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En la nube

Felices (y locos) años veinte

Las transformaciones que anuncian para el mundo poscovid son las que ya estaban en marcha tras 25 años de revolución digital.

Ricardo de Querol
Gastón Mendieta

Los pensadores están muy exigidos estos días, con esa presión para que nos avancen el futuro. Esto es lo más pronosticado: un mundo con más conexión digital que física, más vigilancia electrónica y menos privacidad, más Estado nación y menos globalización. Sí, oiga, pero eso ya estaba pasando antes de la pandemia. No hemos inventado ahora Skype, Tinder, Amazon ni Netflix. Google y Apple llevan más de una década rastreándonos. Ya ocurría que los jóvenes salen menos porque están cómodos con sus dispositivos; ya estaban en apuros los centros comerciales y las salas de cine. Tampoco vienen del virus, más bien de la crisis de 2008, los populismos que enfangan la política y levantan muros en las fronteras.

El filósofo John Gray es de los apocalípticos. Gran parte de nuestra forma de vida anterior al virus ya es irrecuperable”, escribe. Viviremos obsesionados por la higiene, lo virtual desplazará a lo presencial, hasta el sexo se limitará a las pantallas. Y “los restos de la vida burguesa desaparecerán”, sentencia. En el otro lado, el politólogo Yascha Mounk se resiste al cronocentrismo, esa manía de analizar el futuro y el pasado demasiado condicionados por el aquí y el ahora. En un artículo en The Atlantic, Mounk recuerda que tras la devastación de la Gran Guerra y la gripe de 1918 se desataron los locos y hedonistas años veinte. “El virus de 1918 había matado a más personas que la guerra más mortífera conocida, pero no redujo la determinación de los humanos de socializar”.

Siempre hubo desastres y nos levantamos después. Cuando el tsunami devastó el sudeste asiático, el mundo se estremeció, pero en poco tiempo sus playas estaban otra vez repletas de turistas. Nueva York volvió a ser, siguió siendo, esa ciudad dinámica y vibrante tras el 11-S. Por supuesto que las crisis, guerras o pandemias cambian la historia. Y la fuerza transformadora más potente suele ser la tecnología: el fuego y la rueda, la agricultura y los barcos, el agua corriente y las vacunas (que duplicaron la esperanza de vida), el telégrafo y el tren. La electricidad en los hogares fue un avance incluso más radical que el que empezó hace unos 25 años, cuando Internet entró en nuestras casas. Si esta pandemia impulsa la digitalización, es porque hemos sacado partido a lo que ya teníamos.

Antes de proclamar el fin del neoliberalismo, del ligue, de las aulas y las oficinas, miremos a la historia. La Peste Negra que asoló Europa no detuvo el auge de las ciudades frente a los señores feudales, que llevó al Renacimiento. Los veinte no fueron años de luto, sino de cabaret y charlestón. Es cierto que aquella década no acabó bien, con el crack y los totalitarismos; a ver si en este siglo nos sale mejor. No hay nada malo en querer bailar después de pasar miedo. El riesgo es salir de la crisis sin haber aprendido nada.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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