más tranquila y “más ligera”.

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