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Unas vacaciones en la nueva normalidad | 8 Berlín

La noche de Berlín se resiste a morir

Basta un generador eléctrico, un 'dj' y unas cervezas. Los parques y las 'raves' se han convertido en una alternativa a los legendarios clubs berlineses, símbolo de la libertad y la tolerancia que se respiran en esta ciudad

Un grupo de personas asiste a un espectáculo de música y fuego en el Treptow Volkspark en Berlín, el pasado 7 de agosto.
Un grupo de personas asiste a un espectáculo de música y fuego en el Treptow Volkspark en Berlín, el pasado 7 de agosto.Patricia Sevilla Ciordia (Foto: Patricia Sevilla Ciordia)

Noche cerrada en un parque-bosque de Berlín. La luna anaranjada ofrece esta medianoche algo de orientación por los caminos abiertos entre los árboles. Por lo demás, oscuridad y silencio total. Apenas alguna bicicleta silenciosa y sombras caminando. Hasta que empieza a distinguirse un sonido con cierta claridad. “Bun, bun, bun, bun bun bun”. La música tecno son las miguitas que llevan hasta el claro del bosque donde habitantes de la noche berlinesa arrancan el fin de semana.

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Linda, fornida, tatuada y vestida de lentejuelas está sentada en el suelo y explica la dinámica: “Esto cambia según las horas. Vete al 24 horas, te compras una bebida y cuando vuelvas, miras a ver cómo va evolucionando la noche. Mañana la fiesta está en un lago a las afueras de Berlín. Va a ser alucinante”, informa. Un grupo de jóvenes que ya se marcha bien podría ser un anuncio de la generación Easyjet, que no se rinde ante la pandemia. Cuentan que han venido de Irlanda y de Hamburgo a celebrar el cumpleaños de otro. “Los clubs están cerrados, así que hemos venido aquí”, dice uno de ellos, incapaz de caminar derecho.

Casi cada fin de semana desde que irrumpió la pandemia los noctámbulos y la policía juegan al gato y al ratón. La policía interviene y confisca los equipos de música. A finales de julio, un encuentro en este parque llegó a reunir a unas 3.000 personas. Las raves (evento de música electrónica) más o menos numerosas proliferan por los bosques y espacios abiertos en la periferia de la ciudad. Se convocan a través de Facebook y Telegram. Basta un generador eléctrico, un dj y unas cervezas. Los parques y las raves se han convertido en una alternativa a los legendarios clubs berlineses, símbolo de la libertad y la tolerancia que se respira en esta ciudad, que han convertido en un imán para amantes del tecno y fiesteros globales.

Berlín nunca ha parado del todo. Aquí no ha habido confinamiento y todavía ahora no es obligatorio llevar mascarilla por la calle. Hay un repunte de infecciones, pero nada comparable con otras latitudes. Y mientras la vida pública hace tiempo que se instaló en la pseudo normalidad, abriendo comercios, restaurantes y museos, los clubs tienen claro que el roce físico en un local cerrado que implica la vida nocturna es incompatible con una pandemia. Están en general cerrados, aunque algunos ensayan fórmulas en teoría compatibles con la epidemia. La idea es explotar al máximo las zonas al aire libre de los propios negocios mientras haga bueno.

Los cuerpos sudorosos se pegan unos a otros al ritmo de la música electrónica, sin distancia, sin mascarilla y sin aparente preocupación

Este jueves, un conocido club a las afueras de Berlín abría para una sesión de baile, pero según explicaban en la web, bajo estrictas medidas higiénicas. A cada grupo se le asignaría una mesa o una zona de baile, se mantendría la distancia de seguridad y habría que usar la mascarilla para ir al baño y pedir en la barra. La entrada se compra por Internet, para dejar los datos y que te puedan contactar en caso de contagio. Eso en la pantalla. En la pista de baile, la gente busca el contacto físico como si no hubiera coronavirus. Tampoco en una zona interior, donde los cuerpos sudorosos se pegan unos a otros al ritmo de la música electrónica, sin distancia, sin mascarilla y sin aparente preocupación. “Los cambios son dramáticos. Pero los adictos a la noche van a seguir encontrando la manera de salir. El coronavirus sigue siendo para ellos una amenaza invisible, no lo ven”, explica Gilbert, un joven berlinés que conoce bien la noche de la capital alemana.

Más allá de la legalidad y la peligrosidad epidemiológica de estos eventos, a nadie se le escapa que la noche berlinesa es un sucedáneo de lo que fue hasta hace bien poco. Que la covid-19 ha fulminado una seña de identidad única de esta ciudad: la noche. Pero sobre todo, que cuando llegue el invierno, la vida al aire libre se complicará en una ciudad con temperaturas heladoras. Incluso con el cuerpo cargado de cervezas.

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“El principal problema es que no hay un plan en el horizonte. Mientras otros negocios abren o tienen planes de reapertura gradual, para los clubs es una situación devastadora. Tenemos claro que la pandemia y la noche es una combinación nefasta”, sentencia Lutz Leichsenring, portavoz de la Club Commission, el organismo con el que los garitos nocturnos defienden sus intereses. 140 clubs y 160 promotores y festivales pertenecen a la asociación. Asegura que cerca de dos tercios de los locales tienen fondos para sobrevivir unas diez semanas y el resto apenas cuatro. Que desde el principio han recibido muchas donaciones y apoyo económico del gobierno de la ciudad, que tienen clara la relevancia económica y cultural de esos lugares. Muchos de sus miembros han cobrado cerca de 20.000 euros de ayudas y las grandes salas mucho más.

Al principio de la pandemia hubo muchas iniciativas en la Red, festivales, conciertos…, pero ha ido decayendo. En parte porque la gente ha empezado a salir cada vez más, pero también porque es imposible replicar la experiencia física de una fiesta al espacio online.

Leichsenring explica que desde la comisión de clubs negocian ahora con las autoridades locales para poder ofrecer alternativas legales en espacios abiertos, donde no haya residentes alrededor. Han identificado ya hasta 65 lugares, pero las autoridades de cada barrio tienen la última palabra.

Eli es miembro del colectivo ://About Blank, un espacio que se autodenomina de izquierdas y donde se junta la comunidad queer de Berlín. Explica que las primeras semanas sobrevivieron gracias a un micromecenazgo, pero que además han recibido 24.000 euros en ayudas públicas que se suman a los ERTE para los trabajadores. Ahora tienen abierta la parte exterior, con dj’s y gente sentada en mesas. Es un concepto reducido con un aforo para 200 personas. “Tenemos claro que dentro no se puede hacer nada. Ya ha habido casos de contagios en bares”.

Más allá de la legalidad y la peligrosidad epidemiológica de estos eventos, a nadie se le escapa que la noche berlinesa es un sucedáneo de lo que fue hasta hace bien poco

Pero Eli cree también que no todo son malas noticias. Que no está mal que cese aunque sea por un tiempo la tromba de turistas, estudiantes y disfrutones varios que hasta hace poco llegaban de medio para disfrutar de la noche de Berlín, provocando un notable impacto económico en la ciudad. Eli espera que ahora, con menos demanda, la gentrificación de Berlín se ralentice un poco y baje tal vez el precio de la vivienda. Y no cree que la pandemia vaya a suponer un punto final para la noche en una ciudad cuyo atractivo reside en buena medida en lo que aquí sucede, en la interacción entre humanos que cada noche convierten la cotidianidad nocturna en una obra de arte. “Berlín siempre ha sido muy creativa, un lugar único que ha sabido sobrevivir a los cambios”.

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